Capítulo 17

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Aliento

En medio de la caída se empujaron mutuamente para no acabar ambas contra una peligrosa piedra a los pies de Mondragón. Maylin rugió desde el fondo de su garganta. A unos metros de ella, Catania también rugía. Instintivamente abrió su mano con el Símbolo y éste pareció absorber lava y fuego de ella.

Gruñendo, Maylin se lanzó a por Catania blandiendo su arma. La yraa esquivó el ataque y giró sobre sus talones para hacer un sonido gutural hacia la joven.

El mundo iba lento. Maylin podía contar con esa pequeña tranquilidad momentánea. Cerca de ellas, una mujer y un hombre vestidos de negro caminaban como buitres esperando su cena. Ella los había percibido, sus ojos apenas captaban unas sombras que cada tanto bailaban y luego se quedaban quietas.

No supo por qué, pero decidió bajar su arma. 'No lo vale' pensaba. Catania, aprovechando aquello, volvió a lanzarse sobre ella. Maylin sintió que el aire producía unas ondulaciones a su lado. Se metió allí y apareció al otro lado de Catania.

    —Vibraciones, la capacidad de cortar el Plano y aparecer en otro sitio de éste —gruñó la rubia al voltearse. Maylin consideró seriamente su "formación" para ser magnolia. Aquél dato no lo sabía.

«Si no acabas ahora con Catania, será un desastre» susurró una voz en su cabeza. Maylin observó a la yraa y dudó sobre lo que le pedían. «Maylin, soy Xia... bueno, ERA Xia. Confía en lo que te digo, por favor», volvió a susurrar la voz.  Maylin siguió dudando.

Catania atacó de nuevo y Maylin rodó por debajo de ella. Las figuras negras volvían a quedarse quietas. «Las sombras no se irán hasta que acabes con Catania», volvía a decir Xia. «No vale la pena matarla» respondió Maylin al fin. «Maylin, es cierto, no lo vale, pero terminará en una gran catástrofe si no lo haces, debes acabar con esto», insistió la voz de Xia.

—Catania... —empezó a decir Maylin pero la rubia saltó hacia ella determinada a matarla. Maylin perdió el control de su cuerpo. Su brazo hábil trazó un arco en el aire, creando una línea de fuego a su paso. A un costado de ella, Catania se desplomó con un corte profundo en el pecho.

Las sombras se abalanzaron sobre ella, agarrando una sustancia negra como el petróleo que venía de la moribunda. Antes de que la tocaran, un estallido en la montaña le hizo volver la cabeza: una flor de magnolia hecha con fuego brilló por unos instantes para desaparecer. Una agradable sensación se extendió desde su pecho. No bajó la mirada, sentía que no era necesario.

En ese momento, sus piernas dejaron de sostenerla. Cayó al suelo apenas pudiendo amortiguar la caída,  girando a tiempo para caer de lado y terminar de cara a un cielo encapotado por nubes grises. Sonrió y cerró los ojos.

Maylin tuvo la impresión de haber dormido segundos cuando abrió los ojos nuevamente. Su estómago le dolía del hambre. Todos los músculos le ardían y se sentía más pesada que de costumbre. Obligándole a su cuerpo que se sentara, se restregó sus ojos a la vez que bostezaba. Un bulto delante de ella le hizo ponerse de pie, ganándose una queja general de todos sus músculos.

Con dificultad, avanzó hasta poder ver la figura. Al verla bien se giró conteniendo las arcadas. Sin pensarlo mucho, hizo que el cuerpo empiece a arder, lanzando un humo negro al cielo.

—Tengo que volver a casa —susurró para sí misma mientras emprendía su regreso. Detrás de Maylin, el fuego devoraba a la que había sido Catania la Súcubo.

*    *    *    *

Catriel había visto un resplandor a lo lejos, en la montaña Mondragón, pero desconocía la verdadera razón de ello. El rostro de Maylin cruzó por su rostro como un rayo. Una sensación de ansiedad le recorrió las entrañas. Se puso de pie, pero recordó a quienes debía rendir homenaje y volvió la vista a las dos pequeñas estatuas, hechas recientemente por miembros del Clan Húlújīng.

—Zhang Húlú. Chang Húlí —decía Kitsune con sus ojos vidriosos. Catriel sentía cómo ese conocido nudo en la garganta aparecía—. Grandes líderes y padres... que quizás no supieron cómo guiar, pero capaces de ayudar a su hija hasta el final a pesar de no estar de acuerdo. Serán recordados como grandes guerreros de honor del Clan Húlújīng.

Catriel sintió cómo algo mojaba su ropa. Llevó una mano a su cara y sintió los rastros de lágrimas. Sin poder ocultarlo más, dejó que el reguero de sus ojos aumentase. ¿A quién le importaba su llanto? Ya no era el Príncipe del país Arauco, podía verse como alguien débil o con sentimientos.

—Catriel del Arauco, has luchado bien —le susurró Kitsune dándole un rápido abrazo al pasar a su lado. Él agradeció con un asentimiento de cabeza y se secó las lágrimas. Kitsune le sonrió y su cuerpo cambió a un zorro cuyo pelaje parecía tener todos los colores posibles de la especie. Varios otros le siguieron.

—Ojalá Maylin no haya faltado a mi favor —dijo de la nada Levana con sus orejas negras y blancas asomándose entre sus cabellos. Catriel no supo cómo interpretar aquello, pero volvió a mirar hacia la montaña Mondragón. Parecía un gigantesco cono que se alzaba hasta tocar las nubes.

Cuando ambos se voltearon para entrar a la construcción del Clan, vieron las pilas de miembros de los Clanes muertos que se cremaban. Sintiendo que la tarea de llevar las estatuas de los antiguos líderes era su responsabilidad, las agarró con sumo cuidado y entró.

Nadie volteó para ver cómo una columna de humo negro se alzaba hacia el cielo. Señal de que un ser consumido por el alquitrán abandonaba cualquier posibilidad de retornar a ese mundo.

Catriel entró al santuario donde estaba la estatua de Kitsune y, por primera vez, notó a las estatuillas de cada líder o colíder del Clan. Su corazón se encogió cuando dejó, a los pies de la estatua más grande, las figuras que llevaba. Se arrodilló ante ellas y pronunció una promesa.

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