Capítulo VII - Salomé, la de las cosas bellas. Juramento bajo la luna de sangre.

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María Fernanda, no creo que sea el momento más adecuado, pero, lo haré... promete que sin importar lo que diga, me escucharás hasta el final.
Cada palabra...
Bien. —Sofía se sentó nuevamente en el sillón, cerca de ella. La miraba y recorría cada parte de su humanidad con lentitud. —Conozco a Salomé desde que tengo uso de razón, fuimos juntas al preescolar, primaria, secundaria... hasta la misma carrera en la universidad. Desde el primer momento en que nos vimos, supimos que estaríamos juntas toda la vida. Ella hizo una flor de papel crepe... bueno, eso en sus términos, pues, parecía un tequeño. —Sofía sonrió. —Ella se acercó a mí, me la dio, y me besó en la boca. ¿Puedes creerlo?, dijo "eres mi novia para siempre", yo no entendía nada, yo estaba pendiente de jugar con mis muñecas, pero, ella se lo tomó muy en serio, pues, siempre vio por mí de una forma muy especial mientras fuimos creciendo. Yo nunca sentí atracción por los niños, tampoco por las niñas, eso al menos hasta que las hormonas empezaron a hacer estragos. Salomé y yo mantuvimos una gran amistad durante años, siempre vi naturales sus acciones, y ella siempre fue incondicional conmigo. Cuando llegó nuestra época adolescente, algo más surgió entre nosotras, fue muy inocente, en realidad. Ella nunca me pidió nada, para ella, recibir su beso y su flor, que aún conservo, fue un sí para siempre. Así es Salomé. —Sofía suspiró. —Yo me enamoré de eso, de ella, de su incondicionalidad, de su seguridad. Había más niñas, y ella me eligió a mí... esto que te digo, fue una de las razones tras esa promesa. Yo no conocía otra cosa que sus besos, sus caricias, y esas travesuras que hacíamos a escondidas. Recuerdo que durante esa época, había luna de sangre, faltaba poco para mi cumpleaños número dieciséis, esa noche me quedé en su casa...

Salomé, ¡estás loca!, nos vamos a caer. Dije nerviosa, mientras ella me sujetaba de los antebrazos para impulsarme en el último tramo de la enredadera que cubría la pared, y así poder llegar al techo.
Ya está. —Suspiró, agitada. —Estás medio pesadita. —Sonrió mientras me llevaba con cuidado por las tejas.
¿Qué cosas dices?, no estoy gorda. La miré con cierto enojo.
Ya cállate y ve por dónde pisas, que si te caes, será difícil para mí dejar de reírme y no podré bajar a buscarte.
Si caigo, tú caes conmigo. —Me aferré más a ella, y eso la hizo reír.
Este lugar está bien. —Ella me ayudó a reclinarme. Teníamos una vista perfecta de la luna.
No trajimos botanas. —Pensé en el recorrido que tuvimos que hacer para montarnos y me lamenté.
¿Quién dijo?, mira, tu pecado favorito. —Me dio una bolsa con pistachos. No resistí y le di un beso en agradecimiento.

Nos quedamos en silencio por varios minutos, contemplando la majestuosidad de la luna. Ella sujetaba mi mano izquierda y yo con la otra comía los pistachos que reposaban sobre mi suéter. Era una noche algo fría, pero maravillosa. El cielo estaba despejado, la luna se enrojecía con el paso de los minutos, y yo miraba ocasionalmente a Salomé; se veía tan tranquila, tan segura... De pronto, ella rompió el silencio.

Sofía, tengo algo que decirte. —Volteó a verme. Sus ojos estaban humedecidos.
Mi amor, puedes decirme lo que quieras. —Tomé un pistacho y lo puse en su boca.
Toda mi vida te he amado, lo sabes, ¿cierto?
Yo también a ti, sabes que te amo.
Lo sé, pero. —Sus ojos se humedecieron mucho más, y luego estallaron en un lagrimeo intenso. Esa fue la primera vez que vi a Salomé llorar, bueno, llorar por mí.
¿Pasa algo? —Mostré preocupación.
Nada, y todo. A la vez, de la manera más maldita. —Soltó una carcajada. —Siempre hemos sido tú y yo, para todo, y yo sé, desde que tengo uso de razón, que tú eres mi vida, no tengo ninguna duda.
Yo tampoco la tengo, lo sabes, me guardo para ti. —Seguía comiendo mi pistacho. Sí, sé que era un momento serio, pero, estaban buenísimos.
Mira qué hermosa se está poniendo la luna. —Ella volvió la vista hacia la luna. ¡Dios!, qué bella se veía con la mirada perdida en el cielo. Una lágrima recorría su sien, la tomé con mis dedos.
¡Me vas a llenar de pistacho! —Me dijo, limpiándose un poco.
Te lo quito, con besos. —Me acerqué más a ella, y me rodeó con su brazo, quedé acurrucada en su hombro, impregnada de su olor.
Hay un mundo allá afuera, esperando comernos vivas. Quiero hacerte una promesa, y creo que es el mejor momento, esta tétrada no se repetirá hasta dentro de diez años, y en diez años, pueden pasar muchas cosas, no lo sé... —Salomé tomó mi rostro con su mano izquierda y me dio un beso muy intenso. —Sabes a pistacho. —Sonrió.
Siento que te está costando expresarte. —La miré con seriedad. —Siento lo mismo que tú, temo que la vida nos separe, no soportaría estar sin ti. —Me di cuenta de que lloraba porque ella enjugó mis lágrimas.
Está completo el eclipse. —Salomé miró por un momento y yo hice lo propio.
Sofía Annelien. —Ella clavó su mirada en mí. —Te juro por mi vida, que nunca voy a dejarte. No importa con quién estés, dónde estés, yo seré tu novia eterna. Jamás dudaré de tu amor hacia mí, jamás pondré a ninguna mujer antes que a ti, jamás te privaré de vivir lo que conmigo no podrías experimentar. Seré tu mejor amiga, tu amante, tu mujer, siempre fiel a ti, incondicional, hasta que muera.

Por tu amor [+18 explícito]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora