Capítulo 12.

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—¿De qué estás hablando? ¿Si niego qué?—, preguntó.

Con la mano bajo el mentón, YoonGi lo obligó a mirarlo a los ojos.

—¿Niegas que te agrada hacer el amor conmigo? ¿Niegas que te doy tanto placer como tú me lo das? JiMin, ¿sufres tanto cuando cabalgo entre tus piernas una noche tras otra?—

La rabia de JiMin era palpable. ¡Maldito sea! No le dejaba ni un resto de orgullo, porque sabía que él no podía negarlo. Pero no estaba dispuesto a concederle la satisfacción de reconocer el placer que obtenía de esa unión con él.

—No tengo nada más que decirte—, contestó fríamente. —De modo que, si me disculpas, quisiera retirarme—.

—JiMin, no has respondido a mi pregunta—.

—Ni pienso hacerlo—, replicó altivamente JiMin.

Se puso de pie para entrar en el dormitorio, pero YoonGi lo detuvo y lo obligó a dar media vuelta.

JiMin embistió contra el hombro de YoonGi, para apartarlo del camino, y la navaja olvidada que sostenía en la mano se clavó en el cuerpo del hombre. Ahogó una exclamación, horrorizado ante lo que había hecho. Él no reveló en su expresión el dolor que, según él bien sabía, tenía que sentir, y se limitó a retirar del hombro la navaja. La sangre brotó abundante.

—YoonGi, lo siento... yo... no quise hacer eso—, murmuró. —Olvidé que la tenía en la mano... ¡tienes que creerme! ¡Jamás he pensado en matarte! ¡Lo juro!—

YoonGi se acercó al gabinete sin decir palabra. Abrió las puertas y retiró un pequeño bulto. Con movimientos lentos regresó adonde estaba JiMin, le tomó la mano y entró con él en el dormitorio. No le ofreció ningún indicio de lo qué se proponía hacer.

Pero JiMin le quitó la camisa y lo obligó a acostarse. Él lo miró con expresión fatigada mientras le aplicaba la camisa al hombro para contener el flujo de sangre.

JiMin salió de prisa de la tienda y encontró a Heewon. Consiguió agua y toallas limpias y regresó donde estaba YoonGi. Las manos le temblaban sin control mientras limpiaba la herida y aplicaba el ungüento y las vendas que había encontrado en el bulto. Sabía muy bien que él vigilaba todos sus movimientos mientras aplicaba torpemente el vendaje al pecho y el hombro.

JiMin aún experimentaba un terrible temor al pensar en lo que él podía hacerle. ¿Creía que había intentado deliberadamente matarlo? ¿Por qué no decía algo? Lo que fuera, estaba bien. JiMin no le miró a los ojos por temor de la cólera que podía ver reflejada en ellos.

Cuando terminó de vendar la herida, le asió de pronto las muñecas y lo obligó a cubrirlo con su cuerpo.

—¡Tienes que estar loco!—, jadeó JiMin, tratando de liberarse. —Conseguirás que la herida sangre nuevamente—.

—Entonces, JiMin, dime lo que deseo oír—. Murmuró. —Di que te gusta hacer el amor conmigo, porque de lo contrario te poseeré otra vez y lo demostraré con tu propio cuerpo—.

Los ojos de YoonGi estaban un tanto vidriosos a causa de la pérdida de sangre, pero él tenía voluntad suficiente para cumplir su amenaza.
¡De modo que ése era el castigo por la herida que él había infligido! Tenía que reconocer que el amor de YoonGi era para él una fuente de placer. Pero no quería aceptarlo... ¡no podía!

El dolor de las muñecas a causa del fuerte apretón infundió coraje, JiMin miró enfurecido a YoonGi.

—¡Maldito seas, SuGa! ¿Por qué necesitas oírlo de mis propios labios, cuando ya conoces la respuesta?—

—¡Dímelo!—, exigió con voz dura.

JiMin nunca lo había visto tan cruel e implacable. Asió sus muñecas con una sola mano y con la otra comenzó a quitarle el pantalón. Comprendió que si él cumplía su amenaza, podía desangrarse mortalmente al abrirse de nuevo la herida. Y si él moría, Rain ordenaría su muerte.

—¡Muy bien!—, sollozó. —Lo reconozco. Reconozco todo. Maldito seas, ¿ahora estás satisfecho?—

Cuando él lo soltó, JiMin rodó hacia un extremo de la cama y con el rostro hundido en la almohada sollozó suavemente.

—Cedes muy pronto, amor mío—, YoonGi sonrió apenas. —Por muy bello que me parezca, no te habría hecho el amor. Prefiero gozar de las noches futuras, antes que morir hoy en tus brazos—.

—¡Oh! ¡Te odio, Lee hyukjae! ¡Te odio, te odio!—, gritó JiMin.

Él sonrió y poco después se adormeció.

"Maldito sea, maldito sea», pensó en silencio, rechinando los dientes para evitar el grito. Casi sin esfuerzo, lo obligaba a abandonar decisiones más firmes. Cedía con expresiva rapidez, como él había observado burlonamente. ¿Habría sido mejor permitir que se desangrase? Pero, en ese caso ¿qué habría sido de él? ¿De veras deseaba verlo muerto?

Había sentido una náusea profunda en el estómago cuando vio que la navaja se hundía en el hombro de YoonGi y cuando creyó que lo había matado. Pero, ¿por qué? ¿Miedo por YoonGi, o por sí mismo? No lo sabía, pero se prometió que en el futuro él no lo engañaría tan fácilmente.




Durante la semana que siguió al accidente, YoonGi permaneció casi siempre en la tienda. JiMin se resignó a vivir con él un tiempo y decidió aprovechar lo mejor posible la situación. Incluso comenzó a gozar de la compañía de SuGa, puesto que ahora él nada le pedía. Conversaban y reían; e incluso le enseñó a jugar a los naipes. JiMin llegó a dominar con bastante facilidad el juego de póquer y pronto fue capaz de derrotar al propio YoonGi.

Comenzó a sentirse cómodo en presencia del hombre, como si lo hubiese conocido toda la vida. Él le habló de su venida a Egipto, en busca de su padre, y de la vida que había llevado con la tribu. Le explicó que viajaban de un oasis a otro, o recorrían el desierto en busca de pastos para los rebaños, y de vez en cuando atacaban a las caravanas o a otras tribus de beduinos.
Le preguntó por qué prefería esta vida y él se limitó a decir:

—Mi padre está aquí—.

Cuatro días después del accidente, YoonGi comenzó a mostrarse irritable, a causa del encierro y de la inactividad. Lo reprendía por cosas nimias, pero JiMin no prestaba atención a su malhumor. Había reaccionado del mismo modo cuando al principio él lo había confinado a la tienda. Cuando el humor de SuGa se hacía insoportable, se escapaba de la tienda y visitaba a Rain.

Rain recibía con agrado las visitas del joven. Sus viejos ojos castaños se encendían y en su rostro se dibujaba una sonrisa cuando lo veía aparecer en la tienda. Rain era tan diferente del padre de JiMin, que al morir aún era un hombre joven y vital. Pero JiMin sabía que Rain no tenía, ni muchos menos, la edad que aparentaba. El tiempo tórrido de Egipto y las privaciones de la vida que llevaba lo habían envejecido prematuramente.

Ahora el padre de YoonGi estaba muriéndose. Estaba pálido, más débil que el día en que lo había conocido, y a menudo su atención se dispersaba.

JiMin le leía fragmentos de Las mil y una noches, un texto que agradaba mucho al anciano. Pero Rain dormitaba después de una hora o casi así, o simplemente miraba fijamente el espacio, como si él ni siquiera estuviese allí.

Cuando JiMin mencionó a YoonGi la debilidad cada vez más acentuada de Rain, él se limitó a contestar:

—Lo sé—.

Pero él vio que el dolor se reflejaba en sus ojos. YoonGi sabía que su padre no viviría mucho más.



El séptimo día después de la curación del hombre, JiMin despertó de un profundo sueño a causa de la mano de YoonGi, que lo acariciaba audazmente. Somnoliento se volvió y enlazó los brazos alrededor del cuello del hombre, arqueando su cuerpo, para corresponder cálidamente al beso.

—¡No!—, gritó cuando comprendió que no estaba soñando. Trató de apartarlo, pero él le sujetó los brazos.

—¿Por qué no?—, preguntó bruscamente. —Mi hombro se ha curado, bastante. La semana pasada, antes de herirme, te entregaste sin resistencia. Ahora me he curado casi por completo y necesito satisfacer el deseo—.

Acercó los labios hambrientos a la boca de JiMin y su beso largo y ardiente lo dejó sin aliento.

—YoonGi, basta—, imploró JiMin. —Me entregué una vez a ti por cierta razón, pero no volveré a hacerlo. ¡Ahora déjame en paz!—

Trató de liberar los brazos, pero era inútil. YoonGi había recuperado todo su vigor.

—Bien, de modo que esa noche sólo estabas jugando conmigo. Pues mira, querido, no escaparás, así que lucha si quieres. ¡Resiste hasta que mueras de gozo!—




Aquella tarde, JiMin oyó voces irritadas frente a la tienda. Corrió hacia la entrada y vio a YoonGi y JiHoon discutiendo acaloradamente. Tres mujeres estaban sentadas en el suelo, al lado de los dos hombres. YoonGi se apartó bruscamente de JiHoon y caminó hacia la tienda con una expresión sombría en su rostro.

—Entra, JiMin—, rezongó YoonGi al entrar en la tienda.

Fue directamente al gabinete, llenó de vino una copa y bebió.

—¿Qué pasa, YoonGi?—. Se preguntaba por qué él estaba tan irritado, y abrigaba la esperanza de que él no fuese la causa. —Veo que tenemos visitantes—.

—¡Vaya visitantes!—, explotó YoonGi, paseándose de un extremo al otro de la habitación. —Esas mujeres no son visitantes. Son esclavas que JiHoon robó anoche de una caravana de traficantes. Se propone llevarlas mañana al norte, para venderlas—.

—¡¿Esclavas?!—, exclamó JiMin, horrorizado. Corrió hacia YoonGi y tomándolo de los hombros lo obligó a mirarlo. —Te educaste en Inglaterra. No puedes aceptar este comercio de seres humanos. ¡Dime que no lo aceptas!—

—No lo acepto, pero eso nada tiene que ver con el asunto—.

—¿Las dejarás libres?—, preguntó, buscando la mirada del hombre, para asegurarse.

Pero él rehusaba mirarlo a los ojos.

—No—, replicó secamente. —Maldita sea, sabía que ocurriría esto—.

—¿Por qué no las liberas?—, preguntó con voz serena.

—¿Siempre tienes que interrogarme acerca de mis motivos? Las esclavas son propiedad de JiHoon. Él las robó. Como ya te dije una vez, le permito conservar lo que roba. No vuelvas a preguntarme acerca de JiHoon. ¿Me entiendes?—

—Entiendo que eres un bárbaro cruel e implacable. ¡Si llegas a ponerme las manos encima otra vez, la navaja tocará un lugar más vital!—

Corrió a la tienda de Rain, y abrigó la esperanza de que YoonGi no lo siguiese allí. Pero JiHoon compartía la tienda con su padre y JiMin cayó directamente en los brazos del árabe.

—Usted—, murmuró. —Es peor que YoonGi. Son todos una pandilla de bárbaros.

JiHoon lo soltó y retrocedió un paso, fingiendo no entender.

—JiMin, ¿qué hice para ofenderte?—, preguntó.

—¿No siente el más mínimo respeto por otros seres humanos?, ¿Por qué tiene que vender a esas mujeres?—

—No necesito hacerlo—, dijo JiHoon examinándolo con ojos hambrientos, de la cabeza a los pies. —Nada deseo menos que hacer algo que irrite a un bello hombre como tú. Si deseas que libere a esas esclavas, lo haré—.

JiMin lo miró fijamente. De modo que JiHoon no era el individuo codicioso que YoonGi describía.

—Gracias, JiHoon, y siento lo que dije. Parece que lo juzgué mal—. Sonrió. —¿Cenará con nosotros esta noche? Creo que prefiero no estar solo con SuGa—.

—Ah, ¿no eres feliz aquí?—, preguntó JiHoon con voz suave. —¿No todo está bien entre tú y SuGa?—

—Vaya, ¿acaso creyó que nos llevábamos bien?—, preguntó riendo.

Quizás había encontrado a un amigo en JiHoon.

—Qué lástima, JiMin—, dijo el hombre.

JiMin leyó el deseo en los ojos oscuros, pero el rostro tenía una expresión tan blanda y juvenil, que casi podía imaginárselo más joven que él mismo.


Esa noche, JiMin representó el papel de amable anfitrión, atendiendo todas las necesidades de JiHoon. Entretuvo a su huésped con relatos de Inglaterra y de su niñez.

JiHoon no podía apartar los ojos de JiMin y no le importaba que su deseo se manifestase de un modo tan franco. Cuando lo miraba casi podía olvidar sus planes, pero en realidad había esperado demasiado tiempo el momento de realizarlos.

YoonGi miraba también a JiMin, pero por una razón diferente. Lo dominaba una cólera silenciosa cuando veía cómo él coqueteaba francamente con JiHoon. Con cada vaso de vino, YoonGi pensaba en un modo diferente de matarlos a los dos. Se había enojado cuando JiMin había abandonado la tienda, esa tarde; pero ahora no era sólo enojo, sino el deseo de retorcerle el bonito cuello. YoonGi no había dicho una sola palabra cuando JiMin le informó que JiHoon pensaba liberar a las mujeres. Ahora él esperaba, y su humor se agriaba cada vez más, quería ver hasta dónde se atrevía a provocarlo.

Durante la comida y después, JiMin ignoró del todo a YoonGi. Sabía que él estaba furioso, porque tenía en los ojos una expresión sombría e irritada, JiMin deseaba verlo tan encolerizado como él había estado aquella tarde. A su propio modo estaba ajustándole las cuentas y la situación le complacía enormemente.

Después que JiHoon se retiró, JiMin se sentó frente a YoonGi y se dedicó a beber su té y a esperar que él dijera o hiciera algo. Pero se sentía un poco nervioso, porque él continuaba mirándolo fijamente, en absoluto silencio.

—JiMin, ¿te agradó que esta noche hiciera el papel de tonto?—. Sobresaltado, JiMin lo miró con cautela.

—Por favor, dime de qué modo te obligué a representar el papel de tonto—, inquirió con expresión inocente.

Un escalofrío le recorrió la columna vertebral cuando él contestó.

—¿No sabes cuándo has ido demasiado lejos?—

—Me temo que llegará aún más lejos antes de que termine la noche—, murmuró él.

Cuando YoonGi se puso de pie, JiMin se apoderó rápidamente de la navaja que había escondido, pensando en la reacción de YoonGi después de su actuación en la cena. Pero el hombre vio el movimiento y adivinó la intención. Antes de que él pudiese agarrar la navaja, le aprisionó las dos manos con una de las suyas. Con un gesto brusco obligó a JiMin a ponerse de pie y arrojó la navaja al fondo de la habitación.

—JiMin, ¿de veras estarías dispuesto a matarme?—, preguntó, en el rostro una expresión dura.

A decir verdad, había subestimado a JiMin.

—¡Sí, podría matarte!—, gritó JiMin. —Te odio—.

Él lo asió todavía con más fuerza que antes.

—Dijiste lo mismo muchas veces. Donghae ahora has llegado demasiado lejos y mereces un castigo—.

Amor en Altamar. (Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora