Se te daba bien escaparte cada que una situación te sobrepasaba. Y, de haber podido elegirlo, a mí me hubiese gustado que desaparecieras como el humo que exhalabas de la boca cuando fumabas o que fueras igual a una sombra que de a poco se desvaneciera. Sin embargo, te marchaste como lo que siempre te consideraste en vida: un desastre sobrenatural.
Fue una tarde fría y gris de enero. En una habitación destrozada. Entre cristales rotos y un charco de sangre. A pesar de no haber presenciado la escena, de los meses transcurridos y de apenas tener detalles, soy capaz de imaginarlo tan vívido como si hubiese estado ahí, presenciando la forma en la cual acababas con una vida que no deseabas más.
Me habías citado en nuestra cafetería favorita horas antes de morir. En aquel lugar al que íbamos a comer dulces en vez de asistir a nuestra clase de Mates. Yo creí que sería una buena señal, pero lo que terminaste haciendo fue cortar de tajo nuestra relación de casi dos años. Como era de esperarse, tus palabras provocaron mi furia y acabamos discutiendo hasta que notamos las miradas morbosas del resto de los comensales. Me marché enervada y tomé como una burla el que te despidieras de mí de forma tan pasiva.
No obstante, aquella no fue la última vez que ambos hablamos.
Y también me hubiese gustado que fuese así. Al menos no me sentiría tan culpable como ahora.
Aún desconozco los motivos exactos por los cuales me llamaste horas después o por qué optaste por emborracharte en la soledad de tu habitación. Lo que sé es que tu madre se encontraba dando clases de piano y que la engañaste diciéndole que irías a ver unos amigos, cuando, en realidad, fuiste a empeñar tu portátil y el reloj de manecillas que usabas para cubrir las cicatrices que tanto te avergonzaban.
También sé que tenías preparada una mochila con las pocas pertenencias que cargarías en lo que creías sería tu más grande fuga. Llevabas tiempo bromeando con querer empezar de cero en un sitio donde nadie te conociera y pudieras ser una persona más del montón. Alguien mejor. Alguien que no tuviera como único fin lastimar a los que debería amar.
Tal vez lo reflexionaste y llegaste a la conclusión de que ese no era el final que deseabas conmigo. Ya sabes, que la separación se diese bajo mejores términos. Imagino que tus pensamientos, como siempre, se inclinaban más hacia lo negativo, aunque topaste pared y pensaste que las cosas no podían empeorar.
Grave error.
—¿Qué quieres? —pregunté con hostilidad en cuanto respondí a tu llamada.
Me hallaba en mi habitación, llorando en soledad. Mis padres ni siquiera estaban. Además, de haberse encontrado en casa se las habría sudado; tú sabes bien que a ellos siempre les importó poco lo que sucediera conmigo.
—Mi intención antes no era lastimarte —contestaste—; las cosas no deben acabar así entre nosotros.
—¿Te arrepentiste? —cuestioné esperanzada—, no puedes seguir haciendo ese tipo de cosas. Decir algo, luego retractarte y volver a lo mismo.
Lanzaste un largo suspiro. Te imagino con un par de lágrimas brotando de tus ojos azules, resbalando por tus mejillas pálidas y cayendo al dorso de tu mano.
—No me arrepiento por eso —resoplaste—. Es solo que antes no pude expresarme bien. En realidad, quería disculparme por todo lo que te he hecho pasar —medistaste unos segundos—. Te lo mencioné esa noche que comenzamos a salir.
—Lo sé, dijiste que me romperías el corazón —atiné a decir con un chocante sarcasmo—. Álex, no tiene sentido lo que haces, porque de todos modos estás lastimándome. Eres la persona más cruel que conozco.
—Y también te dije eso cuando nos conocimos: soy gilipollas —como creí que te reías me enfurecí todavía más—. Te metí en un montón de líos y nos volvemos locos juntos. El amor no debería ser así.
—¡¿Por qué me dejas?! —insistí frustrada.
—Porque... —te detuviste un rato a buscar la mejor manera de decirlo—. Porque tú mereces ser feliz.
—¡Eres un hijo de puta! ¡Te odio!, ¡ojalá no vuelva a verte nunca más!
Y antes de que pudieras decir cualquier cosa, terminé la llamada con violencia. Esas fueron las últimas palabras que te dije y aunque mis padres, Dani y la consejera escolar, insisten con que no fue culpa mía, me es imposible creerles. En el fondo, sé que ellos piensan lo mismo que yo: que pude haber sido mejor. No como novia, sino como amiga y como persona.
Soy consciente de que fue tu decisión. Que te encontrabas harto de tu propia compañía y que no te soportabas. Sé que solo deseabas cerrar los ojos para caer en un sueño del que no despertarías y permitirte ahogar en las profundidades de tu propia decadencia. Sin embargo, no puedo evitar imaginar que fui el detonante de esa crisis en la que terminaste rompiendo un espejo que dejó numerosos pedazos de cristal esparcidos por el suelo. Que mi voz no tiró del grillete que te hundía en las profundidades, haciéndote recordar todo aquello que habías hecho mal, lo que te lastimaba y sentías que no podías dejar atrás.
A menos que huyeras en definitiva de todo, sin retorno.
Por eso terminaré este desvarío diciendo: hasta nunca, Álex.
Con mucho remordimiento, Ángela Campa.
¡Hola, conspiranoicos, coralitos... y otros apodos que luego es pongo! Espero el inicio no haya resultado muy fuerte, el de la primera versión la verdad es que lo era mucho más, por eso quise cambiarlo luego de revisarlo bien.
Para las que son nuevos, ¿qué opinan de la relación de Álex y Ángela?
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Entre estrellas muertas y conspiraciones | Resubiendo |
Novela JuvenilEl exnovio de Angie se suicidó. Ben pasó por la peor racha de su vida. Ambos se verán obligados a convivir, tratarán de sanar heridas y aprenderán, a las malas, cómo lidiar con una serie de turbulencias emocionales. ❄️❄️❄️ Álex terminó su relación c...