IV. Moviéndose con el enemigo

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Después de un almuerzo donde Eric y Hal intercambiaron miradas incomodas, perforantes, rivales y algo hipócritas, la caravana de ladrones se dispuso a salir de la posada, no sin antes robarles cuatro caballos a dos viajeros malaventurados a quienes ataron de pies y manos, cubriéndoles la boca con trapos y dejándolos abandonados en una esquina del recinto.

-"Lo siento señores, los necesito más que ustedes" -fue la disculpa que dio el cazador al respecto.

Tres de los caballos fueron ocupados por los enanos, y en el último Eric obligó al príncipe a montarlo con él. Por supuesto no hubo palabras corteses de por medio y Hal terminó resignándose (como ahora era costumbre) sentándose en el potro y el cazador tras él para no perderle pista. Los brazos del cazador rodearon los costados del monarca y pegó su pecho a la espalda de éste, maniobrando las riendas como un jinete entrenado cuando iniciaron la huida a todo galope entre la maleza.

Al poco rato de andar galopando a toda velocidad, se detuvieron para dejar descansar a los caballos a lado de un estanque diminuto. Ya pasaba del mediodía y el sol seguía iluminando con un calor del infierno, esto obligó a todos a despojarse de sus ropas más abrigadoras, pero el montaraz fue menos ortodoxo y se desnudó a la vista libre de todos, incluso de Hal, para refrescarse con el agua helada.

—Vigílenlo —ordenó a sus camaradas apuntando al monarca, que estaba sentado a la sombra de un roble, mirándole escuetamente sin dejar notar ese nerviosismo nato que surgía de nuevo al ver al cazador desnudarse.

Pronto uno que otro enano decidió unirse a su líder, pero no soportaron ni la mitad del tiempo que Eric llevaba en el helado estanque, por lo que se resignaron a salir al calor agobiante de fuera.

El príncipe tampoco soportaba la temperatura del ambiente, de haber estado en su castillo solo habría bastado chasquear sus dedos para que lo abanicaran o le preparan un baño refrescante, pero como ahora ese imbécil de pacotilla se había encargado de arruinar su vida tan tranquila, no tenía otra opción más que entrar en ese estanque. Por más repudia que le causara aquella posibilidad, no tenía más remedio.

Rodando los ojos y resoplando con desidia, Hal se desabrochó la camisa harapienta que alguna vez hubo pertenecido al cazador. Ipso facto se desnudó, hizo un rodeo para quedar fuera de la vista del cazador, aunque los enanos siguieron vigilándolo. Fue metiéndose en el agua sintiéndose aliviado de que estuviera fría. Se sumergió hasta la cabeza y emergió causando ondas que Eric notó enseguida, posando su vista en la mitad desnuda del cuerpo del príncipe.

"Si fuera una sirena, me atraparía en sus redes. . . Suerte que no soy marinero" pensó Eric, ladeando su cabeza y nadando sigilosamente hasta donde estaba el castaño.

Se detuvo detrás de una roca con lama, dándose el lujo de contemplar desde lejos a su rehén. En serio tenía un bello cuerpo estilizado, quizá no era un amante experto en la cama, pero lograba encenderle hasta las entrañas sus bajas pasiones, y resultaba curioso para el cazador. . . Hal era hombre, pero uno hermoso, uno que destila e irradia atracción con solo el andar de sus pasos de etiqueta, que al sonreír dejaba ver sus aperlados dientes tan perfectos, su propio físico era delicado y fino, la perfección se cincelaba en su rostro, era un hombre que con el toque de sus dedos blancuzcos y delgados podría enamorar al caballero más correcto y moralista de la sociedad. Suerte que Eric le importaba una mierda la ética y modales

La mentalidad del montaraz no era complicada de entender, solo hacía falta una semana convivir con él y sería más que suficiente para afirmar que la lista de prioridades de Eric era: 1) venganza contra el rey; 2) sexo; 3) robar; 4) sexo y 5) beber alcohol.

Un sollozo, un beso, una condena [Hiddlesworth AU: Halric]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora