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Acabó de preparar el desayuno, unos simples huevos con tostadas. Debía admitir que la cocina no era lo suyo, aquello era cosa de Sanji. En fin.

Caminó con la bandeja entre sus manos hasta detenerse delante de una puerta de madera de color blanco, suspiró con pesadez antes de llamar con sus nudillos -Robin- llamó con calma, nadie respondió. Abrió la puerta lentamente encontrándose con la habitación casi a oscuras, gracias a la poca luz que se filtraba por entre las persianas, se podía ver que aquella era la habitación de un bebé... o por lo menos iba a serlo. Se encontró a una mujer de cabellera negra, tumbada en posición fetal encima de la alfombra rosada que había en medio de la habitación -te he traído el desayuno- habló sentándose en el suelo junto a ella, no recibió ninguna respuesta, lo único que le indicaba que ella estaba despierta eran los pequeños gimoteos que emitía de vez en cuando -vamos, no me hagas esto, debes comer algo- pedía el peliverde, poniéndole la mano en el hombro y la bandeja de comida al lado.

-No puedo... No puedo- susurró mientras las lágrimas volvían a salir.

Zoro miró por la habitación viendo todos los artículos que habían comprado para cuando aquella pequeña criatura llegara a sus vidas, pero ahora nunca lo haría, pensar en aquello le hizo aguantarse las lagrimas. Sorbió por la nariz y miró a su mujer tan... "Derrotada", aquella era la palabra indicada, él había vivido con ella las peores penurias y nunca la había visto rendirse, pero aquello la superó con creces. Jamás olvidaría cuando el doctor Trafalgar les dijo aquellas horribles palabras.

"El niño está muerto"

La cargó entre sus brazos y se la llevó al baño, era tan liviana en su estado actual, casi parecía como si cargara una pluma. Allí la sentó sobre el retrete dedicando unos segundos a ver su pobre rostro; los ojos enrojecidos e hinchados de tanto llorar, sus labios resecos y marcados de tanto mordérselos y las marcas de arañazos en sus brazos por ambos brazos. La noticia le había causado un complejo de odio hacia su cuerpo.

Llenó la bañera con agua caliente procurando que no lo estuviera demasiado, procedió a desnudarla lentamente, empezando con los calcetines y subiendo muy poco a poco hasta dejarla desnuda, ahí también contemplo cuan había cambiado el cuerpo de la mujer que amaba; estaba muy delgada, se había negado rotundamente a comer desde hacía unos cuatro días. Nuevamente la cargó y la depositó con suavidad entre el agua, una vez hecho cogió la esponja y empezó a enjabonarla mientras le dedicaba una mirada de vez en cuando, todo el rato bajo un silencio sepulcral interrumpido solo por el ruido del agua moverse.

-Fue culpa mía- habló ella tratando de aguantarse las lágrimas -yo maté a nuestro hijo- Zoro se horrorizó ante aquellas palabras, se levantó y se quitó los zapatos para meterse en la tina con ella y abrazarla con fuerza y amor, tanto de ambas como su cuerpo y alma le permitiesen.

-No pienso dejar que esto nos consuma, a ninguno de los dos- explicó colocando el mentón sobre el hombro de la mujer. No debía llorar, debía mantenerse fuerte por los dos.

Pasaron semanas, incluso meses para que Robin volviese a ser algo de lo que en su día fue. Una mujer morena y de exuberante figura y belleza. Todo el grupo había sido partícipe de su recuperación, siendo su peliverde marido su mayor punto de apoyo, ahora Robin volvía a sonreír, pero Zoro notaba que ya no lo hacía como antes. Cuando el bebé se fue también lo hicieron las emociones de su mujer y con ello parte de la felicidad de él.

- ¿Habéis pensado en volver a intentarlo? - preguntó Luffy, el mejor amigo de Zoro, dejando en el aire un silencio incomodo.

- ¡Luffy! - Nami, la pareja del susodicho, dándole un fuerte golpe dejándolo y así medio muerto sobre la mesa -no le hagáis caso, este hombre es un tanto estúpido- rio ella nerviosa, Robin rio calmadamente siendo observada por Zoro.

Seamos Una Familia. Zorobin. ReeditandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora