16. Crisálida

960 106 417
                                    

Raoul recuerda con total exactitud aquel momento, tumbados al sol en la tranquilidad del manantial, la primera vez que se habían dejado llevar tras la cascada.

Recuerda a la perfección lo pleno que se sintió, como pudo saborear la libertad de amar sin que tuviera que importarle nada más por primera vez en su vida gracias a Agoney y a su forma tan única de pensar y ver el mundo. Se le hizo incapaz luchar contra un pueblo que, sin tener ni un solo recurso de los que tenían ellos en la civilización, le habían enseñado cosas mucho más valiosas de las que jamás pensaría llegar a conocer y aprender.

Agoney se había convertido en ese tiempo en alguien muy importante para él, pues había cambiado su vida y su percepción de todo lo que le rodeaba, haciéndole sentir como sabía que nunca podría llegar a sentirse en Inglaterra o cualquier otro sitio que estuviese lejos de él.

Por todo eso y por lo que sentía por él, pudo notar una soga invisible rodeando su cuello, apretándolo hasta la asfixia cuando vio a Agoney ser arrastrado precipicio abajo junto a Guix.

- ¡Agoney! ¡No!

Salió corriendo tan rápido como pudo a pesar de que uno de los indios intentó sujetarle, creyendo que quería escapar. Se dejó caer, quedando de rodillas justo en el borde de la tierra y se asomó con miedo, no de la altura, sino de lo que pudiese encontrar al mirar. Un suspiro nervioso salió entrecortado de su garganta cuando observó a las olas impactando con fuerza contra las rocas del acantilado. El arma de Guix había quedado enganchada entre las rocas por la correa y pudo ver como el arco de Agoney junto a algunas flechas chocaban contra ellas dejándose mover por las olas, hecho trizas.

Entonces, agudizó la vista y se fijó en que la superficie del agua tenía un tono rojizo. Sabía que Guix estaba herido, pero no sabía si tanto como para haber dejado ese reguero de sangre, por lo que nada le aseguraba entonces que Agoney hubiese salido ileso de la caída. Se alejó del borde, no quería ni podía pensar en la imagen del moreno cayendo en aquel sitio, sin poder defenderse del impacto contra las rocas ni de la fuerza del mar embravecido, que parecía que quiso acompañar al ambiente de ese día, cargado de ira, sin pizca de piedad.

Cuando, con gran esfuerzo, logró reaccionar y mirar a su alrededor, se dio cuenta de que ya no existía la pelea. Todos estaban estáticos, mirándose unos a otros, pues habían presenciado también la horrible escena. El futuro Gran Jefe de la tribu siendo arrastrado al vacío por el Gobernador de los colonos.

- ¡Mi hijo!- un grito angustiado a sus espaldas, perteneciente al Gran Jefe, que corrió hasta el filo del acantilado -¡Id a buscarle! ¡Traédmelo de vuelta! ¡Ya!

Un grupo de indios salió corriendo, cogiendo el camino más directo a la playa para buscar a Agoney. Cuando algunos de los suyos se disponían a bajar también para intentar dar con Guix, uno de ellos les frenó.

- ¡Esperad! ¡Mirad! ¡Es el Gobernador!

Señaló hacia abajo, donde se podía ver parte de la playa y al gobernador saliendo del agua con dificultad, arrastrándose por la arena. El grupo de colonos salió entonces corriendo en su búsqueda para ayudarle y comprobar que estuviese bien.

"No puede ser, no puede ser, no puede ser, no puede ser..." Un bucle que se repetía como un mantra en la cabeza de Raoul. "¿Dónde estás Ago? ¿Dónde estás?".

-

Miró hacia su izquierda, encontrándose con el rostro enfurecido del Gran Jefe, que le señalaba de manera acusatoria. No se resistió cuando volvieron a apresarle, pues ya le daba igual. No le importaba qué le pasara a él, ni si esta vez llegarían haga en final, no le importaba si le harían sufrir, ni que harían luego con él, no le importaba, solo quería saber que Agoney estaba vivo, herido, si necesitaba ayuda, o si estaba... No. Quería saber porqué había permanecido quieto en lugar de alejarse de él. Le arrastraron hacia atrás varios metros del precipicio y volvieron a amarrarle las manos a sus espaldas. La presión en el pecho que tenía Raoul le impedía siquiera mirar al Gran Jefe, solo era capaz de intentar calmar su respiración y luchar contra las lágrimas que habían llegado ya a sus pupilas.

Colores en el vientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora