Con movimientos lentos y apariencia serena, se sentó y cruzó el cuerpo de JiMin sobre las rodillas.
—¡YoonGi!— gritó. Pero el hombre descargó en las nalgas desnuda, un golpe con un pequeño látigo, la verdad lo hizo con poca fuerza ya que no quería lastimarlo.
JiMin profirió un grito de dolor, pero él descargó nuevamente y dejó otra marca roja sobre la carne blanca.
—¡Por favor, YoonGi!—, exclamó JiMin. —Sería incapaz de matarte. ¡Lo sabes!—
Pero él no le prestó atención y lo castigó por tercera vez.
—¡YoonGi, juro que jamás volveré a intentarlo!—, exclamó y las lágrimas le corrían por las mejillas. Ahora estaba rogándole, pero eso ahora no le importaba. —¡Lo juro, YoonGi! ¡Por favor, basta!—
Con movimientos tiernos y gentiles YoonGi lo obligó a cambiar de postura y lo acunó en sus brazos. JiMin se sentía como un niño y sollozaba sin control. Nadie, ni siquiera sus padres, lo habían golpeado así. Pero por humillante que hubiese sido la experiencia, YoonGi tenía razón, se lo había merecido. Tenía que haber previsto que trataría de comprobar si hablaba o no en serio. Y él no quería apuñalarlo, no tenía valor para eso.
Finalmente, JiMin dejó de llorar y apoyó la cabeza sobre el ancho pecho de YoonGi. Aún temblaba cuando él lo llevó al dormitorio. No tenía fuerza para protestar y no le importaba lo que él se proponía hacer. Lo depositó en la cama y le quitó la camisa y terminó por retirarle los pantalones. Cubrió con las mantas el cuerpo tembloroso, se inclinó sobre él, lo besó tiernamente en la frente y salió del cuarto, pero tampoco ahora JiMin le prestó mucha atención.
YoonGi cruzó la habitación, tomó el vaso de vino y bebió tratando de olvidar los hechos del día. Se recostó en el diván y miró al hombre que dormía en la cama.
Toda la noche había pensado que sería muy grato obligarlo a sufrir por sus coqueteos con JiHoon. Había querido forzarlo a pedir piedad a gritos. Pero después que le había ofrecido un motivo válido para castigarlo, se sentía avergonzado. Le molestaba la idea de que lo había obligado a gritar de dolor. Pero maldición, ¡él lo había enfurecido y merecía lo que había recibido! Esa actitud tan estúpida... pero ahora era él quien sufría, no JiMin. En el curso de su vida jamás había pegado a alguna pareja y por cierto que no se sentía cómodo después de hacerlo. ¡Y JiMin había parecido dispuesto a apuñalarlo si lo tocaba! ¡Maldita sea, ese hombre comenzaba a perturbarle!
YoonGi se preguntó qué clase de juego estaba haciendo ahora el tonto de JiHoon. Él le había pedido que liberase a las esclavas o las llevase fuera del campamento. Pero JiHoon se había negado, y después había cambiado de actitud y había aceptado libertar a las mujeres... a petición de JiMin.
YoonGi sabía que JiHoon estaba fascinado por JiMin y no lo criticaba por eso. Él era tan hermoso que todos los hombres tenían que desearlo. Quizá intentaba conquistar el afecto del joven... algo en lo cual YoonGi había fracasado. Tendría que vigilar a JiHoon. JiMin le pertenecía. Y aunque lo odiase, YoonGi no estaba dispuesto a permitir que nadie se lo quitase.
Hacía calor cuando al fin JiMin comenzó a despertarse bajo las mantas. La habitación estaba vacía y se preguntó si en realidad YoonGi se habría molestado en acostarse en la misma cama durante la noche. En realidad, no podía criticarlo, porque le había ofrecido renovados motivos para desconfiar. Seguramente ahora lo odiaba; pero quizá eso era mejor. JiMin se frotó suavemente las nalgas, pero no sintió dolor. Lo que estaba lastimado era su orgullo. Se preguntó qué actitud adoptaría hoy YoonGi, porque después de castigarlo no le había dicho una palabra. Abrigaba la esperanza de que no decidiera continuar pegándole.
Xiao fue a visitar a JiMin antes del almuerzo y llevó consigo a su hijo mayor. El pequeño Yesung tenía unos dos años y JiMin se sintió muy complacido cuando lo vio explorar la habitación, mirando y tocándolo todo. Pero se sentía avergonzado en compañía del muchacho, pues JiMin sabía que Xiao tenía que haber oído los gritos proferidos la noche anterior.
Xiao le dirigió una sonrisa de persona que sabe.
—JiMin, te diré algo porque sé lo que te inquieta. No debes avergonzarte de lo que el jeque SuGa te hizo anoche. Demuestra solamente que le interesas mucho, porque de lo contrario no se habría molestado. Anoche, Junsu ardía de celos, porque él también lo sabe—.
—El campamento entero seguramente oyó mis gritos, jamás podré mirar a la cara a nadie—.
—La mayoría de los habitantes del campamento dormía. Aun así, no es nada de lo cual debas avergonzarte—.
—A decir verdad, no me enorgullece—, dijo JiMin. —Pero sí, sé que anoche merecía que me castigasen—.
En ese instante entró YoonGi y sobresaltó a los presentes. Entró en el dormitorio sin decir palabra. JiMin confiaba en que no habría oído la última frase.
—Ahora me marcho—, dijo Xiao y recogió al pequeño Yesung. —Estoy seguro de que el jeque SuGa desea estar solo—.
—Xiao, no tienes por qué irte aún—, observó nerviosamente JiMin.
—Volveré—.
—Me agradó conversar contigo—. Acompañó a Xiao hasta la entrada y le oprimió la mano mientras murmuraba. —Gracias, Xiao. Ahora me siento mucho mejor—.
El hombre le devolvió la sonrisa y se alejó. JiMin pensó que Xiao parecía muy feliz, pese a que también lo habían raptado, arrancándolo del seno de su familia.
JiMin notó la presencia de YoonGi a su espalda, pero antes de que pudiese volverse, él lo rodeó con sus brazos y lo atrajo con fuerza. YoonGi cerró las manos sobre su pecho y sintió que sus rodillas comenzaron a aflojarse cuando sintió la proximidad del hombre. Luchó contra la debilidad y el placer que el contacto suscitaba en él.
—Basta, YoonGi. ¡Déjame ahora mismo!—, exigió, tratando desesperadamente de apartar de su cuerpo las manos enormes. Pero dejó de debatirse cuando él lo sostuvo todavía con más fuerza.
—Me haces daño—, jadeó JiMin.
—JiMin, no era ésa mi intención—, le murmuró YoonGi al oído.
Aflojó el apretón y jugueteó con los pezones, oprimiéndoles suavemente con los dedos. Se irguieron firmes exigiendo satisfacción. Pero él no podía permitirle que continuase. Había jurado que no volvería a ceder.
—Oh, por favor, YoonGi—, rogó, mientras él deslizaba los labios por su cuello.
En su interior se avivaba un deseo ardiente, una sensación que lo obligaba a temblar a causa de su misma intensidad.
—¿Por qué debo detenerme? Eres mío, JiMin, y te acariciaré cuándo y dónde me plazca—.
Endureció el cuerpo al oír esto.
—No soy tuyo. ¡Sólo a mí mismo me pertenezco!—
Apartó las manos de YoonGi y se volvió para enfrentársele. Clavó su mirada orgullosa en él y su actitud era de franco desafío.
—En eso te equivocas, JiMinnie—. Le sostuvo el rostro entre las manos, de modo que no pudiera apartarse de la mirada penetrante. —Te rapté. Por lo tanto, me perteneces... eres exclusivamente mío. Te sentirías mejor si me demostrases un poco de afecto—.
—YoonGi, ¿cómo puedes hablar de afecto cuando eres la causa de mis dificultades? Sabes que deseo volver a casa, pero me retienes aquí—.
—Te deseo aquí, e importa mucho lo que yo deseo. Pensé que te sentirías más feliz si ablandases un poco tu corazón—.
YoonGi se apartó y se dispuso a salir de la tienda.
—¿Y tú, YoonGi?—, preguntó JiMin. —¿Cuáles son tus sentimientos hacia mí? ¿Me amas?—
—¿Si te amo?—. Se volvió para mirarlo y rió por lo bajo. —No, no te amo. Te deseo y eso basta—.
—¡Pero eso no es suficiente! Puedes satisfacer tu deseo con otros... ¿por qué debo de ser yo?—
—Porque los otros jamás me agradaron tanto como tú—. Sus ojos exploraron detenidamente el cuerpo del hombre. —JiMin, me temo que me he aficionado mucho a ti—.
Y salió de la tienda sonriendo.
La tarde era cálida y pegajosa. No había llovido desde el regreso de YoonGi a Egipto, y el pozo de agua se secaba paulatinamente; pero muy pronto tendría que llover, siempre era sí esa época del año.
YoonGi estaba domando a un caballo de tres años cuando vio a JiMin cruzar el campamento y entrar en la tienda de Rain. Sonriendo, recordó que esa mañana había visitado, a su padre.
—SuGa, ese joven es bueno y gentil—, le había reprendido Rain. —Y deberías tratarlo bien. Me dolió el corazón oírlo gritar anoche. ¡Si no estuviese tan débil, yo mismo habría ido a detenerte!—
A YoonGi le dolía la cabeza a causa de todo lo que había bebido durante la noche, y las palabras de su padre lo habían irritado. Había pensado replicar acremente explicando el verdadero carácter de JiMin, pero en definitiva cambio de idea. Era evidente que su padre sentía mucho afecto por el chico y eso le complacía. JiMin era como un soplo de aire fresco para Rain. Cuando lo deseaba, podía ser encantador.
Pasó una hora antes de que YoonGi volviese a verlo. Lo miró con cautela mientras JiMin se acercaba lentamente, asomándole una sonrisa en los labios. Bien, por lo menos no está enojado.
—YoonGi—.
Habló con voz serena con sus manos suaves apoyadas en la empalizada del corral. Seguramente necesita algo, supuso YoonGi mientras desmontaba y se acercaba a JiMin.
—Cariño, ¿qué puedo hacer por ti?—
—Estaba preguntándome si tienes caballos no entrenados aún—.
—Sí, pero ¿por qué lo preguntas?—
—Quiero montar—, dijo JiMin con los ojos bajos.
YoonGi lo miró dubitativo.
—¿Me pides que te entregue uno de mis caballos después de lo que ocurrió anoche?—
—Oh, por favor, YoonGi. No puedo soportar la ociosidad. Estoy acostumbrado a cabalgar todos los días—, rogó.
YoonGi lo miró a los ojos.
—¿Cómo sé que puedes dominar a un caballo? Sí, dices que sabes montar, pero...—
—¡Me insultas! He montado desde que era niño, y el caballo que tengo en casa es dos palmos más alto que todos los que veo aquí—.
—Muy bien, JiMin—, YoonGi rió y señaló el caballo que él había estado adiestrando. —¿Ése puede servir?—
—¡Oh, sí!—, dijo alegremente JiMin. El hermoso caballo árabe tenía el pelo negro como ala de cuervo, y le recordaba a su caballo, excepto que no era tan corpulento. Tenía el cuello orgullosamente arqueado, el pecho ancho y las patas largas y esbeltas. Le parecía increíble que pudiera montarlo.
—Tendrás que montar sin silla—, dijo YoonGi.
En efecto, los árabes no la utilizaban.
—De acuerdo, podré arreglarme—.
JiMin irrumpió en el dormitorio y se colocó una ancha túnica negra, la aseguró a la cintura con una cinta ancha, y después se cubrió la cabeza con una kufiya negra, asegurándolo con una gruesa cuerda negra, también.
—Estoy listo—, se volvió hacia el caballo, le acarició el hocico y murmuró a su oído: —Seremos buenos amigos, mi belleza negra, y te amaré como si fueses mío. ¿Tiene nombre?—, preguntó mientras subía al lomo del caballo ayudado por YoonGi; éste último le entregaba las riendas.
—No—.
—Te llamaré Cuervo y cabalgaremos con el viento, como el cuervo—.
YoonGi montó a FAME y así descendieron lentamente la ladera de la colina. Él estaba asombrado de la mansedumbre que Cuervo demostraba con JiMin, después de todo el trabajo que había dado para domarlo.
JiMin muy pronto se acostumbró a cabalgar sin montura. Manejó bien a Cuervo mientras descendían por el sendero sinuoso.
Cuando al fin llegaron al pie de la montaña, JiMin obligó a Cuervo a iniciar un trote corto y después un galope más veloz, YoonGi quedó atrás. Atravesó sin destino fijo la vasta extensión del desierto, y se sentía como un espíritu liberado que vuela con el viento. Era inmensamente feliz, como si hubiera estado de regreso en su hogar, cabalgando en su propiedad. De pronto, YoonGi lo alcanzó.
Asió las riendas de Cuervo.
—Si insistes en aventajarme, JiMin, quizá deberíamos apostar y arriesgar algo—.
—Pero no tengo nada que apostar—.
Sin embargo, le hubiera agradado mucho sentir que por lo menos en algo podía derrotarlo.
—Apostaremos lo que cada uno desea del otro—, propuso YoonGi, sus ojos fijos en el rostro de JiMin. —Correremos hasta el pie de la montaña y, si yo gano, en adelante te entregarás a mí siempre que lo desee—.
JiMin pensó un minuto en su propia apuesta.
—Y si yo gano, me devolverás con mi hermano—.
YoonGi lo miró extrañado. Sabía montar. Podía derrotarlo y él no estaba dispuesto a correr ese riesgo.
—Pides demasiado, JiMin—.
—También tú, YoonGi—.
Obligó a girar al caballo y emprendió el regreso al campamento.
Sonriente, él movió la cabeza, los ojos fijos en la figura del joven. JiMin había sabido que él no estaba dispuesto a aceptar semejante riesgo. Bien, había sido un intento. Lo alcanzó y ambos regresaron en silencio.
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Amor en Altamar. (Parte 1)
Fiksi PenggemarLas estrellas brillan en la noche del desierto, todo es perfecto para el amor. Sin embargo, el terror acecha a Park JiMin, que en un acto caprichoso y temerario ha insistido en acompañar a su hermano desde Londres hasta El Cairo. Ahora es prisioner...