Capítulo 26. «Sin amor, no hay dolor»

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Música: I hate you, I love you de Gnash.

«Sin amor, no hay dolor»

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OLIVER

La casa está en completo silencio cuando cierro la puerta del salón.

Me asomo en la cocina aun cargando con la mochila que preparé esta mañana para mi día entero de playa con la salvaje y descubro que, para variar, Ed no se encuentra de cabeza en el refri buscando algo que preparar para la cena.

Subo las escaleras y toco a su puerta, no me fio de entrar sin más después de descubrir esta mañana que Lisa había pasado la noche anterior con él. Después de varios segundos sin respuesta mando a la mierda su derecho a la privacidad y me encuentro con una habitación de invitados oscura y vacía.

Le escribo para saber en dónde se ha metido antes de dirigirme a la habitación que llevo ocupando desde que llegué al pueblo. Enciendo el interruptor y veo un bulto cubierto con una manta encima de la cama. Mi primera impresión es que se trata del imbécil de Ed, pero la cabellera larga y azabache que cae por un costado del colchón me hace descartar la idea con rapidez.

La chica que está ocupando la mitad de mi cama se da la vuelta en mi dirección. Su ceño se frunce y parpadea un par de veces para acostumbrarse a la repentina claridad. La manta cae sobre su regazo cuando se incorpora, todavía desorientada. Y cuando sus ojos oscuros finalmente se fijan en los míos, una sonrisa radiante aparece en su rostro.

—Hasta que por fin apareces, capullo.

—¿Qué coño estás haciendo aquí, Alessa?

—¿Es así como recibes tu regalo de cumpleaños? —Se pone de pie, y el albornoz de encaje negro que lleva atado a su cintura no deja mucho a la imaginación.

Un «joder» se escapa de mi boca, y contrario a la forma en la que ella parece interpretar mi reacción, no lo digo porque la sorpresa me perezca necesariamente grata.

—¿Cómo conseguiste llegar aquí? ¿Cómo entraste en la casa?

Ella se ríe, ajena a toda mi turbación.

—Ed me dejó entrar antes de largarse a la feria con «Risitos de oro» —dice con una risita, muy consciente del estado en la vida amorosa de nuestro amigo—. Y con respecto a la casa, no se me hizo muy difícil dar con ella. ¿Recuerdas las fotos de tus padres que descubrí una vez en tu habitación? Fue tomada en el jardín frontal, ¿no? — Asiento como un autómata—. Pues solo le di las características básicas al conductor del taxi y él me trajo directo a este vecindario.

—¿Taxi? —repito, cayendo en cuenta que auto no se encontraba frente a la propiedad cuando llegué—. ¿En qué has venido hasta acá?

—En autobús.

—¿Pero qué coño...? —La miro como si le hubiera crecido una segunda cabeza—. ¿Se puede saber por qué no has venido en tu auto?

Se muerde el labio, cosa que solo hace cuando se siente culpable por algo.

—Papá no sabe que estoy aquí, no quería que lo supiera. Y ya sabes que mi auto tiene activo el GPS.

—Joder —mascullo por segunda vez en menos de un minuto—. No puedes estar aquí, Alessa.

Sus labios forman una pequeña mueca, pero sus ojos no pierden la determinación.

—¿Por qué? —Da otro paso en mi dirección—. ¿Está pasando algo malo?

EUREKA / Un Verano para Encontrarte  [YA EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora