II. El Ultraje del Trono

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Hal no podía sentirse más iracundo. Ese patán lo había secuestrado, tirado al suelo, burlado de él e insultado a su familia, ¿qué demonios planeaba al traerlo a su tienda? De pronto, su pecho se elevó agitado en cuanto llegaron pensamientos horribles a su mente como respuesta. Ese montaraz no había mostrado un ápice de respeto, nadie le aseguraba que ahora se comportaría como un súbdito obediente.

Seguía con las muñecas y tobillos atados mismos que Eric se dedicó a desatar por fin, y para su sorpresa, el príncipe permaneció recostado sin pretensiones de escapar. No. El monarca sabía que arriesgaba demasiado. Si le hacía frente en una lucha cuerpo a cuerpo, el cazador ganaría sin duda alguna.

Eric cerró las cortinas sin prestar atención a que Hal se había cruzado de brazos y susurraba insultos hacia su persona, seguramente. Se quedó de pie con el ceño fruncido mientras comenzaba a quitarse su ropa.

El príncipe observó que el hombre se despojaba de los harapos que vestía hasta quedar como Dios lo había traído al mundo. Su cuerpo era una escultura griega combinada con un alma guerrera de fuego, los brazos que lo habían cargado caían orgullosos a los costados, y Hal tuvo que contener la respiración unos instantes de verse diminuto ante tal individuo con complexión titánica. Se estaba agitando demasiado y al caer sus ojos sobre la mata de vello, que envolvía un miembro monstruosamente grueso, Hal apartó su rostro intentando averiguar por qué coño ese bandido le resultaba atractivo.

El cazador no pasó por alto aquel comportamiento repentinamente nervioso del lord. Él mismo se sentía extraño viéndolo a contraluz por la mecha de la lámpara que colgaba de su carpa que estaba a punto de extinguirse. Estaría mintiéndose a sí mismo si hubiera dicho que no se excitó al verlo tan indefenso, como uno de los cervatillos que solía desollar con sus propias manos. Le importaba una mierda sentir aquellos deseos impuros e incastos hacia el joven que estaba tendido en su lecho, después de todo, no sería la primera vez que su lívido era provocada por un hombre.

Eric era un hombre de impulsos, que en cuanto tuviera la oportunidad, satisfaría sus más bajas pasiones, ya fuera con una prostituta o un capullo afeminado cuyo culo fuera lo suficientemente pasable para provocarle una erección. Y, siendo francos, el cazador estaba comenzando a plantearse la idea de sacar ventaja de la captura del príncipe, no solo con fines vengativos, sino para placer personal. Lo tendría un buen tiempo bajo su poder, dándole de su comida y compartiendo su tienda, de algo debía servir tomarse todas las molestias.

Se acercó hasta donde el príncipe, quien se apoyó en sus codos retrocediendo, pero Eric fue más rápido y lo tomó por las muñecas hasta recostarlo bajo suyo.

Hal no supo cómo reaccionar ante aquello más que abriendo sus ojos con miedo. —¿Qué haces, cazador?
—Dime algo príncipe —lo recorrió con mirada penetrante —¿cuánto les pagas a las putas con las que follas?

—¿Qué? —preguntó con sorpresa —Yo. . .

—¿No sabes? No me sorprende —contestó con orgullo, acercándose a su oído —dicen por ahí que odias la cercanía de cualquier dama, repudias cualquier clase de mujer que se acerque a tu persona. El objeto de tu deseo recae en lo contrario ¿no es cierto, Hallie?

Había dicho tantas barbaridades en una sola frase, que Hal quedó pasmado, sin saber cómo rebatir aquellos argumentos. Le revolvía las entrañas por golpearlo, por escupirle a la cara, por gritar aunque fuera y defenderse, pero aquellos ojos azules fríos y esa voz salida de su más obscuro ser, lo paralizaron. Tampoco podía negar fervientemente aquello, las mujeres para él solo resultaban una carga incómoda y entre más pudiera librarse de compromisos con ellas, mejor.

Un sollozo, un beso, una condena [Hiddlesworth AU: Halric]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora