Herederos de los ángeles •CDS• (EN EDICIÓN)

28. Una nueva generación.

Los días después de lo ocurrido y de enterarnos de una profecía que podría arrebatarme a lo que más amaba se convirtieron en meses... Y por lo tanto estos se volvieron años. Años en los que por momentos podía olvidar que en cualquier momento mis hijas podrían irse. Haciendo todos los momentos que vivía con ellas fueran más importantes.
Los años habían pasado como si de un solo capítulo se tratase, tan rápido que nadie notó cuando nos volvimos personas maduras. Y nuestros bebés dejaron los pañales y empezaban a correr por todo el instituto.

Las estaciones del año transcurrían una tras otra sin novedad, cambiando los colores a nuestro  alrededor algo que a todos nos gustaba contemplar, desde los colores vivos de la primavera hasta los colores fríos del invierno.
Siempre cazando demonios y protegiéndonos unos a otros como la gran familia que éramos, y que poco a poco estaba dando paso a la siguiente generación.

Primero estaba Max, el pequeño de Alec y Magnus, el cual era un intrépido brujito de cabello azul que siempre andaba correteando por los pasillos del instituto, su magia crecía considerablemente con el paso de los años, además de que tenía a Magnus, él cual le enseñaba a controlarla, teniendo toda su paciencia depositada en el pequeño, él cual podía causar una explosión azul si algo no le gustaba.
Y con el tiempo llegó Raphael...
Alec hizo un viaje a Buenos Aires hace mucho tiempo para investigar una serie de ataques de vampiros que se habían dado. Allí se encontró con un niño cazador de sombras de cinco años, quien había sobrevivido no solo al ataque de vampiros en su instituto, sino también a la guerra oscura. Magnus y él fueron una y otra vez a Buenos Aires sin decirle a nadie lo que estaban haciendo hasta que un día aparecieron en New York con un delgado niño asustado y anunciaron que lo habían adoptado. A nadie le tomó tiempo hacerlo parte de la familia, Max estaba encantado en tener alguien con quien jugar.
Y Raphael o "Rafe" como solíamos llamarlo, era feliz con nosotros, tenía a los mejores instructores, los cuales se encargaban de entrenarlo para que pronto fuera uno de los mejores cazadores de sombras de su generación.

Por otro lado estaba Jordan, hijo de Izzy y Simón, si te empeñabas en buscarlo por todo el instituto podías encontrarlo en un rincón de la biblioteca, con unas gafas de marco negro resbalando lentamente por su nariz hasta que las ponía de nuevo en su lugar con ayuda de su dedo índice, mientras que con su otra mano mantenía uno de los tantos comics que su padre guardaba en su armario. Podías decir que él y su padre eran dos gotas de agua, aunque su cabello azabache era por parte de su madre, la cual se aferraba hacer que saliera de allí y disfrutara del día, o que al menos la luz del sol le diera en la piel, el niño parecía un pequeño fantasma vagando por los pasillos.

Y por último estaban Katherine y Ella. ¿Había alguien más unido que ellas? Lo dudaba mucho. Siempre estaban juntas. Sí veías a una separada de la otra sabías que las cosas andaban mal. Ya que las peleas entre ellas eran tan comunes que todos nos habíamos acostumbrado a ellas, sabiendo que más tarde volverían a ser tan unidas como siempre.

Sus personalidades eran totalmente distintas, sin embargo siempre había algo que las unía.
Mientras que Ella contenía dentro de sí un alma explosiva y decidida. Katherine mantenía un alma soñadora y cautelosa. Una complementaba a la otra, Kathie cuidaba a Ellie de los peligros que podían tener sus travesuras, ya que tenía un sexto sentido, si algo estaba por salir mal, ella lo sabía.
Y Ellie ayudaba a Kathie a superar sus temores, todos sabíamos que tenía una imaginación extensa, y Ellie le apoyaba con todo lo que le daba miedo crear o hacer. Además de que era una niña que podía resultar muy persuasiva, especialmente con su padre y su hermana.

Y eran en esos momentos, donde mis hijas, y la nueva generación se reunían para jugar, charlar o incluso planear una travesura que les costaría un mes de castigo. Donde olvidaba que una maldita profecía podía arrebatarme todo, ya que viéndolo de otro modo, pareciera que éramos una familia normal, sin tener que preocuparnos por lo que el futuro nos esperaba.