Capítulo 31 - El velorio

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Capítulo treinta y uno.

Desperté al sentir algo sobre mi regazo. Abrí los ojos y vi el cuerpo de ____, con el cabello revuelto y la espalda descubierta. Seguía durmiendo.

Miré el reloj de la mesita de noche, y apenas había pasado hora y media.

Toqué el hombro de ____ y lo sacudí levemente para que despertara. Así unas tres veces.

–¿Qué pasa? –preguntó, todavía dormida.

–Tenemos que irnos–me reí–. ¿Lo olvidas?

–No tenías qué recordármelo.

Tenía razón. Era el velorio de mi madre… Y aún con el cuerpo caliente, yo me había acostado con ___. Fue una falta de respeto en la cual no pensé cuando ella volvió a besarme.

–No tenías porqué–susurró y besó el lóbulo de mi oreja.

–Perdóname–suspiré y enredé mi dedo en uno de sus caireles–. Me duele tanto como a ti.

–Depende de qué dolor estemos hablando–se rio.

Apenas había entendido el chiste: su virginidad.

Entonces era un dos por uno.

–Perdóname otra vez–sonreí y besé su cabeza–. Tenemos que volver.

–No quiero.

–¿____? Tenemos que volver–repetí y toqué su mejilla–. Es obligatorio.

Asintió levemente.

–No quiero ver a mi madre encerrada en una caja–suspiró.

–¿Crees que yo sí? No tienes ni idea de cómo me siento.

–No quiero discutir sobre cómo te sientes o no–se dio la vuelta, dándome la espalda–. En serio no estoy de humor.

–Ni yo–le dije firmemente–. Ni yo, créeme.

Se puso de pie y caminó al vestidor. Me sorprendió saber que una mujer podría vestirse en menos de dos horas. Salió a los diez minutos con una camisa negra sin mangas y unos jeans.

–Bueno, si quieres irte… que sea ya–me dijo.

–No si vas a estar de mal humor–me levanté de la cama y caminé hacia mi pantalón.

–No estoy de mal humor–caminó a mi camisa, la tomó y me la dio–. Me pone… extraña saber que no volveré a ver jamás a mi madre.

–No pienses en eso ya–me puse la camisa y la abroché. Después me acerqué para abrazarla–. Bajemos.

–Tengo que acomodar mi cama…

–Ya lo haré yo cuando lleguemos

No estaba seguro de que volvería, pero tampoco la iba a dejar sola. Creía que éramos el mejor apoyo que necesitábamos los dos.

Le diría a mi madre que no quería irme esa misma noche.

Volvimos como llegamos: caminando.

Todo el tiempo estuvimos tomados de la mano, y cuando mi madre la vio, no dijo nada. Sólo le sonrió.

–¿Cómo has estado, hi…?–le preguntó mi madre. Estaba a punto de decirle «hija».

–No creo que esa sea una buena pregunta–le dije–. ¿Cómo crees que se siente?

–Bien, a pesar de todo–respondió con un suspiro, y me apretó la mano.

–Me alegra–me miró y sonrió un poco–. Perdón por molestar.

–No digas eso–me solté de ___ y abracé a mi madre.

Dos, tres horas sentado frente a un ataúd donde se encontraba la mujer que me había cuidado toda la vida. Y la última vez que había hablado con ella había sido grosero. Porque estaba más que enojado con ella por mandarme lejos y con otra persona que no conocía.

–Me arrepiento mucho de cómo la traté–le dije a ___, quien tenía la cabeza sobre mi hombro.

–No te arrepientas ahora. Lo hubieras hecho cuando ella estaba.

–Probablemente tengas razón.

Me miró y sonrió. No dudó en plantarme un beso, a lo que yo respondí con una mirada de complicidad.

–¿Qué?

–¿Por qué lo hiciste?

–Porque ya no pienso ocultar nada entre tú y yo. No hay nada más que nos una que lo que sentimos… ¿no?

–Sí–le sonreí y volví a besarla.

Eran casi las tres de la mañana, cuando ____ volvió con dos vasos con café.

–Gracias–le dije.

–No hay problema–se sentó a mi lado y volvió a apoyar la cabeza en mi hombro.

–¿Tienes sueño?

–Sí.

–Volvamos a casa.

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I want you to stay - Kendall Schimdt y Tu * TERMINADA*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora