Elsa se desplomó en el asiento de su deportivo y apoyó la cabeza contra el volante.
Las llaves estaban puestas, pero quería calmarse antes de conducir.
La agonía de la mano izquierda se había aliviado y ahora sentía una palpitación que se transformaba en punzadas de dolor cada vez que doblaba los dedos.
Probablemente se pondrían tan amoratados e inflamados al día siguiente como la mandíbula de Jack Frost.
Pero merecía la pena, pensó con amargura.
¿Que ella había destrozado su matrimonio? ; Si él no se había casado nunca! Detener una ceremonia matrimonial no era lo mismo que entrometerse entre un marido y una esposa.
Cuando Elsa había intervenido para impedir que Jack Frost y Ariel hubieran prometido sus votos definitivos, había creído sinceramente que su dramática intervención de último momento era la única forma de salvar a los novios de cometer un error imperdonable.
Un hombre dinámico y forjado a sí mismo como Jack Frost no hubiera sido feliz con alguien tan pasivo y aislado como Ariel y su gentil y sensible amiga hubiera chocado con aquella personalidad dominante.
Si Ariel hubiera estado locamente enamorada de él, Elsa habría apoyado a la pareja con todo su corazón a pesar de sus serias dudas acerca de la compatibilidad de la pareja, pero ella sabía que, lejos de estar enamorada, Ariel se sentía intimidada por el hombre con el que sus ambiciosos y anticuados padres la habían empujado a casarse.
Ariel había dicho que él había declarado estar enamorado de ella cuando había aparecido en su vida y le había propuesto en matrimonio, pero el anuncio de la unión financiera Frost
-Ariel, poco después de la proposición de matrimonio y el poco tiempo que le dedicaba Jack debido a sus muchos compromisos de negocios, le habían dejado a Ariel con serias dudas.
Sin embargo, como siempre, en vez de enfrentarse al problema, Ariel había emprendido el camino de menor resistencia hasta el último momento posible sólo para descubrir que sus débiles intentos de imponerse eran descartados sin piedad.
Elsa se había enterado de la profundidad de la desesperación de su amiga sólo el día anterior a la boda, cuando Ariel había aparecido en su oficina deshecha en lágrimas y había comprendido con honor que habían pasado meses desde que no hablaban.
Bueno, en realidad, desde que ella no se tomaba el tiempo de escuchar de verdad lo que su amiga le estaba contando.
Aunque se había visto forzada a encargarse de la dirección de la empresa debido al ataque al corazón que había sufrido su padre, Elsa sólo había sido la cabeza visible.
Su padre había mantenido el poder de verdad tras el trono, tan áspero, exigente y crítico corno siempre, constantemente cuestionando su actuación y no dejándole nunca olvidar de quien era la última palabra.
Su repentina muerte cuando ella tenía sólo veintidós años la habían obligado a tener que demostrarle a los clientes y competidores que ella era tan buena o mejor que su padre.
Así que había empezado a trabajar hasta doce horas al día en las oficinas de Swon y se había sentido triunfadora cuando los beneficios de la empresa habían empezado a responder a sus ambiciosos planes.
Pero el éxito había sido como una droga.
Cuanto más conseguía, más altas se fijaba las metas.
Y mientras tanto, su vida social se había reducido casi a cero.
Le había producido un escalofrío comprender que no solo Ariel era su mejor amiga, sino su única amiga.
La culpabilidad por haber descuidado su amistad le había hecho a Elsa asegurar a su llorosa amiga que por supuesto que la ayudaría a buscar la vía de escape de su inminente matrimonio, una vía que, por supuesto, significaría una irrevocable ruptura familiar.
Secretamente, Elsa había pensado que la confianza en sí misma de Ariel mejoraría si se apartara temporalmente de sus manipuladores padres, pero sabía que su insegura amiga pasada por un matrimonio que no deseaba antes que arriesgarse a alejarse permanentemente de su madre.
Habiendo perdido a su madre a los seis años, Elsa no queda ser responsable de privar a nadie de aquel lazo maternal.
Elsa se abrazó la mano dolorida en el regazo abatida por el recuerdo de aquella horrible boda.
Había sido tres años atrás en una preciosa tarde soleada de primavera.
La preciosa iglesia antigua de la ciudad estaba atestada con toda la crema de la sociedad cuando Elsa había apretado con nerviosismo la barandilla del banco honorífico de la novia resistiendo el impulso de alejarse un poco.
Tenía la sensación de que necesitaría una salida de urgencia, funcionara su plan o no.
Aunque de adolescentes, Ariel y ella se habían prometido ser la dama de honor cada una en la boda de la otra, a Elsa no le sorprendió que Aurora la hubiera excluido de la fiesta oficial con la insistencia de que la familia tenía prioridad.
Ariel se había disgustado, pero como siempre, había sido incapaz de imponerse.
La señora Buzo era una madre extremadamente posesiva y nunca le había gustado la influencia que Elsa ejercía sobre su preciosa niña cuando eran escolares.
No es que hubiera sido ruda con ella, pero había dejado muy claro cada vez que Elsa acudía a la casa, que era más una invitada que una amiga de la familia.
La señora Buzo le daba mucha importancia a las apariencias y Elsa era demasiado alta, demasiado directa y demasiado inteligente como para ser una dama conservadora.
Si su padre no hubiera sido un rico hombre de negocios, ni siquiera habría tolerado su amistad, pero Aurora Buzo era tan mercenaria como snob y a Elsa le sorprendía que su hija hubiera salido con un corazón tan generoso.
Así que habían elegido a dos primas adolescentes de la familia Buzo junto con la hermana pequeña del novio de damas de honor que, junto con tres floridas pequeñas y dos pajes, completaban el cortejo.
Cuando Elsa había observado el extravagante vuelo de los vestidos de color melocotón de las damas, había tenido una razón más para alegrarse de no tomar parte en el conejo.
Con su altura y su palidez hubiera quedado desastrosa entre aquellos pálidos repollos.
Después de la ceremonia, se iba a celebrar una lujosa recepción en el piso último del hotel con un helicóptero contratado para llevar a los novios a su luna de miel.
Los Buzo no habían escatimado en gastos para la boda de su única hija, otra razón por la que Ariel se había sentido obligada a sacrificarse a sus deseos.
Al final no había habido boda, ni recepción ni luna de miel y Elsa se consideró afortunada de que los padres de la novia no le hubieran tirado las facturas a la cara.
Había estado sudorosa durante la apertura de la ceremonia súper tradicional, sorda ante las palabras poéticas y líricas y contenta del gran sombrero y velo que había elegido para acompañar el vestido sastre de color crema.
Por debajo del ala del sombrero había contemplado entrar a Ariel del brazo de su padre.
Justo antes de dar el primer paso por el pasillo, Ariel había mirado a Elsa y su asustada mirada y temblorosa sonrisa le habían dicho todo: confiaba que Elsa hiciera lo que ella misma era incapaz de hacer.
A Elsa se le había secado la boca cuando por fin el ministro había pronunciado las palabras que había estado esperando, un pronunciamiento que normalmente era sólo ritual.