-¿Eres la indigente de hace unas horas?—le preguntó uno de los botones con la boca abierta. Katheryn esbozó una sonrisa con antipatía y asintió—por poco pensé que eras otra persona vestida así.
Giró sobre sus talones y se alejó del idiota para no tener que enfadarse tan temprano. Eran las dos de la tarde en punto y el sol estaba a su mayor esplendor.
Playa. Tiendas. Gente morena. Niños llorando. Palmeras dejando caer cocos cerca de los cráneos de las personas. El sol. Dolor de cabeza. Ganas de regresar a California.
Se tragó las ganas de gritar y salió a caminar envuelta en su ropa nueva.
-Solo debes ir a la playa, se te facilitará encontrarlos—dijo una voz detrás de su oreja.
-¿Es necesario venir conmigo en forma fantasmal?—le gruñó irritada.
-No quiero llamar la atención. Solo quiero desearte suerte.
-Vete al carajo, Thorsten.
Puso los ojos en blanco y siguió andando. Su subconsciente la obligó a obedecerlo e ir a la playa en busca de sus hermanos. Arrastró los pies hasta la arena donde muchas familias tomaban en sol con casi nada de ropa.
Recorrió toda la playa y cada que miraba a adolescentes de quince años o niños de diez, se le aceleraba el corazón. Pero sus hermanos eran distintos a todos esos niños.
Jack era alto, tal vez cinco centímetros más alto que ella y tenía el cabello café y sus ojos del mismo color. Así lo recordaba y le rogaba a Dios que siguiera igual.
Charlie era diminuto y de cabello casi rubio, ojos avellanados y tenía pecas hasta los pies.
Ella misma había tenido la misma apariencia de ellos pero ahora era totalmente diferente a causa del accidente. Y esa era otra de las preguntas que tenía que hacerle a Thorsten junto con la duda de, ¿Cómo demonios logró hacerla creer que sus hermanos habían muerto?
Achicó los ojos para ver más allá de las personas y se dejó caer en la arena. Estaba acalorada y derrotada.
-¡Eres un idiota! ¡Regresa aquí, Carlos!—un chico pasó gritando junto a su oreja.
-¡No me digas así, imbécil!—respondió el otro en inglés.
-Pues así te llamas. Y no hables en inglés porque aquí nadie te entenderá.
-Me llamo Charlie, entiéndelo y hablo como quiero.
Entornó los ojos y los miró fijamente a ambos.
-Sea lo que sea, estamos en México y te llamas Carlos.
-Oh, vamos. No puedo llamarte Juan porque no te llamas así, Jack.
El alma se le cayó a los pies.
-Bueno, Charlie, no estoy de humor—jadeó el otro, su piel estaba tostada y su cabello café estaba lleno de arena pero sus lentes de sol no mostraban sus ojos. Pero su cuerpo estaba moldeado y firme—Rosa nos está buscando.
-No quiero ir, de seguro nos enviará a cargar de nuevo esos sacos de arroz y ya estoy harto—se defendió el más pequeño. Su piel no estaba tan tostada pero si rojiza y tenía pecas por doquier. El color de su cabello era ceniciento pero detrás de las orejas sobresalían cabellos casi rubios.
-¡Tonterías!
-Vete si quieres. Planeo largarme hoy mismo.
Y Katheryn estaba muda. Sus hermanos estaban frente a ella discutiendo y ni si quiera la habían reconocido.