Cama de rosas

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El ajetreo era inmenso, nadie que no fueran las enfermeras o el doctor se movía.

Jace estaba estático en medio del pasillo, pálido observando cómo aquellas personas vestidas de blanco hacían su mejor esfuerzo para que su hermano respirara. No se daba cuenta de que lloraba en silencio hasta que la mano de un castaño con lentes limpió sus lágrimas.

Simon lo llevó consigo a sentarse, pues parado a medio pasillo solo entorpecía a los médicos que pasaban con rapidez. 

-Yo...yo no entiendo porqué a las mejores personas les pasa esto, te juro que no lo entiendo - susurró Jace, su mirada perdida, tal vez recordando algo del pasado o paralizado por el presente.

-Nadie lo sabe Jace - contestó nostálgico Simon. Él también había perdido personas, su padre y su novio Sebastián. Sabía a lo que Jace se refería, ese inmenso dolor de pérdida, de saber que jamás los volvería a ver, escucharlos reír y hablar, todo eso provocaba una gran sensación de pánico indescriptible, lo más cercano que él conocía para comparar esa sensación era el sentimiento de vértigo que uno experimenta al caer. 

Mientras que el doctor y las enfermeras que atendían a Alec hacían lo imposible para que el ojiazul pudiera respirar de nuevo, en un rincón de la sala de espera había un niño de ojos grises que hacía su mayor esfuerzo para no entrar en pánico por lo sucedido. 

La mayoría de las personas en la sala de espera poco o mucho les importaba que los vieran llorando como era el caso de Jace, o Robert, que no dejaba de tirar de su cabello en desesperación por su hijo; incluso Asmodeus no sabía cómo sentirse por su hijo, por la situación en la que se encontraba el esposo de su hijo. Más sin embargo, Máx, hacía su mayor esfuerzo para no llorar, no gritar, ni nada que pusiera en evidencia su desesperación. Él creía que bastante ya era que al menos la mitad de las personas en la sala  estuvieran presas de sus emociones como para que él se les sumará. 

-¿Estás bien?- preguntó una dulce voz, pero el niño seguía absorto en sus pensamientos -¿Máx?- volvió a preguntar la chica tocando el hombro de Máx. El infante la miró sorprendido pues ni siquiera la había escuchado acercarse. 

-Dime, Clary- contestó Máx con la voz neutra. 

Por la mente de la chica pelirroja pasaban tantas cosas, pero lo que más la sorprendía era el hecho de que ese jovencito de tan solo nueve años mantuviera la compostura a tal grado que ni su voz dejaba pasar su tristeza. 

-Máx, puedes decirme lo que sientes, no tienes por qué guardártelo- el aludido solo le dedico una pequeña sonrisa. 

-Las emociones sólo nublan nuestro juicio en los momentos de tensión- respondió el pequeño, dejando aún más anonadada a Clary. -Solo mira, Clary, mi papá está al borde del pánico y si el doctor sale y dice que Alec no pudo más de seguro sufrirá un infarto, el pobre Jace no para de llorar, y creeme que no lo culpo porque Alexander es de las pobres personas que aún le quedan a mi pobre teñido; Simon…. bueno, él comparte el dolor de Jace por perder a Sebastian y porque Alec también forma parte de sus mejores amigos. Asmodeus no sabe qué es peor, si que su hijo siga inconsciente, o que el amor de la vida de su hijo esté entre la vida y la muerte, y si éste último no la libra y su hijo sí lo logre, cómo tendrán que decirle la enorme tragedia. No es por sonar pesimista o cruel, Clary, es simplemente que creo que aquí ya hay demasiada desesperación y dolor como para que yo me les una.- fue la respuesta de Máx, dejando aún más perpleja a Clary que no tenía ni idea de cómo o qué responder a aquello, a ese  razonamiento tan profundo que venía de nada menos que un niño de tan solo nueve años. 

Sally iba regresando con un café para Robert, pues no dejaba de pensar que sí no lo calmaban él sería el primero en volverse loco y comenzar a armar un alboroto. 

Odio es igual a Amor (AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora