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Ian

Estaba enfadado y sabía perfectamente el motivo, Carlos. Ese tío no me daba buena espina en absoluto y no me gustaba que tocara tanto a Alex.

Decidí saltarme la clase de biología porque era completamente consciente de que si entraba enfadado iba a terminar en el despacho del director o a golpes con alguno de mis compañeros.

Necesitaba aire así que salí a la zona delantera del campus del instituto. No me gustaba relacionarme mucho con las personas de aquí, me parecía que todas eran unas interesadas que al mínimo despiste te traicionan o te intentan utilizar.

Estoy a punto de ponerme los auriculares y pasar de todo cuando la veo, estaba sola en un banco, escuchando música en su mundo y con la cabeza echada hacia atrás. Una sonrisa se me escapó de los labios al verla, creo que ya tenía otra cosa que hacer.

Me acerqué sigilosamente, aunque tenía la música demasiado alta como para oírme a medio metro de distancia. Hasta yo era capaz de oírla desde donde estaba en ese momento y no era precisamente cerca.

—Te vas a quedar sorda con la música tan alta — dije ya a su lado, pero no pareció oírme. Así que empecé a darle golpecitos en el hombro para conseguir su atención.

—Quienquiera que seas, déjame en paz — misión cumplida.

Ahora necesitaba que me mirara, o por lo menos que me escuchara, así que le quité uno de los auriculares consiguiendo que abriera los ojos de golpe.

—¿Pero que cojones...

—¿Así que pasas de mí por estos niñatos? — dije con un asco fingido, me encanta picarla.

—Ni siquiera pienses en meterte con ellos, no les llegas ni a las suelas de los zapatos.

Empecé a reírme a carcajada limpia, sentí unas cuantas miradas sobre nosotros, pero no les di la mínima importancia.

—¿Qué te hace pensar que son mejores que yo? — me limpie una lagrima falsa — Les doy mil vueltas, cielo.

Y no era broma, hacia unos años empecé a tocar la guitarra y siempre he querido dedicarme a algo relacionado con la música.

Desde pequeño he ido a clases de canto y casi desde los cinco años se tocar el piano.

Alex fue más rápida que yo, se levantó antes de que pudiera reaccionar y empezó a caminar hacia el interior del instituto.

—Vamos, no te enfades — dije corriendo hacia ella y poniendo la carita de pena del Gato con Botas.

—No quiero hablar contigo, lárgate.

Me puse completamente serio, si seguía enfadada por lo que había pasado en el comedor solo tenía una explicación razonable, o al menos yo lo veía así en ese momento

—Es por ese chico, Carlos ¿no? — casi grité, pero me contuve. No sé por qué me comporto así, jamás había tenido celos de nadie.

—En realidad, no — se detuvo de repente, su tono era de irritación pura — Es por ti, no eres quien para decirme con que personas me puedo relacionar y con cuáles no. Además, fuiste tú el que no quiso concretar lo que somos, así que como no somos nada no puedes mandarme. Ni, aunque fuéramos algo podrías hacerlo, y si no lo entiendes no es mi problema.

Me quedé sin palabras, no tenía como rebatirle eso, y aprovechó el momento para seguir su camino.

—¡Y búscate la vida para entrar en casa, no voy a llegar hasta tarde!

No todo es casualidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora