XIV
Nada rompió el tenso silencio de la expectación, hasta que desde el fondo de la posada, probablemente la cocina, el sonido de los platos al ser preparados mantuvo un ancla al entorno. (...) permaneció quieta, el vaivén de su respiración acompasada por el rostro tranquilo de Gintoki soltó con lentitud los músculos duros de su cuello, después sus hombros y una sonrisa resignada tiró de sus labios poco a poco, una suave bocanada de aire se deslizó de sus pulmones; su presión sanguínea era una corriente desbocada chocando contra su cerebro, pero dentro de las posibilidades no escasas que existían desde que Gin había encontrado su wakizashi por error y desde que el mocoso de la policía la desentrañó con sus ojos furiosos, supo que iba tener que dar explicaciones en algún momento. Tragó el sabor ácido de su nerviosismo y puso la mano sobre la libreta.
—Solo era cuestión de tiempo —Gintoki no respondió, siquiera con gestos realizadores u ademanes expectantes, solo movió ligeramente la cabeza, permitiéndole continuar en caso de que así lo quisiera—, aunque no estaba siendo muy cuidadosa al respecto, comenzaba a ser muy transparente, ¿no crees? —Sobre todo durante los últimos días, pensó, sus reuniones con Zenzou para vigilar movimientos de una organización con la que se suponía no tenía ningún lazo o la forma precisa en la que conocía su proceder interno.
—Siempre me pregunté porqué parecías tan puntual con tus viajes trimestrales o porqué no te quedabas un tiempo más —Apoyó con las palmas sobre el suelo, el peso de su cuerpo para mirar hacia el techo—, ahora que lo pienso, no podías tener tanto dinero solo vendiendo plantas medicinales los dos o tres primeros días que llegabas a Edo.
—¿Qué te dijo Okita sobre eso? —preguntó con sincera curiosidad. Gin extendió uno de sus brazos para tomar entre sus dedos el delgado palillo que perforaba las tres bolas de masa bañadas en aderezo dulce antes de responder.
—Huh... redes de información, clientes que permanecen como una fachada —Mordió una de las suaves pelotitas con los dientes para arrancarla y masticarla con paciencia.
—Entiendo. Es probable que eso sea lo que digan los informes, una tapadera para pasar desapercibida.
—¿No es verdad?
—Mi mamá y yo sí vivimos de vender plantas medicinales —Se encogió de hombros—, en Edo no tenemos tantos clientes, es todo.
—¿Qué hay del monopolio creciente de las medicinas y los últimos estragos que han estado haciendo? —dijo observando las acciones de (...), mientras asentía, afirmando que estaba escuchando, abrió la libreta justo en el medio y después sacó una pluma del obi ceñido a su cintura para comenzar a escribir sobre el papel.
—El asunto es que el gobierno, por lo tanto, el Shinsengumi, nos echó al mismo saco a todos —dijo sin levantar su atención—. Sí, soy parte de la organización, aunque de un grupo distinto al que está comenzando a adquirir tintes terroristas. Imagina un árbol con dos única ramas que van en direcciones distintas; hace unos años ocurrió un conflicto por diferentes ideologías y se separaron —Restó importancia a su relato agitando la mano libre en el aire—, ellos están construyendo ese monopolio, están reclutando científicos, investigadores y conejillos de india en masa y están eliminando a cualquiera que deje una sola pista a favor del gobierno. Tsukuyo terminó inmiscuida en todo esto por el kunai que dejó en el Shinsengumi —Se rascó la cabeza irritada—. Masato hijo de puta. Había intentado quedarme con esa cosa, pero la borrachera me había nublado el juicio y cuando fui de regreso a ese lugar con olor a mayonesa me perdí en el camino.
—También estuviste más alerta esos días, sin aparente razón.
—Sí —Se detuvo para mirarlo cansada, sombras ennegrecidas se refugiaban en forma de media luna bajo sus ojos—, ese tiempo cuando revisé cada carta que llegaba; abrí y boté un algunas de reclutamiento que llegaron, como te decía, están buscando conejillos de indias o en caso de conectar con algún médico o investigador de casualidad, mejor. Si alguno de los destinos decidía dar información a las autoridades solo era cuestión de matarlo u desaparecerlos, pero claro, jamás hubiera esperado que ustedes mismos intentaran estafarlos.
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La vida con un cabeza permanente |Gintoki Sakata|Lectora|
FanfictionLos Yorozuya se habían convertido en su amado y acogedor hogar, a pesar de las situaciones fuera de los márgenes de la lógica y eventuales escenarios de tragicomedia, estaba feliz de pertenecer a ellos; por eso, incluso si debía lidiar con el peso d...