IX. Al exhalar su último aliento, se llevó otra vida con él

689 89 11
                                    


El sol quemaba como mil demonios, una procesión custodiaba el caminar del cazador mientras la orquesta daba toques a los tambores y tamborines dignos de una ejecución, seguidos de abucheos y varios reclamos hacia el ejecutado.

Después de que la soga le fuera envuelta en el cuello, Eric dio un último vistazo al balcón. A ese balcón al que escaló aquella noche y en donde miró por primera vez a Hal. Triste ironía que volviese a ese sitio para dar su vida, más triste no poder ver esos ojos azules de nuevo. Cuanto hubiera dado por verlo una vez más, siquiera para escuchar su voz angelical.

Pero aquello no sucedió.

Hal escuchaba todo aquello desde la soledad de su habitación. Consejo cargado de orden, que su padre enmascaró diciendo: "El príncipe Hal sigue conmocionado por los recientes sucesos que este hombre suscitó. . . Mi pobre hijo fue víctima del bellaco malhablado frente a ustedes. Es mucho para él lidiar con su sola presencia, por tal motivo prefiere olvidar todo y no ver la ejecución".

En parte tenía razón. No deseaba estar entre una multitud enorme porque sentía que todos apuntarían descaradamente hacia él y revelarían su secreto, ese que ni él mismo soportaba guardar. Era desgarrador, un total energúmeno de dolor en su pecho, pero simplemente no podía mirar. . . Enfrentar la realidad sería un martirio peor que la muerte.

Sin esperarlo, lágrimas cayeron de sus ojos, y el príncipe solo pudo ocultar su rostro contra la almohada en cuanto el verdugo leyó la lista de los crímenes de Eric, entre ellos "secuestro e intento de entregar la corona a la reina Blanca Nieves".

Eric sonreía a cada línea, posando sus ojos en la corte del rey, como intentando decirle: "Hey, bastardo hijo de puta. Volveré desde el infierno por ti y tus cabrones de mierda. Mi venganza no ha terminado. . ."

Después el sonido se cortó, los tambores cambiaron el compás al de ejecución. El cazador respiró profundo mirando al cielo, sabía que Hal estaría mejor por el momento, a ambos les dolería, pero al mismo tiempo creyó tener esperanza en su muerte. Como las palomas que revolotean cuando se alza la esperanza, su mente se dejó ir.

Luego de eso, no hubo angustia, solo paz.


-o-o-o-o-


Hal abrió los ojos de golpe cuando el redoble de tambores cesó, hizo un giro titánico y corrió en tiempo record hasta el ventanal de su habitación.

Lo que tenía frente a sus ojos era la figura del montaraz retorciéndose en la soga alrededor de su cuello, intentando atrapar el último aliento. Se paralizó, sus parpados no se cerraron en varios segundos, dislocado en un terror abominante que le hizo experimentar la misma asfixia que provocaba que Eric se retorciese. Su mente se bloqueó y como si el destino hubiese conspirado en su contra, los ojos índigo se cruzaron con los suyos y Hal fue golpeado por un sentimiento de culpa como nunca. No solo era ver al cazador morir bajo mandato de su propio padre, ni tampoco ver un simple ladrón recibiendo la condena de Dios, era ver a la persona que amaba ser ahorcado.

¡¡ERIC!!

Chilló desde su balcón, causando la atención de todos los presentes, incluyendo al rey. No podía soportarlo, se moriría si continuaban con la ejecución, se moriría incluso antes de ver a Eric bajar la cabeza.

Se apresuró a bajar las escaleras, saliendo al palco con los ojos vidriosos, siendo detenido por varios guardias que impedían que se acercase un paso más.

Todos en la plaza miraron absortos el escenario peculiar, el príncipe intentando salvar al criminal. Vaya espectáculo para esa tarde. Hal gritaba, sus venas se marcaban para alzar más su voz y vociferar: "¡ES INOCENTE, PADRE! ¡ES INOCENTE!"

Un sollozo, un beso, una condena [Hiddlesworth AU: Halric]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora