5. El viajero

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El viajero, perdido en la más alejada de las tierras nevadas, sintió que le faltaba algo. Se dirigió pues en busca del famoso "sabio del río", el más sabio entre los sabios; él resolvería su problema. Atravesando valles y acantilados encontró una cabaña de ladrillos del más puro estilo tradicional. De la chimenea ascendía el crepitar del fuego interior, un sonido que provocó una gran relajación en el viajero.

-Este debe ser la casa del sabio del río, no hay duda -dijo en voz alta.

Como era educado, prosiguió a tocar la puerta, pero encontró que ya estaba abierta. En su interior halló una mujer de mediana edad, sin rasgos destacables, leyendo frente a su chimenea y acompañada de un gato sobre su regazo. Su mirada, encandilada por las palabras de tinta, se desvió hacia el cansado viajero. Ninguna palabra salió de su boca, pues era él quien debía expresarse primero.

-¿Eres el sabio del río?

-Así me llaman.

-¡Oh! Solo usted podrá iluminarme. Estoy viajando con el fin de encontrarme a mí mismo, para averiguar mi verdad. He atrevasado los desiertos más ardientes de Egipto, he escalado las cimas del Himalaya, he visitado aldeas y cuidades del mundo oriental y occidental... Y sin embargo, aun habiendo adquirido gran experiencia, coraje y sabiduría, siento que hay algo que me falta... No se que es, pero lo noto. ¡Oh! Entre mi gente eres una leyenda, solo usted puede ayudarme a eliminar mi dolor.

El gato, percibiendo la importancia de la situación con su sexto sentido, saltó al suelo y se fue, no sin antes dejar un maullido resonante. La sabia, sin levantarse de su sitio y con una sonrisa, habló al viajero.

-Me halaga que me consideres una sabia. Sin embargo, al igual que cualquier otro mortal, mis conocimientos son limitados, y estoy segura de que en algunos aspectos los tuyos sobrepasan los míos. No obstante, sobre tu problema yo puedo aconsejarte, pues sospecho que su origen es de lo más simple y humilde. ¿Tienes hogar?

-Sí, un modesto pueblo.

-¿Quieres a su gente?

-Por supuesto, allí vive mi familia, mi mujer y mis amigos.

-¿Cuándo fue la ultima vez que volviste?

-Salí en pos de mi viaje hace ocho años, no he regresado aún.

-Tienes la solución frente a tí. ¡Pequeño pez! ¡Vuelve a tu hogar!

-¿Volver? Aún no he cumplido mi propósito, no me conozco lo suficiente, tiene que haber algo más que pueda encontrar.

La sabia, manteniendo su sonrisa, miró de verdad, por primera vez, al viajero. Le miró directamente a los ojos.

-Has olvidado lo más importante del acto de viajar. El propósito de un viaje no es alcanzar un fin, sino recorrer un camino. Ni siquiera tiene que haber un sentido, es el hecho de fluir lo importante. Nadar al compás de la corriente te otorgó una forma de vivir y ver la vida, conociste nueva gente, lograste asombrosas hazañas ¡Grandes cosas! Pero ha llegado tu momento de tocar el mar, de concluir tu camino. ¡Vuelve a tu hogar! ¡Visita a tu familia! ¡Besa a tu mujer! ¡Abraza a tus amigos! Muéstrales todo lo que has aprendido, hazles ver la nueva persona en la que te has convertido, comparte con ellos las apasionantes historias que has vivido. Solo entonces tu dolor se desvanecerá y tu viaje podrá concluir.

Y el viajero, consciente de que esas palabras eran sinceras, se despidió de la sabia y recorrió un último camino. Regresó a su hogar.

Tinta desquiciadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora