¡La estaba volviendo loca! Cuatro días más tarde su impuesto invitado seguía firmemente asentado y la paz de Elsa había quedado hecha pedazos.
El teléfono estaba sonando constantemente y Jack era un torbellino perpetuo de actividad.
Cuando no estaba enviando por fax informes o manteniendo conferencias telefónicas, se dedicaba a las tareas domésticas con una eficacia irritante o a hacer trabajos de reparación en la casa con las herramientas que había encontrado en el garaje.
Parecía ajeno a las incomodidades de la atestada casita. De hecho, se lo tomaba como un desafío diario. Si se escapaba a la playa, le imponía también allí su presencia, corriendo, haciendo surfing, hojeando informes o charlando hasta que era imposible ignorarle. Era tan incansable en su misión de ayuda como lo había sido persiguiendo la venganza.
-¿Es que nunca te relajas? -había farfullado Elsa la segunda tarde, cuando se había acercado a ella para proponerle jugar al ajedrez en vez de dejarla tranquila leyendo bajo la lámpara de aceite.
No le dejaba mover un sólo dedo y parecía dispuesto a involucrarla en todo lo que hiciera. El pareció genuinamente sorprendido.
-Estoy relajado.
-Si esta es tu forma de estar relajado, odiaría verte excitado -dijo con sequedad arrepintiéndose al instante de sus palabras cuando a él le brillaron los ojos de diversión.
-Ya me has visto -la recordó-. Y desde luego no lo odiaste.
Elsa se arrellanó más en el cómodo sillón deseando que no estuviera tan imposiblemente sexy vestido de negro. Llevaba una camisa arremangada y pantalones vaqueros y sin embargo en él era muy elegantes.
Su guardarropa parecía crecer día a día mientras Elsa se veía obligada a ponerse lo que le resultaba más fácil, normalmente los odiosos pantalones conos y la camiseta.
Elsa ladeó la cabeza.
No le importaba su aspecto, ya no pensaba vestirse nunca más para impresionar.
-Quiero decir que pareces estar siempre activo cuando estás despieno
-dijo al verlo sacar el tablero de un polvoriento rincón-.
Sólo descansas cuando estás dormido.
Ella había sido así también, comprendió y hasta que no le habían quitado todo no se había dado cuenta de lo mucho que le había robado el disfrute de la vida.
Jack se encogió de hombros.
-En mí es natural.
He trabajado duro toda la vida y de hecho, esto es lo más parecido a unas vacaciones que he tenido en años.
Bajó los párpados al recordar las vacaciones que había planeado para su luna de miel.
Elsa se agitó incómoda bajo su mirada fija.
-Ariel siempre decía que encontrabas los negocios más interesantes que a ella
-comentó Elsa sin saber que le había leído el pensamiento.
Jack abandonó las piezas de ajedrez y se acercó a ella. -¿Acudía siempre a ti con todas sus mezquinas quejas acerca de mí?
-No eran mezquinas. No en Ariel.
-Evidentemente no. Pero si hubiera acudido a mí en vez de a ti, podríamos haberlas solucionado.
-Lo dudo -dijo Elsa de forma involuntaria recordando los suaves ojos verdes de Ariel empañados en lágrimas de angustia por su amor por Conrad. Fuera lo que fuera lo que hubiera sufrido Jack, al menos no había tenido que enfrentarse a saber que le habían cambiado por un hombre con la décima parte de su carisma. El entrecerró los ojos como hacia siempre que sospechaba de algo.
-¿Es que no la satisfacía en la cama? ¿Fue por eso por lo que estuvo tan dispuesta a creer que tenía una aventura con otra?
-Si ni siquiera os acostabais -protestó Elsa.
Se mordió el labio al instante al comprender la trampa que le había tendido.
El pareció satisfecho de su admisión.
-¿También te contaba eso?
-No era asunto mío -dijo ella apanando al vista. Quizá si no hubiera desanimado a Ariel desde el principio de sus confidencias, las cosas no hubieran dado un giro tan brusco.
Pero había sentido una envidia suprema cada vez que Ariel hablaba de Jack y había intentado aparentar un desinterés profundo.
-Supongo que sabrás que todavía era virgen.
Dijo que quería esperar al matrimonio -dijo él con suavidad clavando la mirada en la cara desviada de Elsa -. ¿Animaste tú esa idea por casualidad...? A Elsa le destellaron los ojos azules y alzó la barbilla con orgullo.
-¡Oh, no! ¡No puedes culparme a mí de eso! Nunca entendí como pudo...
Apretó los labios antes de decir demasiado.
-¿El qué? ¿Rechazarme? -tentó él con su irresistible malicia-. Ya sé que me encuentras sexualmente irresistible, Elsa -dijo haciéndola sonrojarse-. Pero estamos hablando de alguien con un fuerte sentido de la moralidad y con una timidez innata.
Elsa no pudo evitar lanzar un bufido. No había sido la moralidad lo que había impedido que Ariel se acostara con su prometido, había sido el amor por otro hombre.
¡Desde luego que con Conrad no había sido tímida!
-Mientras que tú... -murmuró él especulador-.Creo que si tú estuvieras enamorada de un hombre, no podría echarte de su cama. El sonrojo de Elsa se hizo más violento al recordar el descaro con que se había comportado en el hotel.
-Si quieres decir que no tengo sentido de la moralidad...
-De ninguna manera. Lo que estoy diciendo es que en cuanto te comprometes a alguna vía de acción, para ti no hay medias tintas, ni retrocesos... a todo vapor y adelante y malditos sean los torpedos. Mucha gente encontraría esa fuerza intimidante, sobre todo en una mujer.
-¡Eso es su problema! -declaró Elsa no muy segura de si sentirse halagada o insultada por aquella descripción.
-Estoy de acuerdo. Por suerte no es mi caso.
A mí no se me intimida con facilidad. Se frotó la barbilla sumido en los recuerdos.
-A mí tampoco -dijo ella mirando con resentimiento su inmensa figura-. Así que ya te puedes olvidar de que juegue al ajedrez contigo.
Estoy relajándome con un libro y cuando acabe este capítulo, voy a meterme en la cama... a dormir -añadió apresurada.
El no se movió.
-No estoy acostumbrado a acostarme tan pronto. Me cuesta dormir. Doy vueltas en la cama durante horas.
-Probablemente sean los muelles del colchón.
-Podría ser -dijo él con una sonrisa maliciosa-. ¿Te importa venir a mi habitación a ayudarme a alisarlo? Con dificultad, Elsa mantuvo la vista en la de él consciente de que tenía sus caderas a la altura de los ojos.
-Perdona, pero estoy imposibilitada -dijo con suavidad levantando las manos vendadas.
-No las necesitarás; puedes usar la boca.
Da la casualidad de que sé que tienes una lengua muy versátil -se rió ante su expresión, lo que le produjo una oleada de excitación en el sistema nervioso-. Has acertado en eso, ¿verdad, dulzura? Creo que es más relajante una buena conversación que una competición de ajedrez.
Jack estiró sus imponentes músculos dejando el tablero para acercarse al sofá donde estaba ella acurrucada.
-Estaremos más a gusto aquí sentados contándonos más cosas nuestras.
Eso era lo último que ella deseaba, ya que conseguía hacerla decir cosas que prefería ocultar.
Así que, por supuesto, acabaron jugando una partida de ajedrez que Elsa perdió aunque Jack no estaba demasiado concentrado.
El problema era que por muy absorto que pareciera estar en sus actividades, siempre parecía saber dónde se encontraba Elsa y lo que estaba haciendo.
Ni siquiera podía salir al jardín sin su interferencia. Esa misma mañana, ella había esperado hasta saber que estaba inmerso en una conversación con su oficina antes de escabullirse al jardín para arrancar malas hierbas. Había conseguido desarrollar una técnica indolora usando un palo de bambú largo cuando una sombra apareció a sus espaldas y le quitaron el palo de las manos.
-¿Tienes que hacer esto ahora? La irritación de Jack era como música para sus oídos.
-Sí.
El suspiró. -Dime qué tengo que hacer.
-No me tientes -dijo ella con sarcasmo mirando el palo en su mano. Jack bajó la vista y se arrodilló al borde del parterre.
-Ya sé que estás frustrada por la forzada inactividad, pero no quiero que te manches la venda ahora que las ampollas están cicatrizando.
-¡Tú no quieres que haga nada! -explotó ella con irritación. Aquella calmada voz le ponía los nervios de punta. No quería que fuese amable, queda verlo enfadado y hostil y fácil de odiar.
-Sólo estoy siguiendo las órdenes del médico.
La mayoría de las mujeres estarían encantadas de tener a un hombre a toque de campanilla a todas horas.
-Alrededor puede, pero encima todo el día no creo.
-Sólo estaba intentando ayudar.
-¿De verdad? ¿O es que disfrutas viéndome sufrir? Su amargo comentario fue seguido de un silencio embarazoso.
Jack se sentó a su lado.
-Siento que creas eso -dijo con gravedad-.
Quizá fuera verdad.. en otro tiempo. Pero eso fue antes de conocerte.
Elsa soltó un silbido.
-Tú no me conoces.
-Tan bien como cualquiera, sospecho.
El hecho de que tus mejores amigos vivan en Wellington lo dice todo, ¿no crees, Elsa? No te gusta que la gente se te acerque mucho.
Prefieres mantenerla a cierta distancia por si descubren que no eres tan dura como aparentas.
Elsa se pudo rígida. ¿Era lástima lo que escuchaba en su voz?
-Ahórrame tu barato psicoanálisis.
-No te pongas tan a la defensiva. Estoy haciendo un esfuerzo porque confíes en mí, Jane. Los dos hemos sido culpables de malicia y prejuicios en el pasado. Tú dijiste que estabas buscando un nuevo comienzo en Piha, así que, ¿por qué no aceptas mi oferta de amistad?
-Porque tú no quieres que seamos amigos
-dijo con aspereza.
-Los amantes son amigos, Elsa.
Ella dio un respingo.
-No siempre. No había habido nada de amistoso en su encuentro sexual en el hotel.
Y Elsa nunca había mezclado el sexo con la amistad tampoco.
Por lo que a él respetaba, hacerle el amor a Elsa había sido sólo una estrategia financiera, un intento de cimentar su lealtad.
-¿Has tenido muchos? Ella frunció el ceño.
-¿Amigos?
-Amantes.
-Uno o dos.
-Bueno, está claro que yo no fui el primero, así que me convierte en el número dos
-bromeó acertando-. ¿Fui mejor que el otro chico?
Elsa se puso de pie señalando las zanahorias con mano temblorosa.
-Hace falta quitar las malas hierbas y cavar entre las hileras. Si no, saldrán raquíticas
-dijo repitiendo lo que había leído en una guía de horticultura esa misma mañana.
-¡O sea que acerté! -gritó él a sus espaldas mientras ella entraba en la casa.
Dios, era enervante, pensó mientras se ponía a clasificar una caja de ropa vieja. Y mucho más cuando tenía razón. Si pudiera al menos imaginar sus verdaderos motivos para imponerle su presencia...Si no era por venganza, si sentía auténtico remordimiento por haberla conducido hasta las circunstancias actuales, ¿no estara encantado de aceptar su ruego y dejarla en paz? Y si había ido allí a seducirla, ¿Por qué no lo intentaba con su habitual eficacia en vez de jugar al gato y al ratón? La primera vez había establecido la rutina.
Jack tenía la capacidad única de burlarse de ella, irritarla y enfadarla con su actitud de jefe para confundirla al instante con una ternura que casi le hacía empezar a creer que podían existir los milagros...
Entonces, justo cuando ella estaba al borde de la rendición, muriéndose de ganas de que se aprovechara de su vulnerabilidad, él se retiraba dejándola con un vacío y una frustración física inmensos.
Jack seguía sopesando las causas de su actuación cuando llamaron a la puerta.
-¿Está Jack? Elsa se quedó mirando a la alta y delgada pelirroja con un vestido ajustado de color verde ácido que golpeaba con impaciencia el suelo con los tacones altos de sus sandalias. Aparcado cerca del todo terreno, había un deportivo con el motor todavía en marcha.
-¡Oh, sí!
-Bien.
Sin esperar a que la invitaran, la joven casi empujó a Elsa para entrar clavando con curiosidad sus ojos verdes a su alrededor y abriéndolos mucho al ver la pintura desconchada y los muebles arañados.
-¿Dónde está... aquí?
Se dirigió hacia el zumbido del fax en el comedor.
Elsa sintió que le ardía la sangre. ¿Cómo se atrevía Jack a invitar a una desconocida allí? Especialmente a una preciosa pelirroja de piernas inmensas que le hizo sentir a Elsa como una descuidada ranchera.
-No, está fuera cavando el jardín.
-¿El jardín? ¡ Si Jack odia la jardinería! Elsa sonrió a aquella cara incrédula disfrutando de la sensación de venganza hacia los dos.
-Ya lo sé. ¿No es un encanto? ¡No se cansa de hacer cosas por mí ! -dijo ganándose una mirada incendiaria de aquellos ojos muy pintados. La visitante se apresuró a salir a la puerta trasera. Su caminar revelaba que a pesar del sofisticado maquillaje era mucho más joven de lo que parecía, demasiado joven para un cínico maduro como Jack.
¡ Asalta cunas!, pensó con furia mientras la chica se acercaba a Jack agitando sus rizos pelirrojos teñidos.
Jack alzó los ojos con desmayo al verla y unas cuantas plantas de zanahorias se le cayeron de las manos.
Vaya..., así que no esperaba la visita de su pequeño juguete.
Un momento después, las plantas cayeron de sus manos cuando ella se lanzó a sus brazos para darle un abrazo que hizo que a Elsa se le retorcieran las entrañas.
Encajaban juntos con la facilidad de una larga intimidad. Elsa se cruzó de brazos mientras la pareja se enfrascaba en una animada conversación, los delgados brazos de la chica gesticulando con exageración mientras que el lenguaje corporal de Jack era muy defensivo.
¡Dios, esperaba que tuviera grandes problemas para explicarse ! Jack vio a Elsa, todavía de pie en la terraza del porche y pasó el brazo por la estrecha espalda de la chica tirando de ella hacia la casa a pesar de su evidente reticencia.
-Espero que Melissa no haya sido ruda.
A veces tiende a actuar antes de pensar en lo que a la familia respecta.
¿Melissa? Intentó no quedarse con la boca abierta al comparar a aquella criatura con la niña de dieciséis años que había actuado de dama de honor en la boda de Ariel. Por eso le habían resultado tan familiares aquellos hostiles ojos verdes. Jack notó su mirada de aturdimiento.
-Por supuesto... ¿quién creías que era? -preguntó con curiosidad.
Elsa se puso rígida.
-No tenía ni idea, ya que no se paró ni a presentarse -dijo con frialdad mientras los seguía a la cocina donde Jack se dispuso a preparar con calma el té.
-¿Celosa, Elsa? -murmuró Jack a su oído al pasar a su lado para poner el agua al fuego.
-¡Ni lo sueñes! -murmuró ella ignorando su sonrisa de suficiencia y la mirada de resentimiento de Melissa.
-¡oh, sí...a menudo! Sus suaves palabras fueron acompañadas de un roce en su cadera para apartarla de su camino en busca de las tazas.
-Todavía no os han presentado, ¿verdad?
-dijo cuando se sentaron todos a la mesa-.
Elsa Swon, mi hermana Melissa, aspirante a modelo.
Melissa ladeó la cabeza con gesto de desafío.
-¡No soy aspirante! ¡Ya soy modelo!
-De vez en cuando...
-Sólo hasta que mi carrera esté lanzada.
En cuanto consiga más trabajos dejaré mis estudios.
Siempre podré volver después a la universidad.
Debía ser una discusión muy manida.
-Pero no lo harás. Es mucho más difícil volver a estudiar después de años apanado de los estudios. No sé por qué no puedes seguir compaginando los desfiles con tus clases.
-Porque la carrera de modelo no dura mucho.
-Pues mucho más motivo para tener otras cualificaciones en las que apoyarse.
-Pero tienes que agarrarte al tren en marcha.
Si quiero tener éxito, tengo que estar disponible cuando los fotógrafos me necesiten, no al contrario.
-¿Qué piensas tú? -preguntó de forma inesperada Jack a Elsa.
-¿Qué tiene que ver con ella? -saltó Melissa agitando la melena de fuego.
-Absolutamente nada -afirmó Elsa -. Es tu vida. Lo que hagas con ella es asunto tuyo por completo -miró hacia Jack -. No dejes que nadie te convenza de lo contrario.
Pudo notar que Melissa estaba dividida entre el deseo de usar su comentario como apoyo a su teoría y el deseo igualmente fuerte de quitarle la razón a Elsa.
-Creando problemas, ¿verdad? -metió una paja en la taza de Elsa -. Bébete el té. Jane quería ser diseñadora de moda, pero su padre la obligó a dedicarse a los negocios
-le dijo a su hermana.
De nuevo asomó la confusión en los ojos de la joven al ver las vendas en las manos de Elsa.
-No sé por qué debería sentir pena por ella -explotó con un puchero en sus labios rojos-.
Ni por qué te has trasladado aquí con ella.
No podía creerlo cuando me enteré de donde estabas.
-Eso ya te lo he explicado.
Así que era de eso de lo que habían estado discutiendo con ardor en el jardín.
Elsa hubiera dado hasta su último centavo por haber escuchado aquella conversación.
-Pero...
-¡Melissa! La joven se aplacó un poco.
-Lo que no entiendo es por qué tenía que ser aquí -dirigió una mirada de desdén a la cocina igual que su hermano había hecho unos días antes-. Al menos, arriba en la colina tendrías un montón más de espacio y todas las comodidades.
-¿Arriba en la colina? -preguntó Elsa con asombro.
-En nuestra casa. ¿Por qué no has podido subir allí en vez de hacer a mi hermano trasladarse a esta ruina?
-Yo no le he hecho hacer nada -explotó Elsa antes de asimilar sus palabras. No le extrañaba que Jack quisiera que su hermana se callara-. Espera un momento. ¿Vuestra casa? ¿Estás diciendo que tenéis una cabaña aquí en Piha?
Melissa se rió con sarcasmo.
-Yo no le llamaría cabaña a una casa con cinco habitaciones y tres acres de terreno -ahora le tocó a ella fruncir el ceño al ver la expresión de incredulidad de Elsa -. ¿No lo sabías? ¡No le dijiste que teníamos una casa aquí? -preguntó a su hermano con tono de desconcierto.
-¡No, no me lo dijo! -explotó Elsa sintiéndose tan culpable como infeliz.
Jack se encogió de hombros con frialdad.
-Como no estabas muy dispuesta a irte de aquí, no me pareció relevante. Además, técnicamente la casa no es mía. La compré como inversión hace un par de años.
-¡No relevante! -repitió ella con frío enfado.
-Bueno, ¿lo era? ¿Hubieras aceptado mi invitación mientras te curabas?
-¡No! Pero yo tampoco te invité a venir aquí y eso no te impidió hacerlo de todas formas.
-Porque eres demasiado terca como para admitir que necesitas ayuda para todo.
No pienso dejarte sola hasta que puedas valerte por ti misma.
-¿Y por qué no le contratas una enfermera?
-interrumpió Melissa con truculencia.
-Porque Elsa es responsabilidad personal mía
-dijo Jack con un énfasis que le hizo sonrojar-. Y como bien sabes, Mel, siempre me tomo mis responsabilidades en serio.
La implacabilidad de su afirmación sonaba como una advertencia, aunque Jane no estaba segura de si iba dirigida a su hermana o a ella misma.
Pero Melissa debía poseer buena dosis de la tenacidad de los Frost, porque pareció abandonar el asunto sólo para volver a él bajo diferentes puntos de vista una y otra vez.
-Pero estamos en vacaciones de mitad de trimestre. Sabes que sólo tengo una semana libre. Si ibas a venir aquí, al menos podrías quedarte con nosotros.
Elsa podría haberse retirado a su habitación, pero no pensaba dejarse desterrar más por aquella familia.
Si querían discutir sus asuntos privados delante de ella, allá ellos. Así que se quedó en silencio mientras tomaba el té, secretamente fascinada por la relación entre los hermanos.
Jack estaba revelando otra faceta de sí mismo, suave y contenida, al tratar con el dramatismo juvenil de Melissa. El fuerte lazo de afecto se revelaba en la libertad con que discutían sin restricciones ni amargura, al contrario que los típicos ataques del padre de Elsa a sus actos y opiniones.
Era algo que Elsa nunca había tenido y que había envidiado de forma horrible, el afecto fácil, la maravillosa seguridad de saber que te quedan dijeras lo que dijeras o hicieras lo que hicieras. Así que sintió casi simpatía cuando Jack se fue a recibir un fax y Melissa se enfrentó a ella como una arpía.
-¡ En lo que a mi respecta, te mereces todo lo que te ha pasado! Si crees que puedes clavar las garras en mi hermano, ya puedes pensártelo mejor.
-No creo que haya mucho peligro de que lo haga por el momento -dijo Elsa con sequedad señalándose las manos vendadas.
-Y yo no me creo esa actuación patética ni por un momento -los ojos verdes le brillaron con fiereza-. ¡Y apuesto a que Jack tampoco se lo cree! Decía que eras mentirosa y calculadora.
-Entonces no tendrás nada de qué preocuparte, ¿verdad? Jack había vuelto antes de que Melissa pudiera pensar en una defensa y unos minutos después, se levantó de la mesa.
-Bueno, si no piensas subir a casa, yo tampoco -anunció con dramatismo a su hermano-. ¡Me quedo aquí contigo! Mientras Elsa se quedaba con la boca abierta ante su presunción, Jack sólo se apoyó contra el fregadero con cara de divertida indulgencia.
-¿Tú en esta ruina? ¿Donde no hay agua caliente, ni televisión y donde tienes que lavarte la ropa a mano? Melissa pareció un poco sorprendida antes de agitar la cabeza con enojo.
-Si tú puedes aguantarlo, yo también. Voy a buscar mis cosas. Volveré lo antes posible.
Después de una mirada triunfal en dirección a Elsa, salió volando de la casa.
Cuando Elsa recuperó el habla dijo por fin:
-No hablará en serio, ¿verdad? -gritó acercándose a la ventana para ver a la chica meterse en su deportivo amarillo y salir con un chirrido de ruedas innecesario-.
¿Es que cree que tengo un albergue gratis para los Frost? ¡Esto es ridículo! Con un huésped impuesto ya tengo suficiente.
Si vuelve, ya puedes decirle que no se va a quedar aquí.
Jack se encogió de hombros y metió las tazas en el fregadero.
-En cuanto a Mel se le mete una idea en la cabeza, es muy difícil sacársela. Es muy firme con la unidad familiar. Durante mucho tiempo yo fui la figura paterna de su vida e incluso cuando mi madre se casó de nuevo con Steve, yo seguía siendo al que ella acudía en busca de consejos. Por lo tanto es bastante posesiva conmigo.
Dirigió una mirada tímida de soslayo a Elsa.
-En cuanto descubrió que estaba aquí contigo, vino a investigar personalmente.
Por alguna razón debe creer que necesito protección de tus argucias.
-Puede que la razón sea porque tú le has dicho que yo era mentirosa y calculadora
-dijo Elsa con acidez.
-Ah, bueno -extendió las manos-. Puede que me oyera decir algunas cosas de ti poco halagadoras en el pasado.
-¿Y cómo descubrió dónde estaba yo? ¿Cuánta gente más lo sabe? Elsa se sentía como si el mundo se le estuviera escapando de las manos y amenazara con cerrarse en tomo a ella de nuevo.
-Sólo Carl, Irene, mi secretaria, Graham Frey... y mi madre, por supuesto. Les he dicho que estaba tomándome unas vacaciones de la rutina de trabajo en la casa familiar.
Pero a Elsa se le había paralizado el cerebro.
-¿Tu madre? El la miró con gravedad.
-En mi familia no hay secretos, Elsa. Siempre hemos sido sinceros entre nosotros. Las madres tienden a preocuparse si no saben donde están sus hijos, incluso aunque sean adultos.
-¡Oh, Dios! ¿Por qué se lo has dicho? ¿Qué es lo que sabe Melissa de mí?
-Todo.
¿Todo? Elsa estaba aturdida y se llevó las manos a las mejillas ardientes.Con delicadeza, Jack le apanó las manos y le bajó los brazos para que no ocultara su expresión de devastación.
-No me refiero a los detalles íntimos. No le cuento a mi hermana mi vida sexual -dijo haciéndola avergonzarse-. Pero desde luego que conoce el resto, lo que tu padre le hizo a mi familia se ha hablado abiertamente en mi casa, y sabía que estaba obsesionado en vengarme de él, y después en vengarme de ti.
Elsa no podía mirarle a los ojos.
-O sea que sabe lo mío... en la boda.
-Por supuesto. Mi familia me cree a mí incluso aunque los demás se apresuraron a condenarme... y merecen saber que su fe fue justificada. No estuvieron de acuerdo con mi decisión de proteger a Ariel cuando me negué a formar un escándalo con tus mentiras, pero como me querían, lo aceptaron y me apoyaron con su silencio... incluso aunque eso les costó perder algunas amistades.
-¡Oh, Dios...! Elsa se estremeció.
No le extrañaba que Melissa la hubiera mirado con aquel odio y desprecio. Jack deslizó las manos por la parte posterior de sus brazos, notó que tenía la piel de gallina y la atrajo contra la sólida columna de su cuerpo.
Su diferencia de alturas se acentuaba por estar ella descalza y a Elsa se le erizaron los pezones de forma traicionera contra el encaje del sujetador cuando su vientre rozó las caderas de Jack enfundadas en vaqueros.
-Entonces también tenías frío... Tu voz estaba cargada de la frigidez emocional que pones cuando estás asustada -murmuró contra su frente-.
Estabas tan condenadamente convincente en tu papel de humillada dignidad que casi lo creí yo mismo.
¿Por qué no hablas de ello conmigo? ¿Es algo que tiene que ver con Ariel? ¿Por qué te perdonó tan rápido? Ayúdame a entender.
Elsa se había puesto rígida en el círculo de sus brazos y se apartó con pánico apoyando los codos contra su pecho.
¡Ariel! Siempre se le suavizaba la voz cuando pronunciaba su nombre. Quizá todavía sintiera cálidos sentimientos hacia ella y la cruel verdad sería aún mas amarga en aquel momento que tres años atrás. ¿Quién querría contarle que había acariciado un recuerdo que en realidad era una penosa mentira? Podría sentirse justificado a empezar otra campaña de venganza. Y de cualquier manera, Elsa siempre estaría en el medio.
Ya había revelado demasiado de sí misma aquellos últimos días y sólo le quedaba la defensa de que la interpretara mal.
-Pensé que habías decidido que eran celos de una solterona.
-Puede que seas mayor ahora, pero entonces tenías veintitrés años. Puedo aceptar lo de los celos, pero no lo de la edad.
Tú eres una luchadora, pero al contrario que tu padre, no pareces guardar rencor.
Por derecho, deberías odiarme con pasión, pero en vez de eso... bueno... Se detuvo deslizando la mirada sobre sus senos pujantes contra la camiseta... hasta bajarla a sus delicadas piernas morenas.
-Pues sí, te odio -dijo ella con rapidez. Con demasiada rapidez.
A Jack le brillaron los ojos y le dio un beso en la boca, un beso casual pero suficiente para volverla loca.
-Al gún día confiarás en mí lo suficiente como para contarme lo que quiero saber...
Y entonces se iría.
-¿Por eso te molestas en cuidarme? ¿Para convencerme de que hable de los viejos tiempos? Jack no se molestó ni en discutir.
Sólo le dirigió aquella sonrisa confiada de un cazador.
-Para eso y... para volverte a seducir para que acabes en mi cama. Quizá tuviera sus ventajas tener a una carabina hostil de diecinueve años por los alrededores, pensó Elsa.
Pero se equivocó.
Melissa volvió como había amenazado con el pequeño maletero tan atiborrado de bolsas que obligó a Jack a sacar las cajas de la tercera habitación para llevarlas al garaje.
Le dedicaba a su hermano toda su atención y sonrisas mientras que a Jane le susurraba descarados insultos cada vez que se quedaban a solas.
Se quejaba de todo, sobre todo de que a Elsa le sirvieran en todo mientras ella, Melissa, tenía que compartir el trabajo con su hermano.
A la hora de la comida se cambió de nuevo de ropa para hacerle sentirse a Jane como una criada con la misma camiseta y pantalones y no dejó de entretener a Jack con historias interminables acerca de gente a la que Elsa no conocía y le importaba aún menos.
Por la tarde, se fueron a dar el habitual paseo por los senderos de arbustos, pero Elsa no pudo disfrutar de la belleza natural del bosque autóctono por los ruidos de Melissa, jadeando, gimiendo y quejándose constantemente para que Jack parara, descansara o le ayudar a sacarse un guijarro de las zapatillas.
Cualquier cosa con tal de alejarlo del lado de Elsa.
Más tarde, cuando Jack estaba trabajando en su ordenador y Elsa echada en una vieja alfombra en el jardín dibujando algunos bocetos como podía, se acercó Melissa con un minúsculo bikini que hubiera producido un caos en la playa.
Preparada para otra de sus hostilidades, Elsa se encontró escuchando una charla acerca de las muchas, muchas mujeres preciosas que rodeaban la existencia de Jack, el maravilloso hermano que era y cómo nunca haría nada que hiciera daño a su madre, sobre todo después de los sufrimientos que había padecido en el pasado.
Un martillo neumático hubiera sido mucho más sutil.
Elsa apretó los dientes durante la cena que Melissa había ayudado a preparar a su hermano y apenas pudo contener una sonrisa cuando Jack declaró que le estaba poniendo nervioso cuando se pegó a su hombro mientras le cambiaba la venda a Elsa.
Le sugirió que pusiera agua a calentar para empezar a fregar y ella empezó a quejarse al instante de las innecesarias restricciones de electricidad.
-¡La hermanita del infierno! -murmuró Jack mientras le quitaba con cuidado la vieja venda y Melissa tiraba los platos con estruendo en el fregadero.
-Deberías conocerla. Los dos venís de los mismos origenes -susurró Elsa con acidez mientras contemplaba la nueva piel rosada que salía bajo las ampollas reventadas-.
¿Es que no va a parar nunca?
-Está celosa -se rió Jack. Su suave respuesta acarició sus nervios a flor de piel.
-Pues no sé por qué. Yo no he dicho que tenga nada contigo...
Los ojos de Jack estaban muy azules cuando la miró.
-Hay cosas que no hace falta decir. Si no se hubiera imaginado ya que somos amantes, pronto habría...
Aquel susurro resonó como un tambor en los oídos de Elsa, que se sonrojó mientras miraba con culpabilidad la espalda de Melissa.
-Ex amantes -dijo entre dientes.
Bajó la vista, intentó doblar los dedos y parpadeó.
-¿Todavía te duele? Elsa asintió agradecida de cambiar de conversación.
-Pero sólo cuando los estiro o los doblo...
el resto del tiempo sólo los siento tensos e incómodos.
-Graham dice que tendrán que pasar unos días más para poderte poner una venda más ligera y después podrás dejarlos al aire...
Para vergüenza de Elsa, Jack le informaba a su amigo todos los días del progreso de su lesión como si una quemadura fuera de importancia vital.
Después de tener vendada de nuevo la mano, Elsa dejó a los dos hermanos solos y se fue a la sala a dibujar en una mecedora bajo la ventana.
Estaba empezando a germinar una idea a partir de los bocetos que había hecho y cuando se reunieron con ella, estaba lo bastante concentrada como para rechazar jugar a las cartas.
Cuando Melissa se cansó de perder, decidió con perversidad incordiar a Elsa y alcanzó uno de los dibujos que se había deslizado al suelo.
El desdén se borró de su gesto y los ojos se le iluminaron al ver el boceto.
-¡Eh! ¡Diseños de moda! Pensé que eran aburridos apuntes de paisaje.
Me gusta este estilo. De repente recordó que estaba halagando al enemigo e intentó aparentar desinterés mientras Elsa le explicaba que a menudo le había hecho los bocetos a su modista en vez de encargarle los trajes de revistas o catálogos de moda.
Jack se unió a la conversación y pidió ver más de los bocetos ejecutados con tanta dificultad y su hermana frunció el ceño cuando los alabó para orgullo de Elsa.
Melissa estropeó el momento al instante comentando el maravilloso diseñador que había hecho el traje de boda de Ariel y los de las damas de honor.
-No creo que Ariel soportara guardarlo después de lo que pasó...
Jack no manifestó nada ante su grosero comentario.
-Quizá se lo pusiera en su segunda boda para imbuirlo de recuerdos más felices -dijo con ironía. Jane sabía que lo que escondía tras el cinismo era dolor.
-No, ella y Conrad se casaron en la intimidad de un juzgado.
Se mordió el labio cuando Jack la miró con atención.
-¿Ah sí? ¿Y dónde estabas tú, Elsa? ¿Eras una de las invitadas?
-Sí -admitió ella incómoda. -Y la madrina de su primer hijo según tengo entendido.
Muy curioso -dijo con suavidad.
Antes de seguir con aquel asunto, Melissa le distrajo con la discusión, ahora que se había enterado de que había que usar velas y lámparas de aceite, de que corrían peligro de incendio y de aspirar humos tóxicos o que podían quemar todo el oxigeno de la habitación.
Para la tarde siguiente, Elsa estaba a punto de echar de la casa a la segunda invitada.
No había forma de eludir la compañía constante y competitiva de Melissa y como Jack se negaba a dejar aquella actitud de protección y posesividad hacia Elsa, estaba a punto de poner un ultimátum.
La casa no era suficiente grande para los tres.
El estéreo portátil con la música a todo volumen fue la gota que colmó el vaso.
Y como se imaginaba, Jack ni se inmutó ante su amenaza, sólo sugirió un compromiso, él único que estaba dispuesto a considerar.
Si Elsa aceptaba pasar los siguientes días en la casa de la colina de cinco habitaciones, en cuanto su quemadura estuviera curada, podría volver a la casita y la dejaría en paz.
Mientras tanto, podría tener toda la intimidad que deseara con una cocinera encargada de cuidarla en vez de Jack y con Melissa apartada.
-¿Es eso posible? -preguntó Elsa con debilidad.
-En mi casa, obedece mis normas. Y si no le gustan, puede volverse a Auckland.
-Y después... cuando vuelva yo aquí, ¿te irás y me dejarás en paz? -preguntó ella con cautela-. ¿Es eso una promesa?
El la miró con sus atractivas facciones inescrutables, con la cara de un jugador concentrado en ganar la partida leyendo el juego del contrario.
-Sí, si eso es lo que quieres...