I. Ladrones por el Bosque

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Fue una noche llena de penumbra donde la historia comienza, en épocas de castillos, reyes y magia, donde sólo Dios tenía misericordia de aquellos que sufrían hambre o sed, abusos o injusticias, orfandad o abandono.

Entre los árboles del profundo bosque se alcanzaban a distinguir siluetas oscuras de rufianes y fugitivos de la justicia, abriéndose paso hasta llegar a la gran muralla del palacio.

El líder era un hombre arrogante y descorazonado, cualidades que le permitían dirigir a sus colegas y subordinados con puño de acero al éxito en cada asalto que hacían. Se consideraba a sí mismo alguien que trabajaba mejor solo, pero necesitaría ayuda esta vez para poder lograr su cometido. No eligió un gran número para hacerlo, ocho serían más que suficientes.

Su falta de compasión le había salvado la vida cuatro veces y no era sorpresa que esta ocasión estuviera más irritable y chocante que de costumbre. Robarle al rey de Inglaterra no era para tomarse a juego, así como tampoco estaba la opción de cometer errores. Sin embargo, su falta de sensibilidad se veía compensada en su buen parecido y complexión alta, aunado a un cuerpo envidiable y una fuerza tremenda que hacían par con un rostro varonil con ceño fruncido, ojos azules y cabello entre marrón y pardo.

Sabiendo que su atractivo era enorme, solía usarlo a su favor cuando paraba en algún pueblucho para conseguir brandy y acostarse con las zorras del lugar sin pagar un céntimo.

Eric era su nombre, pero era más comúnmente llamado el Cazador en honor a los trabajos que realizaba persiguiendo y matando gente a cambio de una buena paga en monedas de oro. Y los pocos que sabían su verdadero nombre no se atrevían a usarlo porque de inmediato el montaraz les colocaba una daga en el cuello, amenazándolos con cortárselo si osaban decirlo de nuevo, en caso de que fueran desconocidos. Con sus colegas era más compasivo y sólo les lanzaba una mirada atemorizante. Solo había un hombre, o mejor dicho enano, que podía mantener conversaciones amenas y en quien Eric tenía plena confianza.

Dicho sujeto se llamaba Muir, más viejo y cansado que el cazador, caminando apoyado de una vara de árbol como bastón, ciego hace varios años pero con la energía suficiente para continuar. Era quien conocía el sombrío pasado de Eric al derecho y revés.

A cambio de quedar sin su sentido de la vista, se le había conferido el don de la premonición, cosa que había contribuido también a que Eric no fuera descubierto o sus planes fracasaran. Esta no era la excepción.

Muy pronto Eric y sus camaradas llegaron frente a la fortaleza del soberano. Éste analizó la altura y los pequeños espacios en la construcción, trepó entre los tabiques de piedra y una vez arriba posicionó una escalera improvisada hecha de cuerdas y tablones de madera, haciendo señal a los demás de que esperaran. Corrió encorvado hasta una torre, escalando hasta el techo. Era la torre de la tesorería del rey.

Los guardias pasaron de largo sin percatarse de su presencia, y seguro de que el sitio estaba despejado, movió los dedos para que los demás fueran al otro extremo. Tomó su arco, disparando un sencillo cordel de hilo grueso para poder amarrar las bolsas con el oro y deslizarlas hacia sus compinches.

No tomó mucho para que la bóveda fuera vaciada hasta la mitad, que Eric consideró suficiente motín. Entonces, cuando vio que el dinero estaba a salvo y resguardado, hizo una señal para que todos se retiraran.

Al instante los ladrones acataron la orden saliendo del lugar e internándose entre el forraje que los escondía de los ojos de los guardias, esperando que su líder se reuniera con ellos. Sin embargo, el cazador seguía de pie observando un punto perdido en la torre, hasta que decidió finalmente bajar, pero no parecía querer irse todavía.

Un sollozo, un beso, una condena [Hiddlesworth AU: Halric]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora