X. Contaron mal... Ninguno murió ese día

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En la penumbra de la noche, en la fosa común en donde todos los que son condenados a muerte eran enterrados, puñados de tierra se empezaron a mover.

El antebrazo gigantesco de un ajusticiado del mediodía emergió. Si alguien hubiera estado ahí habría descrito el suceso como resurrección de entre los muertos, según las sagradas escrituras. Por fortuna ningún soplón andaba por el sitio, y aquella extremidad empezó a moverse buscando algo a que aferrarse, encontrando una raíz expuesta de un árbol diminuto para tal propósito. Poco a poco la demás tierra se fue filtrando conforme el antebrazo se transformaba en brazo, hombro, tórax y rostro.

Un par de ojos que habrían intimidado al mismo Satanás, exploraron rabiosos su alrededor, una cabellera marrón ensuciada por el polvo era mecida por la brisa nocturna, unas manos toscas se enterraron en el suelo y con un impulso sobrehumano ayudaron a sacar el resto del cuerpo enterrado.

Cuando por fin ese sujeto tomó el aire suficiente y recuperó el equilibrio, un escuadrón de guardia se acercó, curioseando por el ruido. Eran seis y el diligente observó aquella figura borrosa entre la penumbra.

—¿Quién anda ahí? —no obtuvo respuesta —¡Revélate en nombre del rey!

De haber sabido que esas serían sus últimas palabras, el capitán lo habría pensado dos veces porque de inmediato aquella sombra se movió en un santiamén encajándole sus dientes en la yugular y tirándolo muerto. Los demás desenvainaron sus espadas al instante, pero durante el proceso, el resucitado se abalanzó sobre ellos, usando nada más que sus manos para sacarle los ojos a uno, destrozarle el cráneo a otro, dislocar el cuello de otros dos y finalmente acorralar al último con vida.

—¡No, señor!. . . ¡por favor no! ¡Tengo esposa! ¡Juro que no lo atacaré! Tenga misericordia —imploró el guardia, arrodillado y con los dedos entrelazados

El hombre demonio calló y devolvió su mirada asesina al que imploraba piedad. —Yo pedí lo mismo hace años. . . Y tu gente no tuvo misericordia de mí. Este mundo no tiene consideración, y me lo ha recordado dos veces —tomó una piedra —para mí sigues valiendo una mierda. . . Así que muere, escoria —sentenció golpeándolo con la furia de su soledad en la cabeza hasta desangrarlo y dejarlo tirado en el polvo.

Después de la masacre, el resucitado divisó el palacio y con la luz del amanecer se dirigió hacia el sitio con un único en mente: recuperar la pizca de felicidad que le fue arrebatada. No importaría cuantos tuviera que asesinar, mataría a cualquiera que se interpusiera en su camino.


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—¡¿Cómo has dicho?! ¡¿un solo hombre logró pasar a la guardia del rey?! ¡Imposible!

—Y no solo eso. . . Dicen que lo hizo usando solo un par de hachas diminutas en modo manual. Derribó a cinco estando a punto de ser atravesado por una flecha, pero escapó con éxito

—También se rumorea que un guardia le clavó una daga en la espalda ¡y seguía peleando!

Un grupo de soldados que servían de sequito para acompañar a Hal en sus paseos matutinos, conversaban acerca de una leyenda urbana que se esparcía por Gales a la velocidad con que se vende el pan recién horneado, sobre un misterioso fugitivo que usaba una capa y empleaba hachas como armas, se le había visto en lo alto de los edificios matando nobles y según varios testigos, interrogándolos antes de degollarles. El Resucitado lo nombraron, no se sabía dónde se escondía, ningún soldado lo comparaba en fuerza y agilidad, lo único que estaba confirmado era que sus ataques los ejecutaba en la noche.

Un sollozo, un beso, una condena [Hiddlesworth AU: Halric]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora