21. Declaración: En ensayo

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CONOCIENDO A FIÓDOR DOSTOYEVSKI. REFLEXIONES
Dedicado a Naiara Dostoyevski

Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que tuve en mis manos una novela de Fiódor Dostoyevski.

Fue en primavera del 2018, una época en que, aun no siendo un experto ni mucho menos en literatura, sí que consideraba los libros como una parte muy importante de mi vida. Me gustaban especialmente las historias de ciencia ficción y distopías, pues en ellas encontraba profundas reflexiones que partían de visiones creativas sobre nuestro futuro; y toda muestra de creatividad y carácter visionario la recibía con los brazos abiertos. En ese entonces Dostoyevski, un gigante ruso del siglo XIX, no era más que un susurro en mis oídos; uno muy fuerte, llegaba en forma pequeñas sentencias: "Da igual sobre lo que escriba, siempre te atrapa de forma irremediable", "sus personajes son muy profundos, te sentirás identificado con alguno de ellos", "sus análisis psicológicos descifran la mente humana". Yo me mantenía un tanto escéptico, pero mi curiosidad por conocerlo ya saltaba hacia el infinito.

El día predestinado a encontrarme con Dostoyevski estaba en una tienda de baratijas de segunda mano, en la típica esquina que, si no se presta atención, pasa desapercibida ante los ojos de cualquiera. En ella se encontraba la única sección de libros de la tienda. No era nada llamativa, apenas había tres estantes pequeños y descuidados. Daba la casualidad de que me acompañaba una gran amante de Dostoyevski, la amante de Dostoyevski, la principal responsable de que me empezase a interesar por ese autor. Juntos rastreamos como perros adiestrados todas las joyas ocultas de la literatura que había en aquel montón desordenado de libros. Pasados unos minutos, cuando parecía que ya había finalizado la búsqueda y era momento de volver, mi mirada se vio atraída por un pequeño libro verde aceituna. Sobre su delgado lomo ponía: El jugador. Fiódor Dostoyevski. Lo cogí y ya no lo volví a soltar. Tuve que defenderlo de la amante, quien me exigió devolvérselo de inmediato. Fue una reacción esperable la suya, ¿qué haríais vosotros si alguien secuestrase de repente aquello que más admiras, valoras y adoras? Al final acordamos que se lo daría una vez lo terminase, ese fue nuestro tratado de paz.

Al día siguiente comencé a leerlo, cuando mi vuelo hacia Alemania navegaba a través del gran mar de nubes.

«Finalmente, volvía de mi ausencia de dos semanas»,

decía ya la primera frase del libro. Durante las dos horas que duró el viaje me sumergí en la historia como hacía mucho que no hacía. Me sumergí en un mundo muy alocado, un chiste vivo sobre un inglés, un francés y un ruso conviviendo en el mismo hotel de la ciudad de Roulettenbourg. Una intriga rápida e imparable de intereses románticos y económicos donde lo inesperado ataca sin cesar con la constante aparición de nuevos personajes. El chiste de aquellos personajes tan dispares tiene humor inteligente hasta la médula, sabía como mostrárseme. Todo ello en un contexto donde, sin que lo percibiera, el juego de la ruleta cobraba cada vez más relevancia. Durante la lectura me sentía como un tren descarrilado, un tren donde, cuando decidí mirar por la ventana hacia dónde me dirigía, descubrí que quizás el chiste no era un chiste, quizás la realidad era algo mucho más crudo...

No tardé mucho tiempo en acabarme El jugador, y cuando eso ocurrió, sabía que necesitaba cuanto antes leer más de Dostoyevski. Ante la ausencia de libros al alcance opté por investigar, aunque fuera solo un poco, sobre su vida. Lo primero que más me llamó la atención fue la cantidad de celebridades que se declaraban como amantes de Dostoyevski: Nietzsche, Freud, Kafka, Einstein, Camus... "Desde luego el tipo es bien conocido, ¡mira que no haber caído antes en su existencia! Y pensar que todas sus novelas llevan existiendo desde hace más de un siglo. Todos sus pensamientos seguían plasmados en papel mientras yo pasaba el colegio en las musarañas", me dije de forma inevitable.

Tinta desquiciadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora