3. Salvaje

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El sonido de una corneta de posta le hizo abrir los ojos de golpe a la vez que el alba comenzaba a dejarse ver. Resopló, arrepintiéndose de no haber aprovechado la noche más y tentado a volver a cerrar los ojos, pero las voces que empezaban a escucharse fuera le hizo levantarse de un salto y así evitar remolonear más.

Se lavó la cara con un poco de agua que tenía en un cuenco, se remetió la camisa blanca de algodón, se puso las botas y salió de la tienda de campaña.

Se estiró, notando los músculos entumecidos y se unió a los compañeros, que ya habían empezado a desayunar aquellas gachas insípidas acompañadas de una pequeña rebanada de pan, que apuntaba a ser todo el lujo que tendrían en la comida.

Comió igual que siempre comía aquello, rápido y sin pensarlo mucho, por su bien y el de su estómago. Dejó el cuenco en el barreño donde luego el cocinero los lavaría y se dirigió a la tienda de Guix.

- Gobernador- llamó desde fuera, abriendo un poco la tela.

- Pase

Raoul terminó de apartar por completo la tela y entró, parándose a observar el interior de la dependencia provisional del gobernador. El doble o más grande que las de el resto, con más utensilios de aseo y una mesa con una gran fuente de frutas, pan, agua fresca, cereales y algo de queso. No pudo reprimir una mueca al ver la mesa y acordarse del pobre desayuno que se había tenido que tragar.

- ¿Vas a hablar o te piensas quedar ahí todo el día?- replicó el gobernador sentado en su silla.

Raoul volvió en sí con una sacudida de cabeza, pidió disculpas con una media sonrisa y se apoyó en la mesa de la comida, mirando al hombre.

- Quería confirmar que el plan a seguir hoy no va a sufrir cambios

- No, ya se dejó claro qué se haría- contestó con desdén -es más, vais tarde, desaparezca de mi vista

Raoul asintió y se despegó de la mesa con cuidado, con intención de salir de espaldas pero la voz de Guix le frenó.

- Por cierto, capitán- guardó silencio unos minutos mirándole de arriba a abajo -guarde las formas, haga el favor- replicó refiriéndose a la ausencia de saludo y reverencia que el capitán le había hecho.

Con un asentimiento y un falso "no volverá a ocurrir", salió de la tienda con una media sonrisa maliciosa y sacó del interior de la ancha manga blanca una manzana verde y brillante, se acercó a Ricky y le llamó con un seseo. El de ojos azules le miró con una ceja enarcada y casi no le dio tiempo a coger al vuelo la fruta que le lanzó Raoul.

- Disfrútala, pero que no te vean

- Te debo una capitán- dijo el colono mientras se le hacía la boca agua mirándola.

Raoul repartió las tareas entre los hombres, haciendo grupos. Unos se dedicarían a cavar la primera zona que tenían pensado explotar y el otro grupo, que luego se separaría por parejas, peinaría todos los alrededores del campamento, tanto para hacerse al lugar como para asegurarse de que era una zona segura.

Raoul eligió a Ricky como compañero y, relegando la tarea de vigilar la excavación a otro hombre de confianza, salió del campamento junto con el ojiazul para cubrir su tarea.

Comenzaron a caminar hacia la derecha con dos parejas más que luego tomarían otros caminos para así peinar más terreno; los del camino de la izquierda harían lo mismo. Cuando se quedó a solas con Ricky, este sacó del pequeño saco que portaba a la cintura la manzana que su compañero le había dado y le dio un ansioso bocado bajo las risas de Raoul.

Colores en el vientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora