Capítulo 18

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-Esperaré que termines de guardar eso.

Laura miró sus manos y se sonrojó.

-Ahora vuelvo.

Ross se sentó en el sofá y fijó de nuevo la vista en aquella portada, no le hacía nada bien mirar aquello, le gustaría que fueran él y Laura.

Miró hacía su lado y se fijó en las bolsas que aún quedaban.

¿Pero que compraba esa mujer?

-Habrás dejado a la tienda sin nada –le dijo cuando la oyó entrar de nuevo en el salón.

-Ja, ja, muy gracioso. Bueno ¿Qué decías?

-Termina de guardar, si quieres.

-Quedan zapatos, pueden esperar.

Ella quitó las bolsas del sofá y las colocó a un lado. Sin poderlo evitar buscó la caja de las sandalias negras y la sacó. Quería verlas de nuevo. Le encantaban.

Colocó la caja sobre la mesita y la abrió, sacó una de las sandalias y comenzó a observarlas.

La boca de Ross se secó al imaginarlas con aquellos altísimos zapatos, con aquellos zapatos y el conjunto negro que le había visto de lencería.

«Oh, dios» dijo para sus adentros. Se removió en el asiento, imaginar aquello no era nada bueno, nada bueno para su entrepierna.

-Ross–lo llamó ella.

-Oh, perdona. Verás... -que difícil era, jamás le había costado nada pedirle salir a alguien, quizás era porque la gente se le acercaba, y estaba el echo de que no solía invitar a mucha gente a cenar- bueno, he pensado que quizás... podríamos salir a cenar juntos.

-Yo no se que decir.

-Podrías probar diciendo «si»

Laura agachó la cabeza, y suspiró.

-No me parece buena idea. Siempre acabamos pelando.

-No tenemos porque acabar así, somos adultos, sabemos comportarnos.

-Ya.

-¿Entonces?

-No se que ponerme.

-Pues te has comprado muchas cosas.

-Pero es que no me he duchado ni nada.

- Es temprano, puedo esperar.

-No se, es que...

-¡Deja de ponerme excusas! –se quejó Ross.

-Yo...

-Mira Laura, quería ser amable, he pensado que salir a cenar nos ayudaría conocernos, podemos pasar un buen rato juntos, tanto fuera como dentro de la cama, y te lo quería demostrar, pero si me pones excusas no consigo nada.

Ross se levantó del sofá, y caminó con decisión hasta la puerta.

-Ross...

-Laura, son las seis de la tarde. A las ocho y media saldré de mi casa, si quieres venir conmigo, te espero en la puerta, si no estás, estaré en el bar de abajo un rato. Luego me iré, te dejo en las manos la decisión -abrió la puerta de la calle- ¿Qué otra opción me queda? –preguntó para si mismo riendo irónicamente- espero que vengas –añadió.

Luego la puerta se cerró y volvió a dejarla sola y aturdida.

-Mierda, mierda y mas mierda.

¿Por qué no conseguía sacarse al idiota de su vecino de la cabeza?

Ocho y cuarto.

-Joder –susurró. Maldito tiempo, que lento era...

Lo peor era que ella se había duchado, sin querer se había arreglado el pelo, y se había maquillado, pero estaba vestida con un viejo camisón. Su vestido verde estaba sobre la cama y los zapatos a los pies de dicha cama.

Pero ella no quería ir con Ross, si había preparado todo aquello era porque a lo mejor más tarde salía a tomar algo, una copa, a buscar compañía, no lo sabía.

Cogió el libro que había intentado comenzar a leer tres veces y leyó por décima vez el primer párrafo. Enseguida lo cerró y maldijo por lo bajo. Las ocho y veinticinco.

Maldita fuera todo.

Se levantó y se quitó el camisón mientras se dirigía a su habitación, se puso el vestido verde que le hacía lucir más los ojos, se puso las sandalias negras, y se retocó un poco el maquillaje. Cogió su pequeño bolsito negro introduciendo lo necesario y se ahuecó el pelo. Mirándose en el espejo de la salita se dijo que estaba bien.

Las ocho y treinta y cinco.

-Mierda.

Esperaba que aún estuviera en el bar de abajo.

Laura entró en el bar como una princesa, todas las miradas masculinas se clavaron en ella, e vestido voló alrededor de sus piernas cuando se giró, su pelo se elevó y cayó sobre sus hombros.

Pero a ella no le importaba nada de eso, no quería la atención de nadie, mas de su vecino ¿Dónde estaba?

Era el único que no se había girado, su atención estaba clavada en una preciosa morocha que se reliaba el pelo en un dedo.

Ross no tardó en notar la presencia de su vecina a su lado, había asistido. Bien. No lo había defraudado.

-¿Llego muy tarde, cariño? –preguntó ella mientras rodeaba uno de sus brazos alrededor de la cintura de Ross.

-Claro que no, cielo –contestó él dándole un beso en la comisura de los labios.

Bien, la noche había empezado como uno se sus juegos. ¿Cómo acabaría?

Playing with fire. |Raura|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora