Una joven hermosa y frívola

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    —Eudamón va con hache? —preguntó por preguntar una joven hermosa y frívola que se había sentado en la primera fila del aula magna de la Facultad.

  La muchacha se destacaba del resto, no sólo por su belleza, sino también por su atuendo, más apropiado para un cóctel que para una clase de arqueología.

—No, Eudamón se escribe sin hache. Se escribe exactamente como está escrito en el pizarrón —contestó el doctor Bauer, el brillante arqueólogo que estaba dando su clase.

—Ah, ¡qué bólida! —dijo entre risas la alumna, tratando de captar la atención del profesor, pero él ni siquiera la miró, y continuó apasionado con el tema.

  La joven era Malvina Bedoya Agüero, hermana menor de Bartolomé y tía de Thiago. De chiquita, fue una nena consentida, superficial y caprichosa. De grande, seguía siendo igual.

  Cuando terminó el colegio secundario —dos años más tarde de lo que debía, dos veces repitiendo—, se anotó en la carrera de diseño de indumentaria, porque le costaba muchísimo conseguir carteras que combinaran con los zapatos. «Oh, my God, ¿tan difícil es combinar una cartera con un zapato?»

  Si anotarse en la carrera le resultó difícil, mucho más complicado fue encontrar el aula donde se dictaba la materia que buscaba. Abriendo puerta tras puerta, se topó con el aula magna, donde se cursaba el último nivel de arqueología. Al asomarse creyó oír una frase clave —¿«trabajos en cuero»?— y pensó que por fin había dado con su clase. Y ahí lo vio, al frente del salón, con una camisa a cuadros abierta —divina—, sobre una musculosa verde militar —soñada—, unos pantalones cargo, unos borcegos deslustrados por el uso y un sombrero de cuero marrón gastado. «¡Me muero muerta! Este profe sí que sabe de moda», pensó y se sentó.

  No podía dejar de mirar sus ojos azules, su pelo dorado, sus dientes blancos —¿dónde se hará el blanqueamiento?—, ni dejar de escuchar el sonido de su voz. Le encantaba oír las palabras que decía, aunque no entendía nada. Y por supuesto nunca se enteró de que estaba en una clase de arqueología. Nada de eso importaba, porque al final de la clase sabía dos cosas: que Eudamón se escribía sin hache —¿o con hache?—, y que quería ser la novia del doctor Bauer.

  Concurrió puntualmente a cada clase de arqueología y, aunque seguía preguntándose cuándo empezarían a hacer trabajos en cuero, le fascinaba sentarse en la primera fila e imaginar diferentes maneras de abordar a Nick, como ella lo llamaba íntimamente. Él, seguía ignorándola, no por descortesía, sino porque cuando daba clases viajaba en el tiempo, al tiempo del que hablaba.

  Habían pasado unas pocas semanas cuando Malvina decidió que era hora de actuar. Enterada de que Nick daría una charla fuera del ámbito de la Facultad, decretó que ése sería el momento de aproximarse a él.

  Concurrió al museo con un vestido azul eléctrico, soñado, y escuchó paciente toda la charla. Luego, durante el cóctel, por fin pudo captar su atención. Él la vio y se deslumbró con su belleza. No asoció a esa mujer con la alumna que escribía Eudamón con hache, pero enseguida ella le aclaró de dónde lo conocía y lo felicitó por las clases, aunque se permitió criticarle que había poca práctica, que quería empezar a trabajar con cuero. Aunque él no entendió bien a qué se refería, le anunció que las clases siguientes tal vez fueran menos teóricas, ya que sería reemplazado por otro docente: estaba a punto de hacer un importante viaje. Ella se sintió morir. ¿Dos meses sin ver a Nick? ¡No way!

  El comentó que viajaría a Francia, a la Cóte d'Azur, donde haría un seminario. ¿Dos meses entre francesas divinas? ¡No way!

  Viajaría con su hijo. ¿Nick tiene un hijo, es casado y feliz? ¡No way!

  El le contó que era padre soltero, que la mamá no vivía con ellos. Y mirando la hora se disculpó, debía apurarse porque viajaba esa misma noche. ¿Nick se había ido sin llevarla o casa, sin besarla ni proponerle ser novios esa misma noche? ¡No way!


  Bartolomé puso el grito en el cielo cuando Malvina le exijio un viaje a Francia, en primera por supuesto, mínimo ejecutiva, hoteles de lujo y tarjeta sin límite. Ya hablaba de Nick como su novio. Bartolomé ignoraba que apenas si habían conversado una vez, por lo que concluyó: «Que te lo pague in novio».

  Pero Malvina era insistente, persuasiva, y jugó su mejor carta. Aunque era bastante bólida, sabía conseguir lo que queria. Tenía la información de que la herencia de tía Amalia estaba trabada, pero sabía también que, en un gesto herno, su tía le había adelantado un suculento monto de ésta, la absurda cláusula de que sólo accedería a ella cuando se casara. Con ese argumento convenció a Barto. Ese viaje podía ser la ocasión de afianzar el noviazgo. Bartolome aceptó con la esperanza de casar a su hermana y al fin percibir algo de la herencia. Viajaría en turista, por supuesto. Iría a hostels con baño compartido. Y nada de tarjeta. Sólo debía sacar más horas a los purretes a la calle para solventar el gasto.

  Malvina partió hacia Francia. Grande y grata fue la sorpresa de Nicolás cuando la vio allí. Empezaron a frecuentarse: a veces ella iba a sus clases, a veces iban a pasear por la playa. Por las noches él la dejaba en la puerta de un gran hotel cinco estrellas. Ella lo saludaba desde la entrada, y cuando él se iba, ella caminaba diez cuadras hasta su hostel. Pero Malvina logró lo que quería: ser registrada por Nicolás.

  Fue conociendo su vida. Supo que estuvo muy enamorado de su ex mujer, Carla. Se enteró de que ella lo había abandonado para irse con su peor enemigo, Marcos Ibarlucía. Que él se hizo cargo de Cristóbal, su hijo recién nacido, y que mantenía vivo el gran sueño de su padre y de su abuelo: encontrar la Isla de Eudamón.

  Una noche de verano —Malvina estaba sorprendida de que en Francia hiciera tanto calor en julio—, mientras caminaban por la playa, iluminados por una luna enorme que se reflejaba en las aguas tranquilas del Mediterráneo, Nicolás le habló de sus fantasías y anhelos. Y ella comprendió que había alcanzado el suyo.

Casi Angeles La Isla de EudamonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora