Las ropas que usaban los hombres siempre eran más cómodas ya que estaban preparadas para mucho más que los kimonos a los estaba acostumbrada. Me sentía suelta al caminar, y mi único consuelo después de casi diez días a pie, era que al Lord al que me habían vendido, iba a darme un trabajo. De esa forma mi familia podría mantenerse en pie.
Contuve la respiración, al igual que los otros cinco hombres con los que había viajado desde la capital.* La mayoría se fue repartiendo durante el camino al norte. Había logrado pasar como uno más, me había asegurado de tomar uno de los kimonos de mi hermano y vendar mi pecho firmemente. Sin embargo al llegar y tras llevarnos al salón principal, los seis quedamos uno al lado del otro esperando respetuosamente.
Pasados los minutos un hombre de cabello negro y pesado, entró velozmente. Claramente furioso tomó su lugar en sobre la plataforma. Evite, a toda costa, cruzarme con sus ojos azules. Soltó un suspiro que cortó el silencio de la habitación.
—Como sabrán,—comenzó hablándonos sin preámbulos.— Fueron traídos como medio de pago de sus señores, así como también la situación por la que está pasando mi clan. Son libres de marcharse si no están dispuestos a morir por mi desde el momento que entraron a mi fortaleza. Espero cooperación.
Sus palabras, frías y directas, entraron a mi cerebro como un recordatorio de la razón por la cual había decidido reemplazar a mi hermano. Alcé la mirada al presentarme y la vista que me esperaba sobre la plataforma. Lord Kageyama nos miraba sin sentimiento desde su lugar, adorando aquel lugar con una belleza exótica tras sus ojos azules.
—Tienes una voz más...—Contestó al escuchar mi nombre, intentando completar su frase.—Femenina de lo esperado, Nakamura-san.
—No seas mal educado, Tobio.—Chilló una voz que robó la atención de los presentes. Su cabello rojizo, imposible de pasar por alto, me dirigió brevemente la mirada, sonriendo ligeramente.
Lo reconocí inmediatamente. Solía pasar por el negocio de mi familia. Hinata Shoyo, el espía más escurridizo de la capital. Pude volver a mis carriles rápidamente, logrando una calma que no había conseguido desde que había partido.
Tras una pequeña discusión y un par de nombres que siquiera había registrado, nos guiaron al jardín de practica donde nos esperaban dos soldados.
—Me dijeron grandes cosas de ti, Nakamura.—Me felicitó el hombre más bello que había visto jamas. Perdida en su voz, asentí torpemente.
—¿Me estás jodiendo?—Gruñó su compañero de mala gana, mirándome de arriba abajo con desdén.—Es imposible que alguien tan... pequeño pueda vencer a diez hombres solo con una rama, Oikawa. Solo míralo.
Frunciendo el ceño Oikawa solo puso los ojos en blanco.—No creas ni una palabras de lo que dice, Nakamura, yo confío en ti. Además,—agregó enfrentándolo.—Sho-chan es prácticamente igual y te ha vencido incontables veces. Así que no me des tu discurso que alguien pequeño no puede vencer a diez hombres, Iwa-chan.
"Iwa-chan" me dió una mirada que no pude comprender, un escalofrío me recorrió la espalda. Él lo sabía. Sabía quien era, sabía qué era.
Sentí como la palmada de Oikawa me traía nuevamente a la realidad.
*En ese entonces Kioto. (Epoca Edo.)