Seis

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Disparos. Podía escuchar disparos. Exactamente dos disparos. Un cuerpo caía al suelo. Rojo. Todo se volvía rojo. Gritos. Pasos acelerados. Alguien estaba muerto. Dolor. Mucho dolor por todos lados. Le habían disparado. Lo habían matado. Pero todavía había tiempo. Todavía quedaba tiempo.

Desperté sudando. Estaba dentro de una bolsa de dormir en el piso de la habitación de Veronica. Ella y Betty estaban durmiendo plácidamente en la cama de la morocha. Mi corazón latía acelerado. Tenía que salir de allí. Debía apresurarme. Me incorporé suavemente para no hacer ningún ruido, caminé hacia la puerta de entrada y cuando mis pies descalzos tocaron el pavimento de la calle comencé a correr adentrándome en la fría noche. No podía pensar, solo dejaba que mis pies me arrastraran. Tenía que llegar a él. Tenía que avisarle. Corrí por cuadras hasta que el lado sur de la ciudad me dio la bienvenida. Me detuve, apoyando las manos en mis rodillas. Los pulmones me ardían. No estaba hecha para hacer ejercicio. Luego de que mi respiración se normalizara comencé a palpar los bolsillos de mi pijama y sonreí cuando encontré mi celular en uno de ellos. Marqué el número que había grabado la noche anterior. – ¿Hola? –Una voz adormilada me contestó del otro lado de la línea. Solté un suspiro, no sabía que se suponía que debía decirle. – ¿Annabeth, eres tú? –Ahora la voz sonaba un poco más despabilada. –Creo que me perdí. –Dije lentamente. Escuché como su respiración se volvía pesada, creo que se estaba riendo de mí. –Deberías estar en tu casa, sabes que es peligroso que andes de noche por ahí. –Sentí un deje de recriminación en su tono pero escuche como se comenzaba a mover, se estaba levantando de la cama. – ¿Dónde te metiste? –Sonreí. Él en serio iba a ir por mí. –Estoy en la entrada del lado sur. ¿Podrías traerme un abrigo? –El frío de la noche estaba comenzando a calarme los huesos. –Tu si sabes cómo volver loco a un hombre, niña. Dame cinco minutos. –Colgué con una pequeña sonrisa y me senté a un lado de la acera, abrazando mis piernas. Solo estaba vestida con mi pijama, que era un pequeño short azul con dibujos de gatitos y bolsillos enormes, y una remera sin mangas gris. Era lo menos presentable del mundo, pero, como según dicen, a tiempos desesperados, medidas desesperadas. Mis pies estaban llenos de suciedad y sangraban un poco por las piedrillas que me había clavado en mi carrera desenfrenada. En menos de cinco minutos una camioneta se frenó a un costado de la calle. Un hombre todavía algo adormilado bajó de ella. Me incorporé lentamente, cruzando mis brazos para mantener el poco calor que me quedaba. FP me examinó de arriba abajo y sin decir una palabra envolvió mi cuerpo con su chaqueta de cuero. –Tengo un botiquín en la cajuela. –Señaló mis pies y luego se dio vuelta para buscarlo. Hizo que me sentara dentro del vehículo con la puerta abierta y curó mis heridas en silencio. Cuando terminó de vendarme se incorporó y me miro a los ojos. Su cuerpo estaba frente al mío y podía sentir el calor que emanaba su piel. – ¿Vas a explicarme porque estas en pijama, sangrando a las tres de la mañana, en este lado de la ciudad? –Apoyó sus manos en mis rodillas erizándome la piel. No me resistí y apoyé mis manos sobre las de él. –No sé si tengo una explicación razonable. –Murmuré y el negó dedicándome una sonrisa de lado. –Solo... tenía que verte. –Traté de no sonar como una psicópata, pero creo que ya parecía una con la pinta que tenía. – ¿Y no podías haber usado zapatos para no lastimarte? –Me preguntó con suavidad mientras una de sus manos comenzaba a acariciar más arriba en mi pierna. –No había tiempo para eso. –Mi voz se quebró en el último segundo. Mi cuerpo estaba comenzando a descontrolarse con sus simples caricias. –Déjame llevarte a casa. –Volvió a dejar sus dos manos en mis rodillas y las apretó con suavidad. –No. –Tomé sus manos entre las mías. –No quiero ir a casa. –Dije con voz profunda y mordí mi labio. Antes de darle tiempo a contestar, lo atraje hacia mí para besarlo. Cuando nuestros labios se tocaron él soltó un pequeño quejido de placer. –Annabeth. –Susurró. Posó sus manos en mi espalda y comenzó a acariciar mi cintura. Pasé mis dedos por su pelo para profundizar el beso. Su lengua se movía con agilidad dentro de mi boca y eso me estaba excitando. –Dios. –Gemí cuando nos separamos para respirar. FP mordió mi labio y metió sus manos debajo de mi remera, subiendo por mi espalda, llenándola de caricias. Me apreté contra él y comencé a besar su cuello. –Niña. –Susurró con una voz ronca que volvió locos a todos mis sentidos. Pasé mis piernas por su cintura para colgarme y él me levantó para apoyarme contra la puerta trasera de su camioneta. Ahora era él quien dejaba besos húmedos por todo mi cuello mientras yo gemía de placer. Metí mis manos por debajo de su camisa a cuadros y clavé mis uñas en su espalda. –No tienes idea de todo lo que quiero hacerte. –Susurró contra mi oído y yo le sonreí de lado, atrayéndolo una vez más contra mis labios. Estaba por meter mis manos debajo de su cinturón cuando su celular comenzó a sonar. FP gruñó. –Creo que será mejor que atiendas esa llamada. –Murmuré mientras sacaba mis manos de debajo de la tela y me ponía a jugar con su pelo. Él asintió frustrado y me depositó otra vez sobre el asiento. – ¿Qué? –Se alejó unos pasos de mí para escuchar a la persona del otro lado de la línea. Me volví a poner la chaqueta que se me había caído en medio de los besos y abracé mi cuerpo, rezando para que nadie estuviera herido. Luego de unos minutos FP se volvió a acercar a mí, guardando su teléfono. Me miró serio y yo tomé su mano y la comencé a acariciar suavemente. –Alguien entró en mi remolque mientras te venía a buscar e hizo destrozos. Jughead no se encontraba allí, pero los vecinos escucharon dos disparos y salieron para ver como un par de imbéciles de los Ghoulies huían del lugar. Los desgraciaron mataron al perro. –Mi cuerpo se relajó y apreté con fuerza su mano. –Podrían haberte disparado a ti. –Murmuré afligida, sabía que eso era verdad. Él se encogió de hombros restándole importancia. –Tengo que ir a arreglar el desastre, princesa. –Me miró a los ojos. –Y si encuentro a esos idiotas me aseguraré que nunca más vuelvan a hacer algo así. –Su voz sonó enojada y yo acaricié su mejilla. –Por esta noche no te pongas en peligro, por favor. –Le supliqué y el besó la palma de mi mano que estaba en su cara. –Se cómo cuidarme solo, no olvides que estas tratando con el rey de las serpientes, preciosa. –Mordió el lóbulo de mi oreja. –Déjame llevarte a casa, luego hablaremos de lo que pasó. –Me hizo pasarme al asiento del copiloto y se subió a la camioneta. Le pedí si podía llevarme de vuelta a lo de Veronica, ya que allí tenía todas mis cosas y él accedió.

Cuando aparcó frente a la puerta de la morocha, tomó mi mano. –Dime que tienes 18, por favor. –Me miró a los ojos y yo asentí con una pequeña sonrisa. –Soy completamente legal. –Le guiñé un ojo divertida y el me miró serio. –Te llevo más de 20 años, Annabeth. Podría ser tu padre. –Posé un dedo sobre sus labios. –Pero no lo eres. –Me bajé del auto y antes de cerrar la puerta lo miré. –No te preocupes por mí ahora, soluciona las cosas en tu remolque y cuando quieras puedes buscarme para hablar. O no. –Le dediqué una sonrisa provocativa y me escabullí dentro de la residencia de los Lodge. Por suerte nadie había notado mi ausencia, así que me metí dentro de la bolsa de dormir y cerré los ojos. Había salvado la vida de alguien esa noche y por eso estaba completamente orgullosa de mi misma. Por otro lado, también había besado al padre de Jughead, pero eso era algo que más tarde debía solucionar.                       

Careless Premonitions | FP Jones | RiverdaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora