Capítulo 4

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El único ruido que había dentro de su habitación era aquel que hacía el whisky al vaciarse en su taza de café. Ben agregó más de lo que debería, pero no le importó, ya que no aparecería de pronto su hermana a retarlo. Cogió la taza y le dio un sorbo para después agarrar de nuevo el control de su vieja consola y retomar el juego en el nivel en el que quedó.

La tranquilidad otorgada por la ausencia de silencio se perturbó cuando escuchó a dos personas charlando cerca de la entrada de su hogar. No era de extrañar que pudiera oír las conversaciones de fuera, ya que el apartamento en el que vivía era demasiado pequeño para su gusto. Se arrastró por su cama y pegó el oído al muro trasero, quería comprobar que no se tratase de sus vecinos teniendo otra pelea marital. Las paredes de su piso parecían ser de cartón y a veces él y su hermana terminaban escuchando los gruñidos y gemidos del matrimonio por las noches. Por algo, cuando estaba con Elisa, siempre ponían música a todo volumen para ahorrarse la vergüenza de ser escuchados.

Lo que más le extrañó a Ben fue la familiaridad de una de las voces. Su curiosidad y ocio eran tan grandes que se estiró para recorrer la percudida cortina y se asomó a ver si podría saber de quiénes se trataba. Su ventana daba a la calle trasera, así que maniobró para ponerse de rodillas y sacar parte de su cuerpo por ahí. Lo único que Ben alcanzó a ver fue una moto y a un joven subiéndose en ella.

Algo en él le resultó familiar, así como la voz femenina de su acompañante. Llegó a la conclusión de que se trataba de alguien conocido, pero no se molestó en comprobarlo. Pasaron solo un par de segundos para que pudiera verificar la veracidad de su teoría, ya que la puerta del apartamento se abrió y soltó de nuevo ese chillido que tanto odiaba.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó Ben en voz alta.

Aunque no la podía ver, era capaz de escucharla caminar por los pasillos. La distancia entre la entrada y su habitación era poca, el ruido se concentraba en el interior de la vivienda, así que cada paso producía una especie de eco.

Ante la acusación de Ben, la invasora se sobresaltó y se apresuró a llegar a la habitación de dónde dedujo venía la voz. La joven se asomó con temor por el marco de la puerta y admiró una vez más los detalles del sitio que visitó por primera vez la semana pasada. La habitación tenía dos camas separadas por un estrecho pasillo, el televisor se encontraba colgado en una pared y, esa vez, pudo notar la línea hecha con cinta azul que dividía el espacio de cada mellizo.

Ben se encontraba sentado sobre la cama, con el pijama puesto, el cabello alborotado, una sábana cubriéndole la mitad del cuerpo y el mando de la consola en sus manos. En el taburete junto a su cama se encontraba una taza de café, una botella pequeña de whisky y una caja de pastillas.

—¿Y tú qué estás haciendo aquí? —le preguntó nerviosa.

Él se giró hacia la salida y miró con estupor a la adolescente que invadía su hogar.

—No lo sé, Angie, quizá porque vivo aquí. —Desbloqueó la partida y volvió a enfocarse en el televisor—. ¿Por qué coño crees que puedes entrar a un piso que no es tuyo?

—¿No deberías estar con tus padres y Bel por ahí? —Angie evadió la pregunta, se encontraba a la defensiva, aunque tenía ganas de quebrarse desde que despertó en la cama de ese hotel, sin ropa y con Raúl a su lado.

—¿Y tú no deberías estar en tu casa? —refutó, no le prestaba mayor atención, seguía concentrado en ganar esa partida.

—Yo... —Jugaba con sus dedos, buscando una excusa que pudiera justificar su presencia—. Creí que no había nadie, por eso entré. Todavía recuerdo que dejabais las llaves debajo de la alfombra.

Entre estrellas muertas y conspiraciones | Resubiendo |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora