Capítulo 36: Quebrada

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𝓝𝓪𝓻𝓻𝓪   𝓔𝓻𝓲𝓴𝓪 

Perdí la cuenta del tiempo que permanecí inconsciente. Al despertar, me encontré en una habitación que no había explorado antes.

Un dormitorio de tamaño considerable, con grandes ventanales estampados en la amplia pared derecha y decorado por decenas de muebles de gran lujo.

Todo dañado por el pasar de los siglos pero visiblemente reconstruido hace poco.

Recostada sobre la cama de matrimonio donde había pasado gran parte de mi coma sentí las suaves sábanas de seda acariciar mi piel, adolorida por las cadenas que ahora apresaban mis muñecas y tobillos encarcelándome en el colchón.

Tras haber despertado por completo me percaté de la presencia de Vladimir, sentado en un sillón a pocos metros de mi, y de Arthur, de pie detrás de él.

— Buenos días, princesa. —susurró el rubio y me regaló una gran sonrisa—. ¿El sueño ha sido de su agrado?

Mordí el interior del cachete para evitar responder a su provocación consciente de que no me encontraba en la situación idónea para desafíos.

— He estado esperando impaciente a que despertases. —continuó, ocultando su curiosidad al no ser respondido a la provocación anterior—. No quería perderme tu reacción al ver el cuarto de tu abuela.

Revise de nuevo la habitación fijándome esta vez en una pequeña cómoda blanca donde se encontraban amontonados cientos de piedras preciosas, collares y demás complementos de mujer.

— ¿Bonito, no es así? No obstante, extraño, al pensar que antes permanecía a lo que ahora es un saco de huesos medió descompuesto.

Recordé los huesos de Ehra quebrándose contra el suelo, rompiéndose en miles de astillas. Me estremecí y reprimí una arcada.

— Al final, todos acabamos igual... —divagó dando un trago a una botella que lo acompañaba—. Algunos antes que otros, como tus amigos.

Mi corazón dejo de latir por unos instantes. Levante la vista hacia el ruso;

— ¿Que les has hecho? —susurre sin poder esconder el tono de terror en mi voz—. V-Vladimir...

Con lentitud, se levantó de su asiento para sentarse a mi lado.

— No me digas que pensabas que había una mínima oportunidad de que estuviesen con vida. —dijo en una pequeña risa, y acarició mi mentón, compadeciéndome—. Pobrecita.

Lo miré desesperada. Goterones de lágrimas cayeron por mi rostro y baje la cabeza escondiéndolo.

— Me estas mintiendo... —tartamudee—. No puedes, no pueden estar muertos, ellos no...

— Si, si puedo.

De su chaqueta sacó una de las plumas que adornaban el peinado de Huang Hua y la meneo burlón a unos pocos milímetros de mi cara.

— Te he librado de la guardia. Ahora estas con quien deberías estar, nosotros. —susurró en mi oído—. Es lo que quieras desde un principio, escapar de ellos.

Estúpida Faelienne [ELDARYA] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora