Si no te dan los cerillos con una copia del seguro, es una idea cuestionable

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XV

Cuando era joven, una noche despejada de verano, muchos hombres vestidos de negro llegaron a la academia y le prendieron fuego; las instalaciones donde todos los niños y adolescentes de la aldea habían estado recibiendo la educación que se les había sido negada por no contar con los recursos económicos ardían en un mar de llamas naranjas rugiendo furiosas. Como el infierno arrastrándose sobre la tierra, la normalidad a la que se había acostumbrado cayó en pedazos chamuscados, humeando a través de sus ojos con lágrimas impotentes cuando vio al maestro rodeado por todo un escuadrón de personas sin expresión, con las manos atadas a la espalda, como un criminal y él no podía moverse, con las rodillas clavadas al suelo y diversos bastones de metal metiéndose entre sus costillas y presionados contra cada lugar de su cuerpo que pudiera reaccionar para abalanzarse a matar uno o dos enemigos como una bestia desesperada. Shouyo se había girado un poco, y le susurró con confianza una promesa que brotó desde las cuerdas más profundas de su corazón.

Por un segundo efímero, que casi fue una eternidad sobre sus hombros, sintió las puntas de los dedos entumecerse cuando (...) se alejó con las manos esposadas, rodeada por policías y se detuvo un momento para mirarlo. Shouyou le sonrió desde su lugar, con una gruesa línea rojo brillante en el cuello.

—Creo que no vamos a poder cenar el natto que habíamos prometido la otra noche, pero no te preocupes, puedes ir tú por él —El nudo que se apretaba en su estómago como una cobra venenosa se estiró de golpe, y al parpadear, (...) lo observaba con tranquilidad. La ilusión de Yoshida Shouyo que lo atormentaba en sus pesadillas había desaparecido con su voz.

Sus labios no se abrieron para murmurar un juramento, no estiró el meñique en su dirección para sellarlo para siempre; su rostro poseía la serenidad inocua con la que se encuentra el cadáver que toca con lentitud el fondo de un lago, la misma que le dirigió cuando todos los secuaces de Masato se abalanzaron sobre ella como la distracción perfecta.

La distracción perfecta.

Puso la mano sobre el rectángulo que sobresalía a través de la tela, recordando la rápida reacción que la llevó a esconderla allí cuando se enteró de la presencia del Shinsengumi, y que jamás habían quedado en hacer una cena cuyo principal ingrediente fuese el natto, pero que en Edo había una masoquista que lo utilizaba con regularidad para crear telas de las que no se podían escapar y que justo cuando pensó en contactarla a ella, Zenzou le dijo que estaba recibiendo trabajos de algún buen cliente. Viendo esa expresión, podía estar seguro que estaba ante el buen cliente y que Sacchan podía responderle más preguntas de las que pudo cubrir el ninja de las hemorroides.

Al notar su mano sobre la silueta de la libreta, (...) le dio una última sonrisa tranquila antes de que se la llevaran en silencio.

Sin perder el tiempo, abrió la página en la que recién había estado escribiendo mientras hablaban, probablemente al verlo allí se dio cuenta que lo habían utilizado como cebo y se apresuró a anotar lo que tuviese que decirle con el poco tiempo que tenía a disposición. Todo el color rojo de las letras escritas saltaron a su vista aún frescas, un poco corridas por la rapidez con la que lo cerró sin dejar que secara lo suficiente, pero aún legibles; un par de emoticones y estúpidos dibujos de corazones y peces estaban en los costados de la página, ¿cuándo había tenido tiempo para dibujar eso de todas formas? ¿Mientras hablaban del tamaño de Masato quizá?

Es probable que los miembros de la facción de Edo de Akameri, se estén moviendo en este momento...

Gin repitió el nombre en voz baja. A-ka-me-ri, una contracción suave que despuntó al final de su lengua cuando la separó del espacio entre sus dientes. Camelias rojas, no le extrañó porque después de todo, el color y el símbolo que portaban con orgullo estaban representados en muchas de sus herramientas: En las flores que se teñían de rojo cinceladas sobre el metal de los kunais, en la superficie nacarada de los wakizashis que poseían los líderes, en los sellos de sus cartas y en las cintas rojas que dejaban un rastro alegórico a la sangre a su paso. Parecían importantes, aunque (...) prefería cualquier otra cosa en lugar de ellas.

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⏰ Última actualización: Mar 03, 2023 ⏰

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La vida con un cabeza permanente |Gintoki Sakata|Lectora|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora