Capítulo 4: Primera experiencia

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"La vida es una chiquilla caprichosa que no escucha de ruegos y te sorprende con situaciones que nunca llegaste a imaginar"

***

Por lo general, las mañanas que antecedieron mis idas a la escuela eran muy lamentables. Posponía la alarma de mi despertador una y otra vez hasta que me dignaba a levantar mi somnoliento cuerpo de la cama y sus acogedoras sábanas que me envolvían como enredaderas en un invernadero y, cabe destacar, que nunca lo realizaba por voluntad propia sino que era mi madre quien me despertaba cantándome al oído alguna canción de la era de piedra que terminaba por ponerme los pelos de punta, y no era para menos porque ella lo hacía espantoso y lo sabía, así que para dominarme daba rienda suelta a ese... ¿qué es lo opuesto a un don? Bueno, en fin, eso mismo. Más de una vez la mire ceñuda al despertar y no le dirigí la palabra en todo el día, esto a ella le causaba tanta gracia que desde que tenía cinco años continuó con la misma rutina en época escolar.

Bien, saco el tema a colación porque ese día se invirtieron los roles. Me levanté temprano y sin la odiosa intervención de mi madre. Y no fue porque de pronto amara más a esa tortura de seis horas diarias que llaman liceo, no, sino que la ansiedad, ese mismo tipo de ansiedad que corroe tu mente cuando algún suceso importante ocurrirá al día siguiente, hizo que me fuera prácticamente imposible dormir plenamente y abandonara los brazos de Morfeo muy pronto para mi gusto. Mi ansiedad tenia nombre y apellido, Jeffrey Green.

Entonces, pasa que cuando tienes tiempo de sobra tu mente comienza a buscar alguna actividad para distraerse, puede que hasta te dé por inventar cosas y eso en mí es un exceso. Así que maquiné una venganza hacia mi madre para retribuirle todas esas molestias por la mañana de tener que despertarme. ¿Qué hice? Pues le envié a Bobby para que le diera los buenos días.

3... 2... 1...

– ¡Ahhhh! ¡Fuera de aquí chucho! ¡Amanda! –mi madre gritó histérica, ya sabía yo cuánto ella odiaba a los perros, sobre todo al pitbull que tienen nuestros vecinos de mascota.

Se escuchó el sonido de unos golpes sordos, seguido de un ruido estruendoso, como de vidrios rompiéndose. Decidí intervenir.

– ¿Qué sucede mamá? ¿Por qué el alboroto? –le dije fingiendo estar alarmada cuando entré en su habitación. Casi estallé en carcajadas cuando vi a mi madre arriba de la peinadora con los cabellos desordenados y la cara chorreante de lo que parecía ser baba de Bobby. Me la imaginé encaramándose en la peinadora mientras tiraba casi todo su contenido, que fue a dar al piso quebrándose en su mayoría.

– ¿Se puede saber cómo rayos llegó éste chucho aquí? –casi chilló.

– ¡Oh! –fingí una mueca de sorpresa al dirigir la mirada al perro que en ese entonces se encontraba encima de la cama mordiendo una almohada. –No lo sé, tal vez entró por la puerta trasera. Creo que olvidé cerrarla cuando fui al patio hace unos minutos.

– ¡Saca a este animal de la casa! antes de que los vecinos me odien por enviar a su querida mascota a Tombuctú. –me ordenó entre dientes mientras se presionaba el tabique nasal.

– Como digas –respondí solicita y tomé a Bobby entre mis brazos.

– Y... Amanda – me detuvo cuando me disponía a salir de la habitación.

– ¿Sí? –pregunte inocentemente.

– No creas que no sé lo que estás haciendo –me dijo con reproche y fulminándome con la mirada. ¡Mierda! Había sido descubierta. Apreté al perro contra mi costado y salí pitando de la habitación antes de que estallara la tercera guerra mundial en la casa de las Morales.

No existe un "tal vez"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora