PARA desayunar, Elsa se coció uno de los huevos que todos los días ponían las gallinas que se buscaban la vida en el enorme patio trasero mientras ponía el agua a calentar.
Mientras comía en la desgastada mesa de la cocina, inhaló el sabroso aroma de pan cociéndose en el horno.
En dos cortas semanas había llegado a apreciar mucho los simples placeres de la vida, igual que había empezado a disfrutar del reto de poner un poco de orden doméstico en el caos que se había encontrado al llegar.
Ariel, que había heredado la destartalada propiedad pocas semanas atrás debido a la muerte de una tía abuela, le había dicho que podía usar la casa tanto tiempo como la necesitara.
Un agente de la propiedad inmobiliaria les había avisado de que no podrían alquilarla o venderla hasta que estuviera limpia y reparada, así que podía estar poco habitable, le había dicho a Elsa.
Pero ella se había aferrado a la posibilidad de hacer algo útil en su exilio auto impuesto y se había ofrecido a limpiar y hacer una lista de las reparaciones que no fuera capaz de hacer ella. Y no porque necesitara pagar por la casa, porque Ariel había insistido en que su marido y ella ya le debían a Elsa mucho más de lo que podrían pagarle nunca.
Se había quedado aturdida ante la llamada de teléfono de Elsa rogándole que le buscara un sitio barato para vivir.
Pero Ariel no tenía ni idea de que los problemas económicos de Elsa fueran tan extremos ni que tuvieran que ver con Jack Frost. Ariel y Conrad Martin se había trasladado a Welling. Tan poco después de su matrimonio y su decisión de establecerse a unos cientos de kilómetros de los padres de Ariel le habían permitido a Jane ocultar el impacto catastrófico que le había ncasionado la vuelta de Jack a Auckland.
Y ya no tenía sentido disgustar a Ariel cuando no había nada que ella pudiera hacer.
Conrad era mecánico y perseguía montar su propio taller y bien por orgullo, bien por inteligencia, se había negado a aceptar la ayuda económica de sus suegros, así que la pareja, con dos niños ya que mantener, no estaban en situación de ayudar a Elsa ni física ni económicamente.
Y, de todas formas, Elsa se había prometido a sí misma tres años atrás que no dejaría nunca que el pasado se interpusiera en su amistad.
Hacer aquella llamada había sido lo más duro que había hecho en su vida, pero por suerte e inesperadamente, Ariel le había solucionado la situación.
Había accedido a instante a la petición de Elsa de no hacerle preguntas aunque evidentemente ardía de curiosidad, así que Elsa se había evitado tener que contar incómodas mentiras.
Admitir que había caído en las redes vengativas de Jack era una cosa, pero confesar que también se había acostado con el antiguo prometido de Ariel era otra muy distinta. Y aún para más suerte, había resultado que Gertrude, la tía abuela de Ariel, había desarrollado una desconfianza hacia la autoridad y hacia el destino de la civilización que la había convertido en una superviviente.
Cada rincón posible de la casa estaba atiborrado de comida tenía un gran huerto que, junto con las gallinas y los frutales, suministraba la mayor parte de las necesidades alimenticias de Elsa.
Lo único que le hacia falta para la autosuficiencia era una vaca, pensó Elsa con una sonrisa mientras derramaba agua caliente en los platos que tenía en la palangana y el resto en la tetera.
Por supuesto que tenía inconvenientes la vida sencilla, sobre todo para una persona con una mano inutilizada.
Por suerte, Ariel había conseguido que un familiar de Conrad la llevara con sus pecas pertenencias en una furgoneta y una vez allí estaba atrapada por la necesidad de estirar su poco dinero para un tiempo indefinido.
Había electricidad, pero para abaratar las facturas, Elsa utilizaba por las noches las lámparas de aceite y las velas que Gertrude había almacenado en abundancia.
También había desconectado el termo de agua caliente y calentaba el agua en la cocina, donde quemaba también la basura que iba saliendo de la limpieza de las atestadas habitaciones.
Y era de agradecer el suave verano que le permitía ducharse con agua fría.
Todos los residentes de Piha se abastecían de agua por medio de tanques, así que ella tenía cuidado de economizarla reciclando el agua usada para el huerto y poniendo un ladrillo en la cistema.
Por lo menos tenía algo de ayuda a mano.
Su actual lectura consistía en viejos libros de Hágalo usted mismo y tomos de cocina que había encontrado en una caja bajo una cama.
De ahí su habilidad para hacer pan.
Elsa echó un vistazo al reloj y decidió que ya era hora de ver si había conquistado el problema de las quemaduras de hierro.
Abrió la puerta del horno para sacar la pesada lata de metal que había puesto a hornear antes de ir a dar su paseo matinal.
Posándola con cuidado en la mesa, apretó el dedo en la crujiente corteza sonriendo.
No era perfecto, pero desde qué estaba en Piha, Elsa había dejado de intentar vivir bajo ambiciones imposibles.
Incluso había descubierto que el fallo podía ser divertido si uno se reía de sus propios errores en vez de castigarse por ellos.
- Así que esta era tu oferta mejor! Elsa se volvió golpeando la mesa con la cadera y lanzando el pan por el aire.
Instintivamente estiró la mano sana para intentar agarrar la bandeja antes de que cayera al suelo sin dejar de mirar con la boca abierta al hombre que llenaba el estrecho marco de la puerta. Su confusión era tal que tardó varios segundos en responder a los receptores de dolor.
Lanzó un grito y soltó la barra de pan en la mesa bajando la vista hacia la mano enrojecida con macabra fascinación mientras la ampolla empezaba a aumentar.
-¿Qué te has hecho? Al instante Jack corrió a su lado sujetándole la mano por la muñeca mientras la volvía hacia el fregadero y abría el agua fría para ponerle la palma debajo del chorro. La obligó a permanecer allí mientras iba a buscar el teléfono móvil al coche y llamaba al doctor Frey.
-Sí. Sí. No, no tiene la piel dañada, sólo ampollas. Sí, bien. Lo haré. Gracias, Graham.
Súmalo a mi cuenta. Después de volver a meterse el teléfono en el bolsillo de los vaqueros, Elsa dijo con debilidad:
-No tenías por qué haberlo hecho.
Hubiera creído que Jack estaría menos intimidante vestido informal, pero de alguna manera, le hacía parecer más duro.
-Deberías saber a estas alturas que nunca hago las cosas porque tenga que hacerlas.
¿Cómo te sientes? Ella puso una mueca.
-No demasiado mal -era sólo una mentira a medias pues el agua fría le estaba produciendo un efecto anestésico-. ¿Qué ha dicho?
-Que podría haber alguna razón psicológica para que te accidentes siempre que estoy yo por los alrededores.
Elsa se dio la vuelta para mirarle salpicándole el polo blanco.
-¡No es verdad! Ha sido culpa tuya. ¡No deberías haberme sorprendido de esa manera!
-Eso está bien. Culpar siempre a alguien de los problemas en los que te metes -le volvió a poner la mano bajo el agua-. Tienes que mantenerla ahí al menos durante diez minutos para quitar el calor de la piel y aliviar del dolor. Voy a buscar el botiquín al coche.
Espera aquí. Apartó una silla de la mesa y la sentó al lado del fregadero antes de salir.
A Elsa le empezaron a picar los ojos al contemplar la rojez de la mano. Había aprendido el valor de un buen llanto desde que había llegado a Piha. Ya no tenía necesidad de estirar el labio superior cuando no había nadie alrededor para reírse de sus lágrimas, así que se había permitido sin ninguna vergüenza llorar todo lo que había querido. La sensación de alivio había sido enorme. En dos semanas había llorado por años de emociones reprimidas.
Estaba temblando cuando volvió Jack, que, sin decir una sola palabra, desapareció en las habitaciones traseras. Le oyó revolver antes de regresar con una manta que le puso sobre los hombros y las rodillas.
Cuando ya no le dolió sacar la mano del agua, la hizo acercarse a la mesa y se la secó con cuidado antes de ponerle una gasa estéril y vendarla.
-Deberías haber sido médico -bromeó ella para romper el tenso silencio.
Era la segunda vez que la había cuidado estando herida con una delicadeza que contrastaba con su intimidante talla y actitud.
A pesar de su violencia, no era difícil imaginarle como un buen doctor.
-Me hubiera gustado serlo, pero no pude permitírmelo.
-Ah.
Así que se hubiera convenido en un médico de éxito si no hubiera sido por su padre. En eso se parecían los dos.
-Yo queda ser diseñadora de moda.
Al instante se sintió estúpida. No había comparación en una noble profesión como la medicina y otra basada en la frivolidad de la moda. Pero para su sorpresa, él no se mofó.
La miró a la cara limpia y frunció el ceño.
-¿Y por qué no lo hiciste? ¿No tenías valor para oponerte a los deseos de tu padre por si te desheredaba?
Jack seguía arrodillado y lo bastante cerca como para ver el aleteo de enfado de sus fosas nasales.
-Sí, supongo que fue por eso.
Era la primera vez que no se defendía a sí misma.
-¿O es que te negaba algo que deseabas más? -preguntó él con suavidad para no permitirla que se cerrara en sí misma-. Como el amor... ¿Era Elsa Swon una pobre niña rica que buscaba con desesperación el amor de papá?
-! Oh, cállate! -explotó ella avergonzada de la imagen patética que estaba pintando de ella-.
Fuera por lo que fuera, fui muy buena en la dirección de Swon. Y había hecho una buena carrera si no hubieras aparecido tú a aplastarme.
Jack se levantó.
-Eso está mejor. Me habías parecido un poco pálida y traumatizada por un momento. Será mejor que tomes algo líquido.
Elsa le observó moverse por la cocina con la misma naturalidad que si fuera la suya para servir el té y de repente recordó lo que hubiera preferido olvidar.
-¿Cómo me encontraste? -Por la llamada desde el hotel. En la factura me pasaron el número, la hora y la duración de la llamada. Desde luego, me informaron mejor que tu pequeña nota agradeciendo mi generosidad y diciendo que habías aceptado una oferta mejor.
Elsa se llevó la mano vendada a la boca.
-¡Oh, Dios! Llamaste a ese número...
-Encuentro sorprendente que sigais siendo tan buenas amigas después de humillarla y mentir delante del altar, pero como Ariel misma ha dicho, ella prefiere perdonar. Una pena que no mostrara la misma capacidad conmigo. Me dijo que erais como hermanas y que en aquella época tú creías que la estabas protegiendo. Aparte de eso, fue bastante incoherente.
La mano de Elsa se había deslizado hasta el cuello con gesto de desmayo. Pobre Ariel, debió darle casi un ataque al corazón al escuchar su voz.
-¿Qué le dijiste? -preguntó con voz quebrada.
-Tú no le contaste demasiado cuando la llamaste, ¿verdad, Elsa? Bastante irónico.
Primero mientes diciéndole que somos amantes y cuando lo somos no se lo dices.
¿A quién se suponía que protegías esta vez?
Ariel no te hubiera contado donde estaba yo...
Elsa se detuvo con una sensación de haber sido traicionada.
-No, al principio no lo hizo. Pero puedo ser irritantemente insistente y muy persuasivo.
Elsa tuvo la repentina imagen mental de sus eróticos métodos de persuasión y frunció el ceño.
-Por suerte no tenías teléfono aquí porque creo que te hubiera llamado para advertirte.
-Si la has amenazado o acosado...
-¿Qué? - Jack posó la taza y apoyó los brazos en la mesa-. ¿Qué harías si lo hubiera hecho? ¿Qué puedes hacer?
-Habría pensado en algo.
-No hace falta que te preocupes. Ariel es mucho menos frágil de lo que era entonces.
Al final acabamos teniendo una franca conversación que nos aclaró muchas cosas por ambas partes...
A Elsa se le aceleró el corazón.
-¿Cómo de franca? ¿Te contó lo de Conrad? Supo al instante que había cometido un error.
Jack entrecerró los ojos con gesto de sospecha.
-¿Qué pasa con Conrad?
-Quiero decir ... que fue... bueno que fue idea de Conrad el que arreglara esta casa mientras estuviera aquí para que puedan venderla
-improvisó con rapidez.
Había sido una tontería pensar que después de tanto tiempo Ariel le confesaría que ya estaba enamorada de Conrad cuando estaba prometida a él.
Era por eso por lo que le había suplicado a Elsa con tanto fervor que la ayudara.
Ariel y Conrad, antiguo chófer de los padres de ella, habían dejado de luchar contra sus sentimientos y habían admitido su mútuo amor. Si Elsa no hubiera encontrado la forma de impedir la boda, habría tenido que hacerlo Conrad, un hombre tranquilo, tímido y con miedo de nos ser bastante para la chica a la que amaba. Elsa supo que Ariel tenía razón cuando entre sollozos le había dicho que entre sus padres y Jack se lo comerían.
Y también hubiera tenido que ser ella de acero para resistirse a aquellos desafortunados amantes luchando contra el destino.
-¿De verdad? Jane supo que Jack no le había creído ni una sola palabra.
-¿Por qué has venido? -preguntó de repente.
El enarcó una ceja.
-Quizá para averiguar qué habías hecho con mis diez de los grandes. El cheque no ha sido cobrado.
-Sólo porque no he tenido tiempo de ir al banco -mintió Elsa con los ojos tormentosos-. Ya te dije que no te lo iba a devolver. Como tú bien dijiste, me gané hasta el último centavo.
-Cierto. Sólo que pensé que podías haberlo perdido. Iba a firmarte otro si fuera así.
Comprendiendo que la estaba liando, Elsa desvió la atención a la taza de té que se le estaba enfriando.
Intentó sujetarla con las dos manos, pero le dolió la palma de la derecha del calor.
Con la izquierda no podía y al final consiguió levantarla posándola en la mano izquierda y manteniéndola en equilibrio con los dedos de la otra.
-Va a ser difícil, ¿verdad?
-¿El qué?
-Sobrevivir. Supongo que ya era bastante complicado hacer las cosas con sólo una mano, pero Graham dice que pasarán varios días antes de que se te cure.
Mientras tanto, tendrás que cambiarte la venda todos los días y mantenerla seca para evitar infecciones. Apenas puedes mantener la taza recta, así que, ¿cómo vas a cocinar, lavar, limpiar... o hacer nada en la casa?
-Me las arreglaré -exclamó ella enfurecida por su lógica.
-Pero, ¿por qué tienes que hacerlo? -preguntó él con suavidad-. Después de todo, según tú misma señalaste, es culpa mía que te encuentres en este estado y le prometí a Ariel que me aseguraría de que te encontraras bien. Se preocupó mucho cuando se enteró de que habías venido sola con una mano rota. Tampoco le contaste eso...
Elsa posó la taza con estrépito en el plato.
-Maldito seas. Ella no había visto los periódicos. No quería meterla en todo este...
-Ni tampoco yo, así que no le dije que te habías roto la mano contra mi mandíbula.
¿Es que no me creíste cuando te dije que había guardado a los perros? Cuando vuelvas a Auckland descubrirás que ya he extendido el rumor de que hemos arreglado las diferencias que había entre nosotros.
Elsa bajó la vista hacia sus manos al comprender algo que había empezado a forjarse las dos semanas anteriores. No quería volver. El acto de venganza de Jack le había dado la oportunidad de empezar una vida nueva. Sí, tenía miedo del incierto futuro, pero también estaba excitada ante su nueva libertad. Aislada de las presiones y las expectativas del pasado, podría conformar su propio destino. No quería volver a ser la persona que había sido, obsesionada con el éxito y con mantener el control, sola, ambiciosa y profundamente insatisfecha.
Inspiró con fuerza.
-Mira, no sé por qué te has molestado en seguirme hasta aquí...
-¿No lo sabes? -dio la vuelta a la mesa-. ¿Crees que hubiera aceptado tu insultante nota como última palabra? Si querías darme el beso de despedida, podrías habérmelo dado en persona. Ante la mención del beso, Elsa dirigió de forma mecánica la mirada hacia sus labios y la apartó aprisa, pero él había visto su destello de ansia.
La voz de Jack se hizo más profunda. -O quizá no confiaras en ti misma para decirme que no a la cara. ¿Tenías miedo de que tus deseos se pudieran desatar de nuevo, Elsa y de que acabáramos en la cama juntos? ¿Es por eso por lo que te has escondido aquí? Como siempre, ponía su contradictorio comportamiento en evidencia.
Elsa se cruzó de brazos y sacudió la cabeza con energía, pero esa vez Jack se estiró y la asió por la coleta, retorciendo la sedosa mata entre sus dedos y obligándola a detenerse.
Con la otra mano la inmovilizó la barbilla.
-¡Cobarde! Por una vez, ella no picó el anzuelo.
-¿Te resulta tan imposible aceptar que no estoy interesada? -preguntó con calma.
-Imposible no... -deslizó el dedo pulgar por su labio inferior y observó sus ojos dilatarse y sus senos temblar-. Sólo muy improbable. Y antes de poder discutir su arrogancia, él añadió con rapidez:
-Dada nuestra historia, tienes derecho a tener miedo... pero, ¿por qué dejar que el pasado nos niegue la oportunidad de explorar el único placer que nos damos el uno al otro? ¿Por qué no dejar que algo bueno salga de lo malo? La rozó la boca con el pulgar.
-Eres una chica de ciudad. No tienes por qué vivir de esta manera... no perteneces aquí.
Vuelve conmigo y te proporcionaré todo el reto y excitación que quieras.
Los dos sabemos por amarga experiencia que no hay garantías en la vida, pero te puedo prometer una cosa con seguridad: que no haré nada deliberadamente para hacerte daño.
Elsa creía en la sinceridad de sus palabras, pero la promesa no era suficiente. Podía no hacerle daño a propósito, pero se lo haría igual. Era tan inevitable como la marea que bañaba las playas de Piha todos los días.
Si se hacían amantes, Elsa sería la que más sufriría con la ruptura. Y en todo caso, se sentía menos capaz de vivir una aventura ahora que dos semanas atrás.
Aquel tiempo sola le había arrancado la dura máscara de sofisticación que siempre se había esforzado por mantener.
Convenirse en la amante de Jack podría satisfacer temporalmente las ansias de su cuerpo, pero sólo intensificaría el vacío de su alma. Era como una adición creciente y el único camino seguro de escapar antes de estar totalmente enganchada era pasar el mono.
-Bien, pues te darás la vuelta y te irás -dijo Elsa con dureza-. Porque da la causalidad de que ahora me gusta vivir aquí -agitó la cabeza para soltarse la coleta de sus manos con tal fiereza que los ojos se le llenaron de lágrimas-. No quiero irme de Piha y desde luego, no voy a meterme en una aventura con nadie en este momento. Sólo quiero que me dejen en paz. ¿Te queda claro? Elsa se sintió devastada cuando él ni siquiera intentó discutir. Sólo le dirigió una larga mirada, un asentimiento con la cabeza y salió de la casa.
Ella observó su potente coche arrancar entre un chirrido de llantas mientras daba la vuelta y salía a la carretera y fuera de su vida.
Entonces volvió a sentarse a la mesa y empezó a sollozar. Se dijo a si misma que el que hubiera cedido con tanta facilidad sólo probaba sus dudas acerca de la relación que podían haber mantenido. No podía haberla deseado con tanta desesperación después de todo. Su ego le había obligado a seguirla, pero cuando la había encontrado en aquel entorno sórdido y pobre, más objeto de lástima que de lujuria, había comprendido que ya no era un desafío ni para su intelecto ni para su libido.
Toda la mañana, mientras luchaba contra su nuevo impedimento, se dijo a sí misma que estaba mejor sin él. Sobreviviría como había sobrevivido a otros contratiempos de la vida: sola.
Unas horas más tarde, estaba fuera en el jardín cansada y sudorosa buscando más huevos cuando creyó oír un ruido extraño en la casa. Posó la cesta en el suelo y se movió por un costado de la casa hasta el garaje, frunciendo el ceño al ver una furgoneta blanca aparcada frente al césped agostado del jardín frontal. En el lateral del vehículo aparecía el logotipo de una compañía telefónica.
Se acercó a la entrada justo a tiempo de ver a un hombre en mono desaparecer por la puerta abierta.
-¡Eh! -gritó Elsa corriendo tras él hasta casi tropezar con otra mujer con el mismo uniforme que esperaba en su propio recibidor-. ¿Qué está pasando aquí?
-Le estarnos conectando el teléfono y el fox
-dijo la mujer con varios clavos entre los dientes-. La conexión hasta la casa parece en regla, pero hay que cambiar parte del cableado de dentro.
-Debe haberse equivocado. Yo no he pedido nada. iTienen que parar! -cuando la mujer no le hizo ningún caso, Elsa apretó los dientes.
Todavía no se había acostumbrado a que la gente no obedeciera al instante sus órdenes-.
¿Quién es el encargado aquí? La mujer alzó la cabeza rubia en dirección al comedor y Elsa se apresuró a enfrentarse al culpable.
Estaba instalando un fax último modelo en la esquina de un viejo escritorio que Elsa estaba restaurando por las tardes rascando la suciedad de años y cubriéndolo con una fina pátina de aceite y ceras.
Era un hombre joven y no se preocupó en absoluto por sus protestas.
-Mire, es evidente que se ha cometido un error -si Ariel hubiera estado muy preocupada, podría haber encargado el teléfono, pero ¿el fax?-. ¿Tiene usted la orden de pedido? Quiero saber quien ha encargado estas cosas.
-Yo. Por segunda vez en el mismo día, Elsa sufrió un vuelco en el corazon ante la repentina aparición de Jack, que entró en la habitación con un maletín y un ordenador portátil. Echó un vistazo a la habitación más grande y soleada que era la ocupada por Elsa y pasó a la siguiente. Posó sus cosas en la descolorida moqueta al lado de la pesada cama de roble. -Necesito el teléfono y una línea apane para el fax para mantenerme en contacto con mi oficina. Por suerte, en estos tiempos no hay necesidad de dirigir las cosas en persona. Puedo acceder a Spectrum desde mi portátil y tengo delegados muy competentes que podrán encargarse de las reuniones en mi ausencia. Con fax y correo electrónico podré tener sus informes antes de lo que tardarían en pasarme la copia impresa a mi oficina.
¡Parecía que se estuviera trasladando a vivir allí!
-¿De... de qué estás hablando? Elsa le siguió balbuceante mientras Jack daba instrucciones con calma a la trabajadora del recibidor antes de salir hacia un vehículo aparcado al lado de la furgoneta. No era el elegante Mercedes, sino un todo terreno que parecía bastante usado pero muy bien cuidado, Plantó la bota en la barra protectora trasera y alcanzó otra caja.
De pie tras él, Elsa se enfrentó a unos vaqueros blanquecinos apretados contra aquellas nalgas masculinas. Jack se dio la vuelta y al sorprenderla mirándole esbozó una sonrisa que le erizó el vello.
-¿Creías que iba a salir corriendo como hiciste tú? -ella se sonrojó y Jack soltó una carcajada que denotó que se había fijado en su sonrojo-. Te sienta bien. Pero la acción habla más fuerte que la palabra, sobre todo con una mujer tan terca como tú. Te guste o no, ahora mismo necesitas ayuda y si la montaña no va a Mahoma...
Ella seguía discutiendo con él cuando los dos intrigados trabajadores de telefónica probaron el sistema y se fueron con desgana.
-No puedes trasladarte a mi casa de esta manera.
-Ya lo he hecho -dijo Jack. Después de ordenar sus pertenencias a su gusto, se tendió todo lo largo que era en la cama que había elegido y puso una mueca ante el polvo que flotó en el aire y el crujido de los muelles.
-¿Es la tuya mejor que ésta? Elsa se negó a contestar, así que él se fue a investigar por su cuenta tirándose en su largo sofá cama y botando unas cuantas veces.
-¡Ah, este es mejor! No mucho, pero algo mejor -cruzó los brazos tras la cabeza y miró a Elsa que le estaba mirando con furia desde el borde de la cama-. Supongo que no querrías cambiármela, ¿verdad?
-¡No! Él la miró entrecerrando los ojos.
-O compartirla.
Elsa apartó los ojos de aquella hipnótica mirada.
-¿Qué pasa, Elsa? ¿Te agita tenerme en tu cama? Hum... Giró la cabeza y frotó la mejilla contra la almohada, olisqueando y recordándola vivamente lo erótico que había encontrado aquel aroma cuando habían hecho el amor.
-¡No puedes quedarte aquí! No te dejaré...
-¿Qué vas a hacer, llamar a la policía para que me saquen a patadas? -le brillaron los ojos de curiosidad-. Porque esa es la única forma en que podrías deshacerte de mí.
Elsa estaba buscando una respuesta apropiada cuando sonó el teléfono. Jack lanzó un gemido y se levantó a contestarlo.
Al instante era todo profesionalidad, sentado al escritorio, conectando el portátil y hablando mientras examinaba una serie de archivos.
Elsa se fue a la cocina deseando poder romper las cosas para descargar la frustración. Pero tuvo que contentarse con murmurar entre dientes. Por su actitud, parecía implicar que ella hubiera estado esperando que la siguiera cuando no había nada más lejos de la verdad. Elsa no iba a cargar con la culpa de sus depredadores instintos sexuales.
-¿Dónde tienes la aspiradora?
Ella dio un respingo. -¿Qué?
-Voy a aspirar la habitación, con la cama incluida. ¿Dónde guardas la aspiradora?
-No tengo -dijo ella con maliciosa satisfacción-. Sólo hay una escoba para las alfombras -él abrió la boca con sorpresa-. Y no te atrevas a encargar una o la romperé en la puerta.
-¿Te gusta hacer las cosas difíciles sólo por placer, Elsa? Ella le miró con la mayor dureza posible dados sus pantalones cortos y su vieja camiseta.
-¿Qué pasa, Jack? ¿Estás demasiado acostumbrado a la vida cómoda como para dedicar un poco de tiempo a las honestas tareas del hogar? No creo que vaya a necesitar a la policía para deshacerme de ti, las incomodidades lo harán por mí. El se encogió de hombros y ella gritó a sus espaldas:
-Sólo recuerda que se supone que debes ahorrar agua y electricidad. Y te puedes preparar tus propias comidas, también.
¡ No pienso pagar el precio de tu extravagancia! Escuchó un gruñido desde el pasillo y poco después le oyó barrer la vieja moqueta. Le vio sacar el colchón al patio como ella misma había hecho dos semanas atrás y atacarlo con el palo de una escoba levantando nubes de polvo. Tuvo que contenerse para no soltar una carcajada.
Pero dejó de reírse cuando vio cómo se hacia la cama con eficiencia con sábanas limpias que encontró en un armario y empezó a dar una vuelta por la casa para investigar las deficiencias.
Para evitar su presencia, Elsa agarró un libro y una toalla y se fue a la playa, sólo para tener enseguida a Jack aposentado en la arena a menos de un metro de distancia con un diminuto traje de baño azul que dejaba poco a la imaginación.
Sin siquiera preguntar, abrió una descolorida sombrilla que a ella le sonaba haber visto en el garaje y la acomodó para protegerla del sol por completo. Entonces se echó con pereza y empezó a ponerse crema protectora.
Si hubiera llevado gafas de sol, Elsa podría haberle espiado en secreto, pero sólo tenía el viejo sombrero de paja de la tía Gertrude y tuvo que aparentar no fijarse en él. Ya que no podía meterse en el agua, Elsa no se había molestado en ponerse el traje de baño, pero ahora sentía una necesidad desesperada de refrescarse, sobre todo cuando una rubia escultural en bikini se acercó para ofrecerse a extenderle la crema a Jack en la espalda.
El sonrió y la rechazó con discreción.
-Mi novia es muy celosa -dijo dirigiendo una mirada a la cara sonrosada de Elsa -. Parece muy inofensiva, pero créeme, es una tigresa cuando defiende su territorio.
Elsa estaba todavía ardiendo por el recuerdo cuando esa misma tarde Jack se negó a dejarla preparar algo de cena apoyando una silla contra la manilla de la puerta e ignorando sus llamadas y patadas contra los sólidos paneles de roble. Por fin la dejó pasar, pero sólo cuando ella aceptó compartir su cena. El hecho de que sus spaguettis con verduras estuvieran más sabrosos que todo lo que se había cocinado ella en dos semanas, sólo aumentó su resentimiento. Sólo le salvó la vista de su pan, cortado en limpios triángulos y untado generosamente de mantequilla.
Jack había hecho caso a su petición de que ahorrara luz eléctrica y había encendido velas creando un ambiente muy romántico Por una vez, se comportó como un perfecto caballero contándole que había aprendido a cocinar cuando su madre trabajaba y tenía que cuidar de su hermana Melissa y que después, su madre se había casado con un cocinero y ahora eran socios en uno de sus dos restaurantes.
Elsa habló poco concentrándose en sujetar el tenedor entre dos dedos y en cuanto terminaron de cenar anunció que se iba a la cama a leer.
-¿Es eso prudente después de una cena copiosa? - Jack frunció el ceño-. ¿Por qué no damos un paseo por la playa? La luna todavía no se habrá levantado sobre los acantilados, pero tengo una lintema en el coche.
Una noche cálida, una playa oscura, las olas batiendo, un hombre sexy...
Elsa sintió el corazón acelerado ante las posibilidades.
-No. Estoy demasiado cansada.
Jack la siguió a la habitación y la observó poner una vela en la cómoda que había al lado de su cama.
-¿Cómo piensas bañarte? Después de un día caluroso como el de hoy, debes estar muerta de ganas por sentir la piel limpia y suave bajo las sábanas, pero ahora que tienes las dos manos imposibilitadas...
Sus palabras eran tan evocadoras que Elsa sintió al instante cada grano de arena en la piel.
-La mano izquierda está mucho mejor de lo que estaba. Me las arreglaré.
-No creo, por la forma en que manejas el tenedor. No seas tonta, Elsa. Tardarás siglos y probablemente te harás daño. ¿Por qué no me dejas que te dé un agradable baño? Elsa se dio la vuelta con la boca abierta. De pie en el umbral de su puerta, el diablo todavía conseguía parecer bienintencionado.
-Te sentirás mucho mejor después.
¡Eso ya podía imaginárselo! -Creo que pasaré del baño por esta noche! El se acercó al diván sin desanimarse por su vehemente negativa. Bajo la luz de la vela parecía muy grande y sombrío.
-¿Qué hay de tu ropa de dormir? ¿Qué te pones para meterte en la cama? Con la mano lesionada, le resultaba más cómodo dormir desnuda que ponerse uno de los caros camisones de seda que se les habían pasado por alto a los tasadores.
-No es asunto tuyo.
Él dio otro paso adelante.
-Ya entiendo -dijo con voz ronca y sugerente-.Pero quizá conmigo en la casa te sientas más segura si te pones algo.
¿Necesitas que te ayude a desvestine? Ella sacudió la cabeza y se mordió la lengua.
Jack se acercó y señaló uno de los botones de su camiseta.
-¿Estás segura? .
Ella asintió aturdida.
-¿Y qué pasa con el sujetador? ¿Se desabrocha por delante o por detrás?
-Por detrás -susurró ella. icómo sabía él que aquel era su punto débil de defensa! Había intentado no ponerse el sujetador desde la lesión, pero su tamaño le hacía sentirse incómoda y le daba vergüenza la forma en que se le movían los senos bajo la ropa como para salir a la calle. Ponerse el sujetador con una sola mano había sido muy difícil, pero no imposible.
Pero ahora... Elsa cerró los ojos rindiéndose a lo inevitable. Pero él no le quitó la camiseta. Sus manos estaban calientes cuando se deslizaron por la cinturilla de la camiseta floja, se separaron para subir por encima de sus costillas y se volvieron a unir a la altura de sus costillas. Su aliento era cálido contra su frente mientras desabrochaba con rapidez el pequeño cierre y sus grandes senos se agitaron, descendiendo por su pecho y rozándole ligeramente...
Se quedaron los dos paralizados durante un largo momento y entonces Elsa sintió su suspiro cuando Jack bajó las manos y dio un paso atrás. Elsa abrió los ojos.
La mirada de Jack era sombría y firme.
-Si necesitas más ayuda, sólo tienes que pedirla.
Elsa no podía ni hablar.
A Jack le aletearon las fosas nasales y pareció tensarse acentuando su amplia espalda, sus mejillas angulosas y la mandíbula cuadrada.
Sin decir una solí palabra, le deslizó hacia arriba la camiseta y con delicadeza le bajó los tirantes del sujetador por los brazos.
Se arrodilló, le desabrochó los pantalones cortos y se los quitó, junto con las braguitas.
Ni una sola vez apartó los ojos de ella. Se levantó entonces para apartarle la ropa de la cama la ayudó a meterse entre las sábanas blancas de algodón arropando su voluptuosa sensualidad hasta el pecho.
Entonces abandonó la habitación volviendo a los pocos minutos con un cuenco de agua jabonosa, una toallita y su cepillo del pelo.
En silencio, extendió la toalla, se sentó al borde de la cama y se lavó lentamente la cara, el cuello, los hombros y la parte superior de los senos que sobresalían por la sábana doblada. Su cara era una máscara de oro fascinante bajo la luz de las velas mientras le secaba la piel y le soltaba el pelo, para peinarlo contra la almohada.
Se inclinó entonces y apagó la vela y en la aterciopelada oscuridad, Elsa sintió sus labios brevemente contra su ceño, sus ojos y su boca. Entonces, sin decir una sola palabra, cerró la puerta tras él con un suave chasquido.Continuará.....