Era dieciséis de septiembre por la noche. Las fiestas de Cartagineses y Romanos que tendrían lugar a finales de ese mismo mes empezaban a prepararse en la ciudad, como todos los años. Era una fecha clave en la ciudad. La tradición histórica sobre la invasión romana y el recuerdo de las guerras púnicas que llevaron a la conquista romana de Cartago cubrían la ciudad de norte a sur. En un bar situado en el puerto la gente charlaba animadamente. En una esquina solitaria y oscura, un extraño individuo, más o menos un metro setenta y poco, más bien fuerte, con el pelo liso, castaño claro y más bien largo, bebía una cerveza, ausente del mundo, si bien su mirada estaba fija en un tipo menudo cuya vestimenta era de lo más rara: una camiseta verde azulada con varios dibujos extraños que recorrían la espalda de la prenda, y en los hombros, tejidos a mano, los dibujos de dos cuervos que parecían mirar salvajemente a su alrededor; los pantalones parecían ser vaqueros, pero no. El tono azul oscuro de los mismos no tenía nada de pantalones vaqueros, el tejido no parecía ser de aquel tipo de ropa. En la espalda llevaba tallada una V rúnica de color dorado sobre una bandera negra con una cruz que recordaba a la de las banderas nórdicas sobreimpresionada, una cruz con el contorno rojo y relleno de color amarillo brillante. Un escudo redondo con runas impresas y en cuyo centro podía leerse, si uno se fijaba lo suficiente, la palabra "Hellbergholm", la presidía en su parte superior izquierda. El cinturón que llevaba era, o eso podía pensar cualquiera que le echara un vistazo, bastante antiguo. El tipo que estaba sentado al fondo se levantó de repente, sin haber terminado su bebida. Siendo víctima de todas las miradas, se acercó a grandes pasos detrás del hombre de aspecto estrafalario, y sacando una daga, dijo en voz alta:
—Miserable traidor, ¡Odín jamás permite que se burlen de él! El otro se volvió, y la mirada de sus ojos y las facciones de su cara al verlo tornaron en gestos de total pánico. En sus ropajes, Lernek portaba el mismo escudo y la misma bandera que aquél. Quizá por eso puso aquella mirada de sorpresa. Balbuceó, como si tratara de explicar algo.
—¡Lernek! ¡Mi señor... vos aquí... yo no... os juro que... yo...! — exclamó. No le dio tiempo a más. El tal Lernek ni siquiera medió palabra. Le cortó el cuello con la hoja de la daga. De inmediato los gritos de pánico se sucedieron en el bar. La gente salía corriendo de allí. ¡Aquel tipo debía estar loco! El cadáver quedó tumbado en el suelo en mitad de un charco de sangre. El bar quedó vacío en cuestión de segundos. La gente había huido, totalmente despavorida, tras la actuación de aquel extraño sujeto. Lernek echó un vistazo al cuerpo inerte del hombre. Mirándole con odio, le clavó la daga en el estómago y salió del bar. Encendió una cerilla, con ésta se encendió un cigarrillo y la echó al interior del establecimiento, que comenzó a arder en llamas de inmediato. Mal momento para intentar incendiar el local. Javi y Esther, presidente y vicepresidenta de la ADICT, respectivamente, pasaban por allí. Mientras el bar empezaba a prender en llamas, Lernek se había percatado de aquellos dos que iban hacia él.
—¡Eh, tú!— gritó Esther. Tanto ella como Javi se acercaron decididamente, preguntándose quién demonios era ese tipo y qué le había llevado a actuar de esa manera enfrente de al menos veinte testigos.
—¡Mira lo que tenemos, Esther, hemos pillado in fraganti a un pirómano en toda regla!— exclamó Javi—. ¡Somos de la ADICT, y tú estás detenido! ¡Y encima me has fastidiado el paseo, con lo cual estoy muy cabreado!
Lernek ni se inmutó. Simplemente sonrió y miró fijamente a Javi y a Esther.
—¿Os aventuráis a plantarme cara?
—¿Plantarte cara? ¡Eso y más!— tronó Javi—. ¡Entrégate y no ocurrirá nada! ¿Tú le has oído, Esther? ¡Será chulo el tío!
Lernek se llevó la mano al cinturón y sacó una navaja de considerables dimensiones.
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ADICT I: GÉNESIS. LIBRO I - LA ESFERA DEL VALHALLA
FantastikLas Armas Sagradas de los dioses de Asgard están perdidas por territorios midgardianos. El Primer General Sigurd encomienda al general Lernek la misión de hacerse con las armas con el objetivo de devolverlas a sus legítimos dueños, pero no todo va a...