capitulo 3

217 19 0
                                    

  ADÓNDE me llevas? En ese momento, a juzgar por la expresión de su cara, hubiera apostado a que la llevaría a un paraje desierto con intenciones bastante criminales en su mente.
El no se movió y la mantuvo acorralada con el calor de su amenaza física mientras murmuraba:
-¿A dónde te gustaría que te llevara? Elsa se quedó sin aliento, pero él se apartó en cuanto ella recuperó el valor.
-A casa, por supuesto.
Sin apartar la vista de ella, se reclinó contra el respaldo y descolgó el teléfono de la portezuela para darle la dirección al conductor.
Cuando ella parpadeó de sorpresa, Jack se rió:
-¡Oh, sí! Sé donde vives... sé lo que comes, lo que te pones, lo que ves. No se me escapa nada.
-Excepto la novia -dijo ella con imprudencia.
Jack soltó un bufido.
-Ariel no se me escapó... la dejé ir yo.
Era una distinción muy sutil, pero Elsa estaba empezando a temer que tuviera razón.
-No te quedó otra elección -protestó.
Después de desmayarse ante el altar, Ariel había seguido su actuación de histeria como si estuviera al borde de un ataque de nervios.
Cualquier sugerencia de reconciliación hubiera estado fuera de cuestión y sus padres se habían visto obligados a ceder y a dejarla que se tomara unas vacaciones para relajarse y olvidar aquel fiasco.
-Siempre hay una elección. Podría haber demostrado que mentías, haberte denunciado por calumnias, haber llevado todo el asunto a los tribunales y haber organizado un escándalo en la prensa.
-¿Y porqué no lo hiciste? Todavía sentía estremecimientos de horror al pensar en lo que podía haberse metido con aquel plan tan infantil.
Pero entonces era lo bastante joven como para creer en la justicia de sus actos, lo bastante rica como para creer que podría comprarse las influencias si llegaba lo peor y suficiente arrogante como para creer que podría enfrentarse a quien quisiera.
La voz de Jack, dura como su mirada de cobalto, estaba cargada de desprecio.
-Por el bien de Ariel no iba acentuar su humillación publicando nuestra vida privada a los cuatro vientos.
Ariel odiaba ser el centro de atención y hasta la perspectiva de una gran ceremonia era una prueba para ella.
Exponerla a más rumores y más ridículo no me hubiera devuelto su confianza ni el respeto de sus padres.
O sea que él había sabido que a Ariel no le agradaba una extravagante exhibición el día de su boda y aún así no la había apoyado ante su madre.
¿Qué decía aquello de su pretendido amor? Elsa le dirigió su mirada más indiferente mientras él continuaba con salvajismo:
-Lo planeaste con mucho cuidado. Me hubieran condenado, hiciera lo que hiciera.
La mentira tiene las piernas muy cortas pero el escándalo tiene alas. La única forma de proteger a Ariel era retirarme de la escena. Pensaba volver cuando las aguas hubieran vuelto a sus cauces y aclarar en privado las cosas entre nosotros, pero para entonces, ya era demasiado tarde. Sabiendo lo cauta que ella es, desde luego no esperaba encontrarla casada tan pronto...
-¡Qué sacrificado por tu parte! -dijo Elsa suprimiendo una oleada de simpatía por él.
En algún momento u otro, todos los involucrados en la saga habían actuado para proteger a Ariel de la cruel realidad cuando lo cierto era que la indefensa querida había sido una pragmática con los ojos bien abiertos que había ocultado sus propios planes.
-Un concepto que no entenderías... no con tu herencia.
Me pregunto si el viejo Agdar te estará mirando desde el infierno y maldiciendo a su única hija por dejar que se le escaparan de las manos los bienes que él atesoró con tanta avaricia Su insultante familiaridad, junto con la ambivalencia de sentimientos que siempre le producía su padre debilitó a Elsa.
Agdar Swon había sido tan rudo como él decía. No le había caído bien a mucha gente.
-¿Conociste a mi padre?
El esbozó una sonrisa desagradable.
-Sólo por su reputación. Ido pero no olvidado, como se suele decir.
Su críptica respuesta implicaba que había mucho más, pero al ponerse tensa, Elsa se golpeó la mano contra el muslo y sintió una punzada de dolor.
Intentó calmar el dolor relajando el resto del cuerpo, cerró los ojos y reclinó la cabeza contra el respaldo, inconsciente de que su respuesta física estaba siendo observada con sospecha por el hombre que tenía al lado, sobre todo la lenta rotación de sus hombros que hizo que el escote descendiera hasta el comienzo de sus voluptuosos senos.
Jack apoyó las manos a ambos lados de su cuerpo y clavó los ojos azules en la negra platinada gitana y las inconfundible seríales de agitación en la cara de facciones tan marcadas y translúcida de agotamiento.
Sus labios, normalmente pintados de color discreto, eran esa noche rojos como el fuego y ahora, ligeramente corrida la pintura, eran sorprendentemente jugosos, la lasciva curva de su boca contrastaba de forma sensual con las rectas y casi masculinas cejas negras.
Su mirada se deslizó de sus senos a las largas piernas apartadas de él.
-Te pareces a él.
-¿A quién? ¿A mi padre? Pensé que habías dicho que no lo conocías -dijo Elsa sin abrir los ojos.
Sabía por su tono de gravedad que no era un halago. Una hombre atraído por una belleza delicada y pelirroja de muñeca china como la de Ariel no encontraría a Elsa atractiva en absoluto.
-Sé que era grande. Moreno. Gordo.
Elsa estaba demasiado dolorida como para ofenderse como él pretendía. Ella tenía una constitución fuerte, pero no estaba gorda y mucho menos después de los meses pasados.
-Y tú también. Abrió entonces los ojos y le encontró observándola con desagrado mientras se frotaba la mandíbula con aire ausente.
-¿Te duele? -preguntó sin pensar.
-Sí-Bien -hubo un corto silencio mientras los dos clavaban la mirada en el otro-.
Todavía tienes sangre en el labio. En la esquina... a la derecha.
El se pasó la lengua por el labio. -¿No será tu lápiz de labios? -susurró sacándose un inmaculado pañuelo blanco del bolsillo.
Su respuesta la pilló por sorpresa y como no estaba segura, se sonrojó. Sintió de nuevo la dureza de su boca y la fiera intrusión de su lengua invadiendo sus sentidos; El observó su sonrojo un momento antes de limpiarse con calculada lentitud.
-¿Mejor? -le pasó el pañuelo-. Es tu tumo.
-¿De qué?
-Tienes el lápiz de labios corrido. Aunque no es prueba de ningún beso. Tú congelarías a cualquier hombre que se acercara lo suficiente como para tocarte, lady Swon.
-¡Desde luego que sí, si fuera como tú!
-Si no has salido con ningún hombre más de dos veces durante estos dos años.
-¡ He estado demasiado ocupada! Se arrepintió al instante de haber picado el anzuelo.
-¿Has estado trabajando demasiado? ¿Tenías miedo de perder tu negocio mientras estabas divirtiéndote? Quizá deberías haber olvidado los proyectos de tu padre para ti...
Oh, sí, Ariel me lo contó.
Pero tu ambición era aún mayor, ¿verdad? Mucho trabajar y poco disfrutar... no es de extrañar que Elsa sea una chica tan solitaria y aburrida.
-¡Vete al infierno! Se dio cuenta de que había sonado más como una adolescente que como una fría profesional.
Debería ser inmune a sus insultos a esas alturas, pero su sentido de la valía personal estaba muy deteriorado y ya no era capaz de mantener la fachada de frialdad que había sido su única fuerza durante los dos años de presión constante a que la había sometido.
-Bueno, creo que ya hemos llegado
-murmuró burlón al parar frente a un edificio bastante destartalado-.
Vaya caída comparado con la mansión Swon.
¿Quién hubiera creído hace tres años que Lady Elsa acabaría viviendo en un estudio encima de un grasiento bar? Jack la miró rígida al borde del asiento mientras el chófer se daba la vuelta.
-Sin embargo, probablemente no sea para mucho más tiempo. ¿Tu casero no te ha dado todavía una fecha límite? Ella le ignoró intentando ocultar el pánico creciente mientras buscaba la llave con la mano sana.
La carta que había recibido el día anterior había sido literalmente la última gota.
Si había imaginado que ya no le quedaba nada por perder, se había equivocado.
Un grave error.
Jack Frost evidentemente pensaba lo contrario. Hasta la fecha, su batalla se había librado en público. El contacto personal había sido mínimo, pero habiendo ganado la guerra pública, parecía preparado ahora para lanzarse a la arena privada, donde Elsa era muy vulnerable.
-Entiendo que el pobre hombre ha tenido algunos problemas con los inspectores municipales.... algo acerca de las regulaciones contra incendios, ¿verdad?
-dijo asiéndola de la mano cuando por fin consiguió ella abrir la pesada puerta y escabullirse a la dudosa libertad del nuevo vecindario.
Elsa casi lanzó un grito ante la presión de sus dedos de acero.
-Eso es algo en lo que son muy estrictos, así que supongo que tu casero te habrá comunicado que no puede dejarte las dos semanas legales para que encuentres otro sitio para vivir.
No pareces tener mucha suerte en buscar acomodación desde que el banco vendió el orgullo del viejo, ¿verdad? La mayoría de los sitios son demasiado caros para ti y los que consigues...
Bueno, esta es...
¿cuántas? la tercera vez en poco más de un mes en que tienes que trasladarte por circunstancias imprevistas de tus compañeras de piso o caseros.
A Elsa le dio vueltas la cabeza como si hubiera estallado una negra tormenta alrededor de su pálida cara. El hecho de que las inspecciones hubieran sido llevadas medio en secreto y que su apartamento fuera el único que podía ser ocupado mientras se efectuaban los arreglos, claramente llevaba la marca de Jack Frost.
Pero las otras veces en que ella lo había achacado sólo a la mala suerte...
¡Maldito fuera!
-¿Estás empezando a sentirte acorralada, Elsa? ¿Como si estuvieras en una pendiente resbaladiza hacia un abismo? Es un largo, sucio, oscuro y peligroso camino, pero quizá alguien te sujete antes de que te golpees contra el fondo.
¿Quién sabe? Si me sintiera generoso, podría...
Elsa se zafó de su mano y salió del coche caminando con torpeza con los tacones altos mientras su risa la seguía en la calle pobremente iluminada. -Buenas noches. Dulces sueños.
Sus sueños de aquella noche fueron de todo menos dulces.
Tardó siglos en desvestirse y para cuando estuvo lista para acostarse, la mano le dolía tanto que tuvo que tomarse las dos últimas aspirinas que le quedaban.
No parecieron ser de gran ayuda porque estuvo dando vueltas durante horas en el duro sofá.
Incluso aunque le devolvieran la fianza, no le llegaría para pagar la entrada de otro apartamento y aunque compartiera casa, también tenía que dejar una fianza.
Y lo que era peor, su pequeña reserva de dinero había ido bajando de forma alarmante y la empresa seguía acumulando deudas a su nombre aunque ya no estuviera trabajando.
Los abogados y contables ya se habían llevado gran parte del dinero de la venta de la casa y la amenaza de la bancarrota estaba cada día más cercana.
Y sin coche, le costaría mucho moverse par buscar un trabajo aunque al menos no tendría que pagar gasolina.
Cuando por fin consiguió dormir, sus sueños estuvieron cargados de monstruos que le mordían los dedos y al despertarse se encontró con la mano terriblemente hinchada y amoratada.
Apenas podía estirar los dedos.
Buscó en su guardarropa algo que no tuviera cremallera en la espalda, pero por desgracia, no tenía mucha elección.
La mayoría de sus elegantes trajes de diseño habían sido embargados junto con las joyas y su gran colección de zapatos cuando habían valorado la residencia de Swon.
Lo que dejaron, cabía de sobra en dos maletas, salvo que las lujosas maletas también habían sido requisadas y Elsa se había visto obligada a abandonar la casa con dos bolsas de plástico.
El vestido negro se había salvado por haber estado en la tintorería.
Lo miraba como un símbolo de esperanza, una prueba de victoria contra las fuerzas de la oscuridad: un recuerdo de que aunque todo estuviera en contra tuya, a veces podías ganar. Al menos le habían dejado la ropa interior a pesar de las famosas marcas francesas e italianas, pero sólo tenía tres pares de zapatos planos.
Elsa escogió una camisa larga de botones grandes que pudo abrochar con una mano y ni se molestó en recogerse el pelo.
Desde que se había mudado al apartamento dos semanas atrás, solía acercarse al pequeño café de la esquina, donde por el precio de un té, podía leer el periódico en busca de trabajo.
Después volvía al apartamento y mandaba sus cartas de solicitud antes de ir a las entrevistas y agencias de empleo.
Pero aquella mañana no parecía tener mucho más sentido.
Tal y como tenía la mano, su imagen no sería consistente con la competente profesional que reflejaba su curriculum.
Metió la mano en hielo y aunque de momento pareció aliviarla algo, a media mañana, supo que tendría que visitar al médico.
Cuando fue a devolver los zapatos de tacón alto a la vecina del apartamento de al lado, Collette, ésta sacudió su melena teñida y los pendientes de cristal tintinearon cuando la miró la mano.

La amante del novio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora