Angie miró al suelo de hormigón, enfocándose en sus botas militares de siempre, las mismas que Álex le regaló en su cumpleaños pasado. Verlas era tortuoso, pero no más que la idea de separarse de ellas. Cuando Valeria le dijo que lo mejor era desecharlas, la adolescente pegó un brinco y defendió el par de zapatos como si de su posesión más valiosa se tratara.
Ella lanzó un largo suspiro y volvió la mirada al frente. Al patio de la escuela. Era un sitio pequeño, pero que se encontraba atiborrado de personas que convivían y reían entre ellas. Estaba sola. Por primera vez en dieciséis años le tocaba sentarse en una esquina a envidiar a la gente que sí tenía amistades.
Si no deseaba preocupar a su madre —o inventarse una buena mentira—, tenía que encontrar al menos una persona con quien charlar durante el descanso. Dio una inspección rápida al sitio, necesitaba hallar a alguien que estuviese más solo que ella. Para su suerte, no tardó mucho en dar con un rostro conocido: Clara.
Una adolescente de cabellos castaños se encontraba sola, con un sándwich en las manos y sentada en los escalones del viejo edificio que se usaba para laboratorio de Química y almacén. Angie se levantó del suelo, sacudió los vaqueros negros, tomó una larga bocanada de aire y con ello valor para desempolvar sus habilidades sociales.
—¡Hola!, ¿puedo sentarme aquí? —le preguntó con forzada animosidad.
—Sí —respondió con desconcierto Clara.
Angie se acomodó en uno de esos escalones, deseando que su torpeza social no se haya evidenciado tanto. Exceptuando las presentaciones o las veces que se acercaron a preguntarle algo, se mantuvo callada en todas las clases. Aunque quería iniciar una charla, la punzada en su interior se lo impedía.
Clara y Ángela ni siquiera eran amigas o al menos conocidas. Solo la reconoció porque ambas habían coincidido por mera casualidad en la sala de espera de la doctora Valeria Ochoa, su madre. Durante la hora que duró la consulta, ambas se preguntaron trivialidades, como el frío que hacía a pesar de que estaban en pleno verano.
—¿Cómo está tu mamá? —preguntó. Abrió su mochila y sacó una manzana.
—Esa mujer no es mi mamá, es mi madrastra —replicó al instante Clara. Angie mordió el labio inferior y desvió la mirada—, pero está bien, solo es una consulta de rutina que hace porque es paranoica.
La recién llegada soltó una pequeña risa incómoda.
—¿Qué tal el primer día? —le preguntó Clara. Acomodó sus cabellos detrás de su oreja.
—No me quejo, aunque todo es muy aburrido —resopló sin ánimos, observaba el patio con atención, en busca de algo con que distraerse o de algún otro inadaptado que estuviera solo y quisiera unírseles.
—Y así será siempre; Villa de Reinos apenas tiene un cine —bromeó—. ¿De dónde dijiste que eras?
—De la capital, me mudé en cuanto acabé primero.
Angie terminó la manzana y se levantó con desgana a dejarla en la basura. En su corto recorrido, continuó con la inspección por el patio. Al fondo se encontraba la cancha de fútbol en donde jugaba un grupo de chicos. Cerca de ahí, algunas personas observaban el partido y vitoreaban a su bando preferido.
Los bancos de metal se hallaban todos en uso; había uno justo enfrente de los escalones en los que estaba sentada. Este se encontraba ocupado por un grupo de dos jóvenes y una chica de pelo rojo. Los cuatro amigos parecían tener una charla bastante animada y se notaba que se vacilaban entre todos por las carcajadas que soltaban. Sin quererlo, los envidió, ya que ella también solía ser así de ruidosa con sus amigos en los descansos, ella también tenía con quienes molestarse y con quienes salir cada fin de semana.
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Entre estrellas muertas y conspiraciones | Resubiendo |
Teen FictionEl exnovio de Angie se suicidó. Ben pasó por la peor racha de su vida. Ambos se verán obligados a convivir, tratarán de sanar heridas y aprenderán, a las malas, cómo lidiar con una serie de turbulencias emocionales. ❄️❄️❄️ Álex terminó su relación c...