Capítulo XV - Salomé, la fiera. Una última oportunidad.

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Luego de una noche de llanto intenso y múltiples oraciones, había llegado la hora difícil, el momento en el cual toca desprenderse de lo físico, para abrazar lo inmaterial de un recuerdo que se diluirá en el tiempo, haciéndose más difuso cada vez, hasta convertirse en la anécdota del café de la tarde, o en el llanto de ese momento místico donde 12 campanadas anuncian la llegada de un nuevo año.

Los papeles se invirtieron esta vez, era Salomé quien llevaba a Sofía y la acompañaba en su pena. Durante el trayecto, Salomé pensaba en muchas cosas, todos esos vuelcos que había dado Sofía, esos experimentos fallidos, el aprendizaje adquirido a través de la experiencia, la risa, el llanto... ella no odiaba a María Fernanda, a pesar de lo que hizo sentir a Sofía; fue la única mujer que la hizo llorar, que la hizo sufrir, que la tocó en esa fibra sensible a la que tanto miedo le tuvo todos esos años. Sofía estuvo con ella en las buenas y malas, soportó muchas cosas, estuvo hasta el final. ¿Sería posible que esa madurez emocional que tanto deseó para Sofía se había materializado?, y ¿qué hay de ella?, ¿cuál es su historia?, pues, Salomé no era Sofía. Salomé se forzó a sí misma a "estar" con otras mujeres, únicamente cuando Sofía parecía "enganchada" con alguna.

Salomé recordó a Jacqueline, esa hermosa psiquiatra que le hizo compañía en su tiempo de postgrado, y vino a su mente la dulce Paulette. Sintió pesar al pensar en ella, porque Paulette la adoraba y daba todo por ella.

Sus ideas comenzaron a ser comparativas, de manera no intencionada, aunque no dudaba de su amor o el de Sofía, comenzó a cuestionar su entrega y la de Sofía, sus razones para estar con otra, y las razones de Sofía. Ella siempre estuvo segura, ¿lo estuvo Sofía?

Bien sûr que non! —Dijo, entre dientes.

Sofía notó la expresión del rostro de Salomé, la conocía bien, sabía que algo pasaba. No tocó a Salomé en ese instante en el que la sabía tensa, no tenía derecho alguno a cuestionar lo que pudiera estar sintiendo en ese momento. Una de las virtudes de Sofía, en palabras de Salomé, ella "sabe cuándo estar callada, sabe cuándo debe ser parte de la decoración".

Llegados al punto de entrada del camposanto, ambas bajaron del carro. Vieron llegar a Myriam y a Ofelia. Todas se reunieron en la entrada, y la única que faltaba por llegar era Eva con su familia.

Por pedido de Salomé, no caminaron tan cerca del féretro, Sofía obedecía, en completa sumisión, los deseos de Salomé. Se sentía perdida, y ella estaba siendo en ese momento, un faro en la oscuridad. Sí, a Sofía también la atacó la moral, se llenó de remordimiento, sentía rabia consigo misma, y eso era notorio para el grupo.

Ofelia notó la actitud de Salomé, no pudo evitar sonreír para sus adentros, pues, entendía a la perfección su lenguaje, era un ultimátum para Sofía, era un "¡ya basta!", justo y necesario. Myriam también notó aquello, y lo comentó en tono de voz discreto con Ofelia.

Esa niña es el diablo. —Decía, mientras estrechaba con fuerza la mano que entrelazaba con la de su amor.
Justamente eso veía. Como dicen por ahí, "se acabó la guachafita". —Ofelia estrechaba distancia con Myriam y dejaba caer su cabeza en el hombro de ella.
Algo pasó, porque ayer no estaba tan "firme".
Tuvieron bastante tiempo para hablar a solas, posiblemente se dirían sus cosas.
Mira, ahí es. —Myriam señaló el lugar donde María Fernanda descansaría eternamente, junto a su bebé.

Eso que veían con tanta sorna, era a una Sofía completamente "mansa", siendo llevada por una "dura" Salomé, no solo en actitud o expresión corporal, Salomé destilaba autoridad sobre ella, hacía ver a Sofía menuda, y después de todo lo que habían visto de ella en su relación con María Fernanda, se dieron cuenta de que esa era la verdadera Sofía, y que el resto era una coraza que se hacía de papel en presencia de Salomé.

Por tu amor [+18 explícito]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora