Mucho pesaría en la conciencia de Justina todo lo que ocurrió aquella noche en que la muerte sobrevoló la mansión Inchausti, oculta bajo varias máscaras. Aquella noche infausta hubo una muerte deseada, una muerte evitable, una falsa muerte y una muerte segura.
Justina tenía algunos escrúpulos y ofreció cierta resistencia, pero todo fue decisión de Bartolomé, quien era su señor, su amor, su debilidad.
—¡Diez años! —exclamó él entre susurros, en un pasillo de la planta alta, junto a la habitación de huéspedes en la que habían depositado a Alba—¡Diez años estuve cuidando a esta vieja maldita, para que ahora venga una camuca arribista, con una hija bastarda y otro por nacer a quedarse con mi fortuna! ¡Con nuestra fortuna, Justin!
—Pero, señor... —intentó contradecirlo Justina—. Es una vida. Dos vidas. ¡Tres vidas, mi amor, digo, mi señor! —
— ¿Y desde cuándo te importa tanto la vida a vos, chitrula? —refutó Bartolomé.
— Llamemos a un médico, señor —suplicó Justina—. ¡Va a parir de un momento a otro!
Bartolomé comprendió que tendría que apelar a la seducción para convertirla en su cómplice. Entonces se colocó por detrás de ella, y le susurró al oído.
— No vamos a dejar que nadie se quede con nuestros millones, Justin. Pensá en la panzada de placeres exóticos que nos vamos a dar juntos... ¡Estoy en mis treinta, che! ¡Ya me merezco una vida de lujos! —
— Pero, señor, ¿vamos a cometer un asesinato? —
—¿Quién habló de asesinato, Justin? Nada de eso... Mirá, la madre, pobrecita, llegó muy enferma. Murió al dar a luz. Y el bebito o bebita, pobre alma, también espichó en el parto...
— ¿Y la otra? —objetó Justina—. ¿Cómo pasa a mejor vida? Usted... ¿tiene el estómago como para hacerlo? —
—No tenemos que hacerlo nosotros. Lo hará la noche, el invierno, la tormenta y el bosque.
Y el plan resultó. Casi en su totalidad. Alba murió en el parto. Pero el bebé, que fue una niña, sobrevivió. Bartolomé decidió entonces que también sería víctima de la noche, el invierno, la tormenta y el bosque.
Y allí fueron, al bosque, con la pequeña Ángeles y la beba recién nacida. A Ángeles la abandonaron en lo más espeso de la arboleda. La idea inicial era dejar a la beba en el otro extremo. Alejadas ambas de la suerte y de la gracia de Dios. Pero Justina manifestó que ella misma se encargaría de la recién nacida, y Bartolomé se lo agradeció; le desagradaban esos menesteres.
En el instante en que Bartolomé comunicaba, apesadumbrado, la trágica noticia de la muerte de Alba y su hijita a la vieja Inchausti, Justina salvaba de la muerte a la beba. Compadecida, la escondió en un recóndito sótano de la mansión. E irónicamente le puso el nombre de Luz a quien ocultó en las sombras, para rescatarla de la oscuridad de la muerte.
Sumergida en la culpa y la tristeza más profundas, Amelia Inchausti murió esa misma noche en que recibió la noticia. Y Bartolomé presenció, ¡al fin!, la muerte de su tía. Una muerte tan deseada.
Alba Castillo fue condenada a morir, ignominiosamente, por Justina y Bartolomé. Una muerte evitable.
Luz Inchausti murió sin morir. Sobrevivió en secreto, protegida por Justina, pero alejada de la realidad. Una falsa muerte.
Y Ángeles Inchausti fue abandonada para que muriera en medio de la noche, el invierno, la tormenta y el bosque. desamparada por completo y sentenciada a una muerte segura.
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Casi Angeles La Isla de Eudamon
Genç KurguUna noche de febrero de 1854 tres puntos luminosos dibujaran en el cielo un triángulo perfecto: tres relojes idénticos han comenzado a funcionar al mismo tiempo, y uno de ellos esta en el altillo de la mansion Inchausti. Y aunque parece una escena o...