capitulo 6

241 16 0
                                    

Elsa se agachó para recoger un guijarro de la densa arena negra. Sacudió los granos de arena pegados y frotó la piedra redonda y plana entre los dedos antes de mirar la gran extensión de mar que se extendía delante de ella.
Hacía viento y el cambio de marea había provocado un oleaje que rompía en líneas quebradas salpicando de espuma la orilla de la larga y plana playa.
Elsa llegó hasta la espuma del borde del agua y se detuvo, calculó y lanzó el guijarro que saltó tres veces sobre la onda de una ola.
No estaba mal considerando lo poco que estaba usando el brazo derecho.
Se apartó del agua y se frotó las salpicaduras de los pantalones de algodón blanco.
Cinco era su máximo.
Cuando recuperara el uso habitual de su mano izquierda en unas cuantas semanas más, esperaba doblarlo.
El viento le enfrió las piernas mojadas y se metió la mano vendada en el bolsillo de la cazadora antes de darse la vuelta para ir a desayunar.
Remontando las suaves dunas, echó un vistazo a su izquierda, donde la inmensa roca de Lyon Rock que separaba las dos playas estaba oscurecida por las nubes bajas y la neblina.
Para media mañana, la niebla se habría levantado y probablemente haría otro soleado día veraniego. El día anterior había estado invadida de los habituales domingueros, pero a principio de la mañana de un día laborable, sólo Iris locales y los surfistas profesionales osaban acercarse a los notorios acantilados Piha.
Levantó la vista de la fina arena negra y avanzó descalza por los firmes acantilados sobre la playa.
Eran la barrera occidental que protegía la independiente comunidad costera de Piha de las avalanchas de gente de las afueras de Auckland a cuarenta kilómetros al este.
Sólo una carretera muerta llevaba hasta allí y los residentes de la zona les gustaba su inaccesibilidad.
No había desarrollo comercial en el aislado emplazamiento, ni tiendas salvo un mercado y un bar en frente de la playa.
Ni hoteles, bares o restaurantes, sólo residencias privadas y casas de vacaciones, la mayoría propiedad de las mismas familias durante generaciones y un camping público con las instalaciones básicas para tiendas y caravanas.
El núcleo de la población residente era lo bastante pequeño como para que fueran amistosos y los suficiente grande como para mezclarse entre ellos y lo bastante excéntrica como para tolerar distintos estilos de vida.
Era el refugio perfecto. Elsa pasó las dunas que cercaban la estrecha carretera que bordeaba toda la playa norte de Piha y apareció su propio refugio.
No era una vista bonita.
Como muchas de las antiguas casas de vacaciones de Piha, era más bien un rectángulo con paneles de fibra pintados y extensiones añadidas a lo largo de los años para albergar a familias de distintos tamaños.
Esta era particularmente fea, de un feo amarillo descolorido, con un tejado de hierro corrugado rojo bastante desconchado.
Había varias ventanas resquebrajadas y la puerta principal colgaba suelta de las bisagras.
El garaje de madera adosado estaba aún en peores condiciones, las vigas podridas seríal de años de descuido y la valla de cadena que rodeaba el perímetro de la casa completaba el aspecto general de abandono.
Pero al menos era un techo sobre su cabeza, aunque era probable que goteara, pensó Elsa deprimida al empujar la puerta oxidada.
Era también gratis y lo que era más importante de todo: ¡estaba bien alejado de la peligrosa órbita de Jack Frost! Su enemigo.
Su amante. No sabía cual de las dos cosas temía más.
Todavía no podía creer haber escapado de él.
Después de sus previas peleas, casi había parecido demasiado fácil.
¿O estaría sólo libre porque se Jack lo había permitido? La cuestión la atormentaba, igual que los vívidos recuerdos de la escandalosa noche como objeto sexual suyo.
Podía bien culpar al alcohol o a las píldoras de su extraño comportamiento, pero tenía la sospecha de que eso era sólo el escudo en el que se había refugiado para desatar sus más bajos instintos y no sentirse culpable después.
¡Pues no había funcionado! Lo primero que había notado cuando se había despertado a la mañana siguiente, había sido la palpitación de su mano izquierda.
El dolor no había sido tan fuerte los días posteriores a la lesión.
¿Se habría dormido sobre ella toda la noche? ¿Por qué no tenía los dedos entablillados? Había entreabierto los pesados párpados y había fruncido el ceño al instante al ver el sol iluminando un techo desconocido.
Tenía la boca seca como el papel de lija, le dolía la cabeza y también...
¡Oh, Dios! Entre el dolor recordó de repente dónde estaba y lo que había estado haciendo allí...
El corazón le dio un vuelco al girar la cabeza, pero estaba sola en la cama desordenada, su larga melena blanca derramada sobre la almohada. Sola y desnuda bajo la blanca sábana de algodón con el cuerpo magullado y dolorido en los sitios más increíblemente íntimos.
¡Y no era de extrañar! Se alzó la sábana hasta la garganta y se sonrojó al recordar las imágenes del salvaje y apasionado exceso.
Lo que había comenzado como un primitivo acto de posesión había acabado como una prolongada orgía de mutua indulgencia.
Jack parecía tener una energía sobrehumana y una capacidad de invención infinita. Pero Elsa había respondido sin inhibiciones al irresistible desafío, le había hecho cosas y había hecho con él cosas que nunca hubiera soñado hacer con ningún hombre, y menos con Jack Frost.
De repente notó las cortinas corridas iluminando el revoltijo de ropa femenina y masculina mezclada en el suelo y el sonido del agua corriente desde la puerta cerrada del baño. Le asaltó una oleada de pánico. Oh,
Dios, quizá pudiera escabullirse de la habitación mientras él seguía en el baño. Se incorporó sobre los codos, pero incluso aquel leve movimiento le produjo una punzada de dolor tan aguda que se desplomó sobre los almohadones con un gemido.
Al bajar la vista y ver los dedos hinchados, dejó caer la mano con suavidad sobre la fría sábana desocupada.
El efecto de los analgésicos se había pasado como una venganza y comprendió ahora lo estúpido y peligroso que había sido tomarse una dosis doble.
¡Oh sí! ¡había cometido todo tipo de estupideces!
Elsa se llevó la otra mano a la cara para protegerse los ojos de la cruda luz del día. En su estado, tardaría una eternidad en vestirse. Gimió de nuevo, furiosa consigo misma por ser tan débil y patética.
-Si te sientes entumecida, te sugiero que te des una ducha muy caliente -llegó la voz aterciopelada de Jack desde la puerta del cuarto de baño-. A mí me ha sentado de maravilla.
Elsa se puso a la defensiva al instante y sintió una punzada de dolor que no era enteramente física. No quería mirarlo, pero no pudo evitar hacerlo por el rabillo del
ojo.
Por suerte, Jack se había enrollado una toalla alrededor de la cintura, aunque estaba lo bastante baja como para revelar el vello rizado en la base de su duro vientre.
Su piel bronceada estaba brillante de gotas de agua, el pelo mojado estaba revuelto y sin afeitar, su mentón estaba azulado.
Tenía un aspecto bastante duro y poco respetable al avanzar hacia la cama y Elsa lanzó otro gemido de dolor y disgusto mientras se tapaba los párpados de nuevo.
La cama se hundió con pesadez a su lado y sintió el calor de su duro muslo contra su cadera cubierta por la sábana.
-Puedes dejar de esconderte, Elsa -dijo él con sequedad-. No voy a desaparecer sólo porque te niegues a mirarme.
Ella se mordió el labio y él empezó a juguetear con su pelo derramado por la almohada. ¡Dios! ¡Cuando pensaba en cómo había reaccionado ante él durante la
noche! Después de aquella frenética explosión, Jack había apagado la luz y había sido demasiado fácil olvidar lo poco que quedaba de sus inhibiciones.
-¿ Elsa? -le tiró del pelo con impaciencia mientras ella seguía escondida bajo el brazo-. No puedo creer que una mujer que vende sus favores sexuales sea tímida, así que esa pose provocativa quizá sea para tentarme a hacer esto...
Sintió un ligero tirón en el borde de la sábana y cuando bajó el brazo para sujetarla, se encontró expuesta a su penetrante mirada azul.
Sus duros labios se curvaron de satisfacción.
-Buenos días -murmuró con exagerada cortesía.
La melena de Elsa era una maraña revuelta y agitanada y del maquillaje sólo quedaban las sombras restantes de la máscara de ojos que le daban un aspecto de adormilada sensualidad mucho más sensual que el brillo
artificial de la noche anterior.
El enarcó las cejas cuando ella no respondió y se inclinó para rozarle los labios apoyando los brazos a ambos lados de su cabeza. Estaba casi apoyado en su mano hinchada medio oculta por la almohada y a Elsa se le
tensó todo el cuerpo de honor ante la idea de más dolor.
La expresión de Jack se ensombreció al notar la repentina palidez, los labios apretados y el pulso palpitante en la base de su cuello.
-¿Te arrepientes, Elsa? -sus ojos se deslizaron por su cuerpo antes de volver a su cara paralizada-. Me temo que es demasiado tarde para eso. Te dije que no había camino de vuelta.
Te has hecho tú misma la cama anoche y ahora estás acostada en ella. Entonces le dio otro insolente beso de posesión.
-Y ya puedes quitarte esa expresión de mártir de la cara porque los dos sabemos que es una condenada mentira. Una mujer no grita y jadea a menos que esté disfrutando.
Al menos puedes dejar de preocuparte de que vaya a reclamarte el dinero.
Has sido una profesional consumada, querida y te has ganado hasta el último centavo.
Se reclinó hacia atrás apartando las manos de la almohada con un movimiento lento que le rozó la mano inflamada.
Los ojos de Elsa se dilataron como platos y la sangre pareció desaparecer de su piel dejándola helada, excepto en la mano, que sentía como si se la estuvieran pinchando con agujas al rojo vivo.
No podía distinguir el dolor físico de la angustia mental y dejó escapar un gemido por entre los labios apretados. Pero no las lágrimas. Lucharía por contenerlas hasta que se quedara sin aliento.

La amante del novio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora