Capítulo 4.

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    JiMin temblaba cuando entró deprisa en el salón. Aún sentía los labios de Min YoonGi sobre los suyos y los brazos que lo aprisionaban; y la endurecida virilidad de la entrepierna del hombre presionando sobre él. De modo que así besaba un hombre. El siempre se había preguntado cómo sería. Pero no había previsto la extraña sensación que Min YoonGi había despertado en él, una sensación que le atemorizaba y al mismo tiempo le exaltaba.

Felizmente, había reaccionado y fingió un desmayo pudiendo escapar. Había sido eficaz.

JiMin se calmó mientras buscaba los abrigos con su hermano. Explicó que tenía una terrible jaqueca y que deseaba partir inmediatamente.

Miró hacia la casa y vio a Min YoonGi en el balcón, observándolos. Pensar que ese hombre lo deseaba y le había pedido en matrimonio, pese a que conocía la antipatía que sentía JiMin por él. ¡Qué descaro, qué audacia ilimitada!

Ahora que estaba a distancia seguro de Min YoonGi, JiMin dio rienda suelta a su cólera. Lo había conocido la víspera y hoy ya lo había pedido en matrimonio... sin una palabra de amor. Se había limitado a decir que lo deseaba. Era incluso más impulsivo que los de la cena. Éstos por lo menos eran caballeros.

Cuando pensaba en ellos se irritaba todavía más. ¡Ese hombre no era un caballero! ¡Se comportaba como un bárbaro! A JiMin le habría gustado volver a ese balcón y golpear de nuevo aquella cara arrogante.

Los sentimientos de JiMin se reflejaban en su rostro y NamJoon, que había estado examinándolo en silencio, interrumpió los pensamientos del joven.

—Min, ¿qué demonios te pasa? Yo diría que estás nervioso. Me habías dicho que tenías jaqueca—.

El volvió los ojos hacia NamJoon y de pronto estalló.

—¡Jaqueca! Sí, tuve jaqueca, pero la dejé allí en el balcón. NamJoon, ese pedante insoportable me propuso matrimonio—.

—¿Quién?—

—¡Min YoonGi! Y tuvo el descaro de besarme... allá mismo, en el balcón—.

NamJoon pareció divertido.

—Querido hermano, parece que has encontrado a un hombre que sabe lo que desea e intenta conseguirlo. Dices que te ha pedido en matrimonio, ¡al día siguiente de haberte conocido! Por lo menos Cho y Jae te conocían un poco más. Parece que Min YoonGi realmente te desea—.

JiMin volvió a recordar lo que Min había dicho y su irritación se acentuó.

—Sí, me desea. Incluso me lo dijo y ni una palabra de amor... ¡Sólo el deseo!—

NamJoon se echó a reír. No era frecuente que viese tan irritado a su hermano. Si Min hubiese intentado molestar a JiMin, NamJoon no se habría sentido tan divertido y habría obligado al hombre a rendir cuentas de su actitud. Pero mal podía criticar a Min por un beso y una propuesta matrimonial. Él habría hecho lo mismo de haber hallado a un hombre tan bello como JiMin.

—Mira, Minnie, a menudo el deseo llega antes que el amor. Si Min te hubiese dicho que estaba enamorado de ti, probablemente habría mentido. Lo que dijo fue la verdad... que te deseaba. Cuando un hombre encuentra a una pareja sin la cual no puede vivir, sabe que está enamorado. Creo que el amor necesita crecer lentamente, y eso lleva más tiempo que dos días, o incluso dos semanas. Sin embargo, parece que Min YoonGi está dispuesto a amarte, puesto que te propuso matrimonio. En lugar de enojarte tanto, podrías haberío considerado un cumplido—.

JiMin comenzó a calmarse, se recostó en el asiento y miró pensativo a lo lejos.

—Bien, de todos modos poco importa, jamás volveré a ver a Min YoonGi. Ante todo, nunca debí venir a Londres. Aquí los hombres no saben lo que quieren. Se limitan a competir para llamar la atención: cada uno se vanagloria de que es mejor que el otro. Y los hombres como Min YoonGi creen que les basta pedir una cosa para conseguirla. Esta no es vida para mí. Creo que en el fondo del corazón soy del campo—. JiMin respiró con lentitud y exclamó a todo pulmón: —¡Oh, NamJoon, me alegro de volver a casa!—




Una suave brisa agitó la capa de JiMin cuando él y NamJoon abordaron la nave que debía llevarlos a El Cairo. JiMin y NamJoon compartirían una cabina. Cuando hubieron subido a bordo el equipaje, JiMin salió a cubierta para echar una última ojeada a su amada Inglaterra. Mientras observaba a los marineros que preparaban la salida del barco evocó la frenética prisa de la mañana.

Los fuertes golpes en la puerta habían despertado a JiMin, que había pasado otra noche de sueño inquieto. NamJoon entró en la habitación y se detuvo al lado de la cama, en su rostro armonioso una expresión distraída. JiMin vio el papel que NamJoon traía en la mano, y se frotó los ojos para disipar el sueño.

—Minnie, han llegado esta mañana. Lamento decir que debo partir inmediatamente—.

—¿Quiénes han llegado?—, dijo el joven con un bostezo. —¿De qué estás hablando?—

—De mis órdenes. Han llegado antes de lo que preveía—. Explicó NamJoon, entregándole el papel.

JiMin lo leyó.

—¡El Cairo!—, exclamó. —Pero eso está a más de cuatro mil millas de distancia—.

—Sí, lo sé. Necesito partir dentro de una hora. JiMin, lamento decirte que no puedo acompañarte a casa. Te echaré de menos, hermanito—.

Una sonrisa se dibujó en los labios de JiMin.

—No, no lo harás, hermano mayor. ¡Iré contigo! Lo decidí hace mucho—.

—¡Minnie, es ridículo! ¿Qué harás en un acantonamiento militar en Egipto? El tiempo es terrible—.

JiMin apartó las mantas, saltó del lecho y se enfrentó a NamJoon con una expresión obstinada en el rostro.

—NamJoon iré. ¡Y eso es todo! El año pasado, estuve muy solo. No lo soportaré otra vez. Además, no permaneceremos tanto tiempo en Egipto—. Se volvió y de una ojeada abarcó la habitación. —Dame unos minutos y preparo el equipaje y me visto. Te prometo que no tardaré mucho—.

JiMin echó de la habitación a NamJoon y pidió a Minho que lo ayudase a preparar el equipaje. Tenía que darse prisa, de modo que NamJoon no encontrase una excusa para dejarlo en la casa.

En menos de una hora se había vestido y listo para partir. NamJoon no formuló objeciones, e incluso le dijo que se alegraba de que le acompañase.

Faltaban pocos minutos para iniciar el viaje hacia un país extraño, del cual JiMin conocía muy poco.

Observando a los pasajeros, pensó que era extraño que su hermano fuese el único oficial del ejército que realizaba ese viaje.

—Min, debiste haberme esperado. ¡No quiero verte solo en cubierta!—

JiMin se sobresaltó al oír las palabras de su hermano, pero se tranquilizó cuando NamJoon se reunió con él ante la baranda de la cubierta.

—NamJoon, me proteges demasiado. Estoy perfectamente bien aquí solo—.

—Estaba pensando que es extraño que no haya otros oficiales a bordo. Creí que los reemplazos solían viajar juntos—.

—Generalmente lo hacen. También a mí me ha llamado la atención, pero no conoceré la respuesta antes de llegar a El Cairo—.

—Quizá te necesitan para algo especial—, se aventuró a decir JiMin.

—Lo dudo, Minnie, pero una vez que desembarquemos sabremos a qué atenernos—.

NamJoon pasó el brazo sobre los hombros de JiMin, y los dos hermanos vieron alejarse la costa de Inglaterra, mientras la nave se internaba en el mar.

Para JiMin fue un viaje largo y tedioso. Detestaba el encierro y la nave ofrecía pocos entretenimientos. Hizo amistad con un joven mayor que él Lau YuKwon, su esposo era coronel del regimiento al que estaba destinado NamJoon. Pero no pudo explicar a JiMin por qué mandaban a NamJoon a El Cairo. Sabía únicamente que los demás reemplazos debían partir un mes después.

Como no habría respuesta antes de que finalizara el viaje, JiMin decidió desentenderse momentáneamente del misterio. Pasaba mucho tiempo leyendo en su cabina o en cubierta.

Después de agotar todos los libros que había traído consigo, hizo frecuentes visitas a la pequeña biblioteca del barco.

Al principio del viaje JiMin atrajo la atención de tres jóvenes admiradores, cada uno de los cuales hizo lo posible para monopolizarlo.

Uno era norteamericano. Se llamaba Luciano, y era un joven simpático de suaves ojos grises y cabellos color castaño oscuro. Tenía el rostro delgado y enérgico, y la voz muy profunda, con un acento sumamente extraño. JiMin solía sentarse con él y escuchar horas enteras sus relatos muy interesantes acerca del salvaje Oeste.

Aunque simpatizaba con él, JiMin no tenía un interés personal en ninguno de los tres galanes. Había llegado a la conclusión de que la mayoría de los hombres eran iguales.

Los días pasaban lentamente, sin incidentes particulares. JiMin apenas pudo creerlo cuando al fin llegaron a Egipto. A medida que avanzaban hacia el sur el tiempo era mucho más cálido.

La nave amarró en el puerto de Alejandría. JiMin ansiaba volver a pisar tierra firme, pero el muelle estaba tan atestado que los pasajeros que desembarcaban tuvieron que abrirse paso a viva fuerza a través de la multitud.

NamJoon y JiMin estaban en cubierta, con sus maletas, cuando Luciano apareció y tomó la mano a JiMin.

—Querido, ¿recuerda que hablamos al principio del viaje de las órdenes recibidas por tu hermano? Bien, el asunto me intrigó bastante. Mi esposo, el coronel Lau, vendrá a buscarme y será lo primero que le pregunte, si alguien sabe por qué enviaron anticipadamente a tu hermano, es mi marido. Si no tiene inconveniente en permanecer conmigo hasta que yo lo encuentre, tu mismo podrás oír la respuesta—.

—Sí, por supuesto, me muero de curiosidad y estoy seguro de que a NamJoon le pasa lo mismo—.

Luciano hizo señas a un apuesto caballero que debía ser su esposo, el coronel. El grupo descendió la pasarela en dirección al recién llegado y éste los recibió en el muelle. Abrazó a su esposo y lo besó en los labios.

—Cariño, me he sentido muy solo sin ti—, dijo el coronel.

—Yo también te he echado mucho de menos. Quiero presentarte al teniente Park NamJoon y a su hermano, Park JiMin—. Miró a su esposo. —El coronel Lau—.

NamJoon y el coronel se saludaron.

—Teniente, ¿por qué demonios llega un mes antes? Creía que los reemplazos no llegaban antes del mes próximo—, dijo el coronel Lau.

NamJoon replicó:

—Señor, esperaba que usted me aclarase este asunto—.

—¿Qué? ¿De modo que no sabe por qué está aquí? ¿Trajo sus órdenes?—

—Sí, señor—.

Después de leer la orden, el coronel Lau miró a NamJoon con una expresión de desconcierto en el rostro.

—Lo siento, pero no puedo ayudarle. Sólo puedo decirle que nosotros no hemos pedido que viniese antes. En Inglaterra, ¿tiene algún enemigo que desee alejarlo del país?—

NamJoon pareció impresionado.

—Señor, no había pensado en eso. Pero en realidad, no tengo enemigos—.

—Una situación muy extraña, pero ahora que están aquí tienen que acompañarnos a tomar una copa—, dijo el coronel Lau, tomando a su esposo del brazo. —El tren para El Cairo no sale antes de dos horas—.

El coronel Lau los condujo a un pequeño café. Almorzaron en un patio abierto y finalmente se dirigieron a la estación.

Luciano fue a despedirse de JiMin. Prometió visitarlo cuando fuese a El Cairo, una semana más tarde, y le pidió la promesa de que no dedicaría todo su tiempo a otros hombres.

En el tren hacía mucho calor y los vagones eran incómodos. JiMin pensó divertido que, con la de trenes que había en Inglaterra, él hubiese tenido que viajar tanto para conocer uno. De todos modos, prefería la frescura y la comodidad de un carruaje, aunque a veces los viajes en esos vehículos fuesen un poco accidentados.

Henry y JiMin compartían un asiento en el vagón atestado.

—Oí decir que en el desierto hay muchos bandoleros peligrosos. ¿Es cierto que las tribus beduinas esclavizan a sus prisioneros?—, preguntó nerviosamente JiMin.

—Muy cierto, pero eso no debe preocuparte. Las tribus temen al ejército de Su Majestad, y es natural que así sea. Se ocultan en el desierto de Arabia, que está bastante lejos de El Cairo—.

—Bien, ahora me siento más tranquilo—.

El tren entró en El Cairo antes de anochecer. Los Lau llevaron a un hotel a los hermanos Park.

—Cuando se hayan instalado les mostraré la ciudad y podemos asistir a la ópera—, dijo amablemente Henry.

JiMin demasiado cansado para interesarse realmente en nada. Agradecieron la amabilidad de los Lau y se despidieron. NamJoon pidió una cena liviana, pero JiMin pudo comer muy poco y se acostó temprano.

Su cuarto estaba en el fondo del corredor, frente al de NamJoon y un baño caliente le esperaba. Se desnudó rápidamente y se sumergió en el agua del baño. Permaneció en el baño una hora, antes de enjuagarse y secarse. El agua caliente la había tranquilizado y consiguió dormirse sin dificultad.

En medio de la noche un ruido en la habitación interrumpió el sueño sereno de JiMin. Abrió los ojos y vio una alta figura frente a él. JiMin se preguntó qué demonios hacía NamJoon frente a la cama, observándolo en la oscuridad. Pero de pronto comprendió que no podía ser NamJoon. Ese hombre era un poco mas bajo y algo le cubría el rostro.

Intentó gritar, pero antes de que pudiese emitir el más leve sonido una mano enorme le cubrió la boca. Trató de apartarlo, pero no pudo.

De pronto, el hombre lo atrajo y lo besó cruelmente, oprimiendo el cuerpo del joven mientras con la mano libre le acariciaba audazmente el pecho.

"—¡Dios mío—, pensó frenético JiMin —quiere violarme!—." Comenzó a debatirse con violencia, pero su atacante lo dejó caer sobre la cama y con movimientos rápidos le aplicó una mordaza a la boca y se la ató firmemente sobre la nuca. Le metió un saco por la cabeza y se lo bajó a lo largo del cuerpo, asegurándolo alrededor de las rodillas. Lo alzó en brazos y se lo echó al hombro.    

Amor en Altamar. (Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora