No soy capaz de asimilarlo.
Nate.
Mi hermano.
Cuando acabé de desayunar cogí el teléfono fijo para buscar en el registro de llamadas el número que me llamó ayer por la noche. Tenía que averiguar que le había pasado.
Marqué.
—Hospital central de Dakar ¿dígame? — cuando la voz de la señora se escuchó al otro lado de la línea se me hizo un nudo en la garganta — ¿Hola? — las palabras no me salían solo de pensar en el estado de Nate.
—Soy Alexandra Whitewood, mi hermano está ingresado en su hospital y quería saber cómo está — dije lo más calmada que pude.
—¿Cómo se llama su hermano? — su tono aburrido y monótono solo consiguió ponerme más nerviosa de lo que ya estaba.
—Nate Whitewood — dije como un susurro, tan bajito que incluso dudé por un momento que me hubiera oído.
—Ah, el corredor de Moto GP, se encuentra en estos momentos en cuidados intensivos — algo en mi se calmó por un momento, pero no duró demasiado — Aun así, su recuperación no está asegurada —
Alcanzo a oír un par de voces gritando algo al otro lado de la línea.
—¡McGregor! ¡Necesitamos un cirujano para el motorista! ¡Rápido! — la sangre se me congeló.
La que suponía que era la recepcionista me estaba diciendo algo, pero no conseguía escuchar nada, el fijo seguía pegado a mi oreja, pero yo estaba ida. Completamente ida.
Decidí colgar el teléfono e irme a dar una vuelta por la ciudad para intentar despejarme.
Cerré la puerta de casa y me dirijo a la parada de autobús que está a un par de manzanas de mi casa.
Cuando salgo me llama la atención un Audi A8 negro aparcado en la puerta de la casa de al lado. El coche me es inconfundible.
Ian había vuelto a California.
Ignoro la curiosidad y continuo con mi camino.
—¿Es que ya no saludas a un viejo amigo? — me giro para encararle y ruedo los ojos.
—Tu no eras ni eres mi amigo, Ian — le solté lo más borde y pasota que pude.
— Vale, vale, no tienes que ponerte así preciosa — levantó las manos en forma de rendición, y algo raro se removió en mí cuando me llamó preciosa.
Ian es el típico adolescente fiestero que tiene a todas las chicas a sus pies, o por lo menos así era hace dos años, antes de irse a vivir a Italia por el trabajo de sus padres.
Tiene un año más que yo y, para mi desgracia, era de los mejores amigos de mi hermano, por lo menos hasta que decidió empezar a correr y dejó el instituto dos años antes de graduarse.
Es alto, muy alto, ojos azules grisáceos, pelo azabache y un físico de dios griego.
—¿A dónde vas? — siento que me sigue muy de cerca, hasta que noto una
mano agarrarme la muñeca y girarme — ¿Me estás evitando? —
—Puede ¿pero a ti qué te importa? — no podía aguantar este tipo de tonterías, no ahora.
Tiré de mi brazo para intentar soltarme, pero él era mucho más fuerte que yo y no lo conseguí.
—¿Estás bien? — me preguntó y aflojó el agarre para no hacerme daño.
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No todo es casualidad
Teen Fiction- Sube - me dice desde el interior del coche -Te estas empapando - - No pienso estar cerca de ti - dije con una mueca de asco. - Eso ya lo veremos, preciosa - me guiña un ojo y le veo alejarse, lanzándome un beso por el retrovisor.