VIII

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Leo.

La primera vez que Leo soñó que era un "semidiós" lo estaban asando en una chimenea. Si, súper raro.

La segunda vez que Leo soñó que era un "mestizo" estaba cayendo con Jason y Piper por el Gran Cañón. Se habían salvado porque Jason podía volar -de ahí el apodo de Superman rubio- y luego Annabeth le estaba dando el regaño de su vida.

Se prometió a si mismo comportarse frente a ella para que ese sueño no pasara a la realidad.

Y la tercera vez que Leo soñó que era un "media sangre" montaba a los lomos de un dragón de bronce, estaba yendo a rescatar al amor de su vida de una prisión en la que llevaba siglos.

Sospechosamente el amor de su vida -a la que nunca llegaba a ver completamente en sueños- se parecía a Calipso Belladonna justo ahora.

Viéndola así, con los ojos brillantes de la emoción y los dedos inquietos tratando de tocar las jaulas, hacía que el corazón de Leo diera volteretas. La brisa hacía movimientos extraños en su cabello claro y sus cejas se arrugaban cada tanto, cuando le hacía muecas a los animales pequeños.

Era... Linda. Muy linda.

— Son unas pequeñas cositas peludas y adorables —dijo Calipso, haciendo una voz de caricatura—. Quiero tenerlos a todos en casa, los llenaría de mimos y comida.

La cosa es que no se podían sacar animales del zoológico de Central Park... Al menos no de manera justa.

Pero si ilegalmente.

Miró a la chica y una imagen de Calipso entrando a la mitad de la noche al zoológico, vestida completamente de negro y con "líneas de guerra" pintadas en las mejillas, se hizo presente.

Se le hacía tan cómico como preocupante, porque algo le decía que sí era capaz de hacerlo.

Leo se rió un poco—: Vamos a seguir, no quiero que termines robando crías de mono.

Calipso lo miró entonces y le sacó la lengua, antes de darse la vuelta y empezar a caminar. Leo suspiró aún sin perder la sonrisa y comenzó a seguirla a paso lento, recordando lo que la chica le había dicho minutos antes de llegar al zoológico.

"Quiero conocerlos..."

Al principio Leo no entendió nada, pero bastó y sobró con una mirada de esos ojos acaramelados para que Leo entendiera todo. Al parecer ella se sentía como una intrusa en su círculo de amigos, y Leo no la culpaba: la había llevado a su casa y presentado a un grupo de locos sin reparar siquiera como se sentiría con eso y desde entonces han tenido más encuentros extraños.

Lo normal sería que ella le pidiera eso.

Y Leo se lo iba a conceder. Dios, claro que lo haría. Pero primero debía aligerar el ambiente, ¿Verdad?

— A ver, ¿Que le dijo un pez a otro pez? —Le soltó de repente, llegando a su lado para no perderse la respuesta. Calipso arrugó un poco las cejas y se llevó una mano a la barbilla.

— ¿Nada? Los peces no hablan Leo —contestó, dudosa.

Leo hizo una mueca—: Dios, es más fácil cuando se lo cuento a Percy, sigue creyendo que los peces hablan y a veces le decimos Aquaman por eso... Aquí va otro: ¿Que le dice un mono a una mona?

Calipso se encogió de hombros y negó con la cabeza.

— ¡No hagas monadas! —dijo cinco segundos antes de echarse a reír.

— Dios, eres pésimo para esto. —Comentó y cruzó los brazos sobre su pecho.

— ¿Puedes hacerlo mejor? —contraatacó rápidamente, cruzando los brazos también. Calipso le mostró una sonrisa completa, como la de Cheshire, el gato de Alicia en el país de las Maravillas.

Color Caramelo [Caleo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora