ALTA y escultural blanca avanzó de forma sinuosa entre la brillante multitud. Su formal traje negro, cortado bajo sus voluptuosos senos y con un escote muy pronunciado en la espalda que le llegaba casi hasta la base de la columna, flotaba desde las caderas al caminar, la fina tela brillante pegándose y deslizándose sobre sus largas piernas.
El pelo, platiado y brillante, recogido en un moño alto, aumentaba su considerable altura y resaltaba la blancura de su cuello y hombros.
El color de su vestido y la carencia absoluta de joyas contrastaban de forma dramática con el resto de las mujeres del atestado restaurante del hotel.
La invitación de Spectrum Developments había puesto énfasis en el lujo y el esplendor y las invitadas femeninas se habían tomado el lema del «arco iris» al pie de la letra para resaltar su estatus social en lo que ya se había empezado a llamar la fiesta del año de Auckland.
La mujer de negro no parecía ser consciente de su contraste social.
Mantenía la cabeza alta y sus pálidas y marcadas facciones eran una máscara de total calma mientras ignoraba los susurros que despertaba a su paso con los ojos azules de hielo clavados en un pequeño grupo de hombres importantes y vivaces mujeres arracimados alrededor de una larga figura en el extremo opuesto de la sala.
El alzó la blanca cabeza de forma brusca, aleteó las fosas nasales y tensó la masa de poderosos músculos de la espalda preparándose para la confrontación al verla.
Parecía un semental preparándose para rechazar una intrusión en su territorio, un enorme semental negro, agresivamente alto, irradiando un inquieto antagonismo, con su pelo liso del mismo color de la nieve y sus ojos azul cobalto salvajes y cargados de energía, sus agudas facciones masculinas, duras y hostiles.
Ella frenó un poco el paso y la expresión de él se transformó en una de anticipación.
Sus pómulos cincelados y planos le daban un aspecto primitivo, la mandíbula un poco sombreada añadía una expresión de inequívoca masculinidad.
Ella sabía que acababa de cumplir los treinta y tres, pero parecía mayor, con las despiadadas arrugas de la experiencia en el borde de sus labios y ojos.-Bien, bien, bien -murmuró con su profunda voz insolente cuando ella se detuvo frente a él-.
¿No es la señorita Swon? No sabia que estuviera en mi lista de invitados.
¡Qué poco tacto por mi parte pedirle que celebre un acuerdo con el hombre que ha tirado por tierra su pequeña empresa! Elsa Swon alzó la barbilla hasta un ángulo aún más desafiante resintiendo con amargura de la ventaja de altura de aquel gigante.
Los dos sabían perfectamente bien que ella no había recibido uno de los caros arco iris de vidrio soplado que acompañaban a las invitaciones.
-A mí no me ha invitado, señor Frost.
Mantuvo aquella parodia de cortesía con toda la fuerza de su odio.
Por el rabillo del ojo vio al maitre del hotel de esmoquin blanco seríalándola ante uno de los invitados, un hombre rubio y nervudo con cara de puerta que emanaba seguridad en todas sus facciones.
Elsa lo reconoció como el guardaespaldas que nunca estaba muy lejos de su jefe y cuando empezó a avanzar hacia ellos, los nervios se le pusieron a flor de piel.
Entre los acompañantes de Jack Frost se elevó un murmullo cuando él clavó la vista en el caro vestido de diseño de Elsa.
-Ah. Creo que es usted la que está teniendo poco tacto... aunque debo decir que viste extremadamente bien para alguien que alega bancarrota -dijo con un insultante tono condescendiente-.
Pensé que los ejecutores del embargo harían mejor su trabajo.
Ese traje solo hubiera servido para pagar a alguno de sus numerosos acreedores...
Jack enarcó las cejas con mirada maliciosa.
-Considerando las molestias que se ha tomado para meterse aquí, me sorprende que no se haya puesto un color más animado, aunque puede que el negro sea simbólico.
He entenado a su empresa y ahora usted está de duelo.
-¿O ese martirizado aspecto es para hacerme sentir pena por usted? ¿Ha venido a mendigar las migajas de mi mesa? Lo siento, pero como podrá ver... -hizo un gesto burlón hacia las mesas lujosamente ataviadas con cristal y plata-, todavía no hemos cenado.
¿Por qué no llama a mi secretaria y concierta una reunión conmigo en la oficina? Con un poco de suerte, podré darle algunos restos pero ya conoce el refrán: el mendigo no elige.