10

9 1 13
                                        

Alex

El día pasó bastante rápido y había quedado con los chicos para ir a dar una vuelta por el centro comercial. Hacía mucho tiempo que no salíamos todos juntos y ya era hora.

Pero había un problema.

Ian me había encerrado en el baño cuando me había metido a duchar porque decía que le había dado calabazas por quedar con mis amigos en vez de con él.

—¡Ian abre la puerta ahora mismo! — grité golpeando la puerta lo más fuerte que podía.

—¡Ño! — gritó como un niño pequeño al otro lado de la puerta.

—Deja de comportarte como si tuvieras dos años y abre, puedes venir con nosotros — dije rindiéndome.

No tardó ni medio segundo en abrirla con una sonrisa de oreja a oreja y ese brillo que solo aparece contadas veces en sus ojos.

Por suerte ya estaba vestida y solo tenía que coger mis cosas para salir, pero unos brazos me agarraron de la cintura y tiraron de mí hasta quedar tumbados en la cama.

—Ian, cielo, suéltame o llegaremos tarde — dije como si fuera su madre o algo por el estilo mientras acariciaba su brazo suavemente. Su piel se había puesto de gallina bajo mi tacto.

—¿No nos podemos quedar viendo una peli aquí? — dijo aflojando su agarre, pero no soltándome del todo.

—Nop, pero te puedes venir con nosotros — repetí, pero él me giró haciendo que quedemos cara a cara. De un momento a otro dejé de respirar.

Nuestras narices se tocaban y podía notar como su corazón latía tan acelerado como el mío.

Su respiración era entrecortada y mis ojos estaban muy abiertos por la impresión.

—Ian, yo... — no me dejó terminar cuando se alejó de mi como si quemada.

—Será mejor que vallamos bajando, no queremos que tus amigos esperen de más.

No entendía su cambio de humor tan repentino, hace un momento estábamos bien, pero ahora...

¡Él era el que me había puesto en esa posición comprometida!

<Sabes perfectamente que te ha gustado más de lo que quieres admitir>

¡Ohg cállate!

Bajé las escaleras corriendo y cogí mi chaqueta de cuero, Ian no aparecía por ninguna parte y tenía miedo de que se hubiera ido por ahí solo estando cabreado. Era perfectamente consciente de lo que era capaz de hacer estando enfadado.

Pero no era mi problema, yo no había hecho nada.

—¡Ian, me voy! ¡Si pasa algo llámame! — grité siendo consciente de que había sonado como su madre.

Salí de casa y me senté a esperar el bus. Pegué un saltito en el sitio cuando sentí vibrar mi teléfono. El nombre de Sky aparece en la pantalla.

—Ho- — no me dejó acabar cuando ya estaba gritándome.

—¡¿Dónde narices estás?! — gritó enfadada.

—Hola Alex ¿qué tal estás? Muy bien gracias — dije con ironía.

—Si, si, lo que tú digas. ¿Se puede saber por qué tardas tanto? Habíamos quedado hace quince minutos — dijo ya un poco más calmada.

—Acabo de salir de casa, digamos que a habido un pequeño contratiempo que me ha retrasado un poco — el bus paró y me subí, apoyándome en una de las barras de sujeción, nunca me ha gustado sentarme en el transporte público en general — Llego en cinco minutos.

No todo es casualidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora