Tren. (Sí, de nuevo)

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Deberia estar estudiando documentos inservibles, pero, en vez de eso, estoy viajando, sentado al lado de un alma de aroma encantador, que lee algo que Dios sabe qué es.
“¿Cuál es la utopía de la educación alcanzable en Latinoamerica?” Llego a leer casi de reojo y mi mente, incontrolable, responde “Ninguna” en voz alta, recibiendo miradas juzgantes, haciéndome quedar en ridículo frente a decenas de personas, desconocidas, cuya opinión a mi inconsciente no le importa, pero al consciente,
a mi,
al yo,
de aquí y ahora,
sí;
el rojo de la sangre sube a mis mejillas, la sudoración de mi sien se desliza lentamente, causándome escalofríos en las montañas de mis vértebras, y así siento centenares de hormigas que caminan suavemente, subiendo y bajando, haciéndome notar un número infinito de patas, que terminan en nada,
en muerte,
en silencio eterno,
en cadáveres tétricos que caen al piso,
al final,
al fuego.
Inmediatamente después de este irrisorio segundo, vuelvo a caer y el tren frena con un chirrido inaudible: ¿cuánto tiempo pasó? La muchacha de mi lado ya no está, y los jueces son otros, que me miran con igual desprecio que los anteriores.
Miro para el frente, y veo cinco o seis personas que sacan su cabeza por las insignificantes e incómodas ventanas, y trato de imitarlos, no sin antes quedar como un tonto nuevamente, al golpearme la cabeza contra la ventana cerrada, negándome las vistas.
Incertidumbre.
Incertidumbre la que me transporta a minutos antes, tratando de recordar qué pasó con la jóven, qué pasó conmigo, qué pasó con mi color.
Pálidas, mis manos, mi cara, mi mente.
Pálidos, mis dedos, mis ojos, lo que pienso.
Pálidos, el tren, los pasajeros, nosotros, los muertos.

Yo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora