Hay momentos en la vida que suelen sorprenderte y en los que te preguntas "¿Pasa esto por alguna razón en específico?" Y lo que es más confuso aun "¿Es acaso esto para mi bien o simplemente es por un juego perverso del destino en el que sólo busca tortúrame?" La respuesta sólo no las dará el tiempo, pero para ese entonces, ya no habrá marcha atrás.
***
Al día siguiente mientras esperaba a Hanna para ir juntas al Liceo, algo que ya se había hecho habitual desde hacía un par de años, me senté junto a la ventana a admirar el paisaje verdoso que me rodeaba. El tono gris perlado que cubría el cielo llamó mi atención, sin duda ese sería un día lluvioso. Los arboles bailaban al compás del viento, en un vaivén lento e hipnotizarte. Me gustaban el clima cuando las nubes impedían el paso del sol inclemente, convirtiéndolo en un día fresco, pero sin llegar a desencadenarse un aguacero.
Pero ese era el tipo de climas que iban acorde con pasar un día completo bajo las cálidas sábanas de una cama, retozando despreocupadamente. Sin embargo, salir a la calle en un momento así, me mortificaba. Sin duda el día estaba acorde con las ganas que tenía yo de ir a la escuela, eso, o tal vez fuese el hecho de que algo en el contexto, en la forma en que se aglomeraban las nubes en el cielo para dar paso a estridentes truenos, me resultaba realmente familiar e inquietante. Era como si se avecinara algo importante, parecido a algo que ya había vivido.
Luego de unos cuantos minutos de esfuerzos en recordar algo que se asemejara a la situación, vino a mi mente aquel acontecimiento que marcó mi vida: cuando conocí a Jeffrey. Llegó a mi mente en una imagen tan vívida que me pareció estar presenciándolo a pesar de que hubiese sucedido cinco años atrás.
Era un día de lluvia como comúnmente ocurría. Mi casa estaba lo suficientemente lejos del colegio como para irme caminando sin que, en el intento, quedara empapada y, a su vez, pescara un buen resfriado. Mi amiga Hanna tenía un chofer que se encargaba de ir a buscarla y llevarla a clases. A pesar de que llevábamos un par de meses conociéndonos y de que yo no era lo suficientemente osada como para tomarme el atrevimiento de aceptar la cola hasta mi casa, Hanna insistió tanto que no me quedó de otra que acceder, como siempre ocurría.
– No seas tonta Amanda – me reprendió Hanna cuando le manifesté mi inquietud– de ninguna manera iba a dejar que hicieras el recorrido a tu casa con esta lluvia.
– ¡Como si nunca lloviera en San Diego! –musité para mí misma con sarcasmo.
– ¿Dijiste algo Amanda? –preguntó con las cejas arqueadas, un gesto muy propio de Hanna.
–No, nada –negué mientras mis mejillas adquirían un tono carmín por la vergüenza de haber sido descubierta.
Luego de un corto trayecto, llegamos a mi casa y ¡Buen Dios! Se encontraba vacía, al parecer mi madre había salido olvidándose de que su hija llegaría a las doce del mediodía. Busqué la llave de repuesto que colocábamos bajo la alfombra de entrada y no se encontraba. Luego de unos cuantos intentos fallidos tratando de comunicarme con mi madre a su teléfono, me di por vencida y girándome hacia donde aún se encontraba Hanna en el carro, le informé en un grito para que mi voz se escuchara a través de la lluvia:
–No hay nadie –mi amiga me indico con un gesto que volviera al carro y así lo hice. – ¿Y ahora qué hago? – le pregunté frustrada. Ella embozó una enorme sonrisa y me respondió:
–Iremos a mi casa.
– ¡¿Qué?! –Exclamé– No, no, no Hanna. Yo no puedo hacer eso. Mi mamá no sabe y no creo que a tu tío le agrade la idea. – Para ese entonces, yo me imaginaba a Jeffrey Green como un viejo regordete y gruñón que odiaba a los niños ¡Qué equivocada estaba! Pero nadie podía culparme, hasta ese entonces yo no tenía muchos detalles acerca de la vida de Hanna, mucho menos de cómo era su familia.
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No existe un "tal vez"
RomanceAmanda ha estado enamorada de Jeffrey desde que tenía 12 años, el problema es que él es 10 años mayor que ella, el tío de su mejor amiga y... está casado ¿Podría su amor imposible volverse posible? Tal vez... ¡Descúbrelo