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Leo

El dilema de Leo consistía en como, en menos de cinco minutos, encontraría una floreria al otro lado de New York. Si bien ya iba con media hora de retraso, la bronca que le esperaba  -cortesía de su padre- sería anormal.

Leo no podía simplemente decir: 《Hola mamá, iba a traerte algo pero, ¿Qué crees? New York es demasiado grande y bueno...¡No traje nada! Asi que, ¿Qué hay de cenar?》al menos que quisiera un tatuaje permanente en forma de chancla...

Otra cosa que hay que saber de Leo es su debilidad por la población femenina, y bueno, digamos que un grupo de seis mujeres realmente guapas caminaban en su dirección.

Si la vida te manda chicas lindas, se dijo, consigues sus números telefónicos.

- Hola, lindas  -dijo caminando despreocupadamente hacia el grupo- ¿Qué cuentan?

Los seis pares de ojos lo fulminaron con la mirada y siguieron de largo.

De lo que se pierden,  pensó Leo, encogiendose de hombros y siguiendo su camino.

Calipso

- Linda, debemos buscar unos jarrones, quedas a cargo  -dijo su madre guiñando un ojo y saliendo del local con sus hermanas.

Calipso resopló y acomodó su cabello en una trenza sencilla que dejó caer en su hombro izquierdo.

El sonido de las campanas que indicaba que las puertas se abrían la trajo a la realidad.

- Uf, volvieron rápi...-dejó la palabra en el aire cuando un ruido seco se hizo presente,  frunció el ceño- ¡¿Qué le hiciste a MI mesa?!

Justo al frente de ella, un chico de piel tostada y rizos color chocolate, habia volcado la mesa de exhibición y tenia la ropa llena de tierra.

- Auch  -se quejó quitando trozos de un jarrón rosado de encima de su cabeza.

Calipso estaba que echaba humos, ese era SU jarrón. Su padre se lo había regalado al cumplir tres.

- ¡Serás...-dejó la frase en el aire, Calipso no maldecia, al menos no siempre y cuando lo hacía eran palabras mínimas-...tonto! Mira lo que hiciste  -le espetó acercándose a él.

- Hey, hey, serena morena, yo te ayudo a limpiar este desastre  -dijo él levantandose y sacudiendo su cabello como si fuera un perro recién salido del baño.

- ¡Deja de hacer eso, Dios! -dijo la chica protegiendo su cara con los brazos- ¿Necesitas algo o ya puedo echarte de mi tienda?

Calipso se cruzó de brazos y lo fulminó con la mirada, esperando una respuesta. Él joven la miró con una ceja alzada y, tras decir un juramento entre dientes, la miró.

- Necesito jazmines, ¿Tendrás...no se...un ramo? -dijo mientras hacia gestos con las manos.

Calipso suspiró y bajó los brazos y trato, y digo, trato de sonreír amablemente.

- ¿Es un regalo? -preguntó a la vez que se colocaba un delantal.

Él chico asintió- Le encantan los jazmines y, bueno...es lo único que se me ocurrió  -dijo susurrando pero ella igual le escuchó.

Calipso comenzó a tararear una canción (para calmarse) a la vez que cortaba doce jazmines, los envolvió en papel periódico y luego en un papel de seda azul cielo. Aseguró el papel de seda con cinta adhesiva y le colocó una pegatina que tenía el nombre de la floreria encima de la cinta.

- ¿Deseas una tarjeta? -preguntó de espaldas al chico- la casa invita  -agregó al no recibir respuesta.

- Si, supongo  -dijo y Calipso sonrió. Buscó una tarjeta en forma de corazón

- Dime tu nombre  -le pidió tomando un bolígrafo.

- Leo, Leo Valdez. Y en el remitente coloca Esperanza Valdez  -dijo apresuradamente y Calipso rodó los ojos.

"El amor no son solo palabras bonitas, por eso quiero que sepas que te quiero.

Te amo, Esperanza Valdez."

Con amor,  Leo Valdez

Calipso sonrió satisfecha con su trabajo y escondió la tarjeta entre las flores.

- Aquí tienes, son 4,50$ -le extendió el ramo y el chico sacó un billete de 10$- ya te doy el cambio...

- No déjalo así,  tomalo como ofrenda de paz  -dijo tomando las flores y saliendo del local.

Leo

Se había dado por vencido, principalmente porque eran las 3:45pm y porque podia vislumbrar el taller de sus padres a un kilómetro.

Llego mi hora, es el fin,  se regañó, ni siquiera pude besar a una chica.

Las esperanzas del latino estaban por los suelos, hasta que se desconectó del mundo. Detrás de él  una horda de hombres vestidos con camisas que rezaban  "Los Juerguistas"  corrían en su dirección, entre ellos su profesor de latín y Leo se vio a si mismo emprendiendo carrera para que aquellos sujetos no lo atropellasen.

XXXXX

Entró de golpe a una tienda, sus piernas se movían solas y no sabía en que dirección corría. Grande fue su sorpresa cuando se estrelló contra un objeto circular, tarde advirtió que era una mesa y tarde advirtió que un jarrón se había roto en su cabeza.

A Leo le pareció raro que no se hubiera desmayado ya que, lo había visto en una película, cuando un jarrón golpeaba tu cabeza o bien perdias la memoria o quedabas inconsciente. Pues esa teoría quedó en la basura cuando una voz femenina exclamó.

-¡¿Qué le hiciste a MI mesa?! -y así fue como pasó los cinco minutos más incómodos de toda su vida.

XXXXX

Ahora Leo había recuperado las esperanzas y sonreía triunfante a su padre que lo fulminaba con la mirada.

- Ay chamaco, ¡Gracias mijo! -exclamó su madre repartiendo besos por sus mejillas.

- De nada  -la abrazó y Leo disfrutó de la fuerza bruta de su madre en un abrazo-demoledor-de-huesos- ¿Qué te dio papá?

Leo sabía que se estaba cavando la tumba, pero no podía evitarlo, me refiero a que ¡Estaba humillando a su padre, el hombre "Siempre hago todo bien y lo sabes" y solo porque decidió hacerle un regalo a su madre! Eso era, sin dudas, lo mejor que le había pasado a Leo en todo el día.

- Buena pregunta, mijo,  ¿Qué me regaló papá?  -se burló su madre mientras Hefesto tragaba saliva.

- Ummm... yo, eh...-empezó a balbucear y ambos latinos estallaron a carcajadas.

Esa fue una buena bienvenida.

Color Caramelo [Caleo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora