Chapter 4

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Ella también la había sentido, esa corriente extraña subiendo por la extensión de su brazo derecho hasta llegar a recorrerle el cuerpo entero. Aunque el famoso doctor era escandalosamente atractivo, Angie no sabía exactamente qué era lo que había en él que la hacía sentir abrumada, pequeña e indefensa.

Durante ese breve instante en que sus manos se tocaron, Él pasó saliva y entrecerró los ojos, procedió a retirar su mano de inmediato casi como si el contacto le quemara la palma hasta terminar por meterla en los bolsillos de sus pantalones Armani.

—También es un gusto conocerlo, Señor Hannover.

Expreso con un hilo de voz.

—Por favor, el Señor Hannover era mi abuelo o incluso mi padre. —Corrigió con su delicioso acento Galés acariciando su oído — A mí puede llamarme Ian, o como se sienta más cómoda. — Añadió — Si gusta en acompañarme.

Angie asintió como en piloto automático y prosiguió a seguirlo hasta un cómodo sofá de cuero negro. En el centro había una pequeña mesita de cristal con tazas de té y algunas masas dulces decoradas de manera exquisita.

La mansión Hannover era un patrimonio familiar, un pequeño palacio francés al estilo Luis XV símbolo de la realeza que acompaña el apellido y la envidia entre los millonarios de Kensington Palace Gardens. Una faraónica propiedad arboleda ubicada en la arteria más exclusiva de la ciudad. Ian había heredado el bien más preciado de su difunto abuelo. Quien en vida, como una muestra del profundo afecto que sentía por él, le obsequió el símbolo más grande de su apellido.

Angie tomó asiento en el sofá de dos cuerpos y Hannover se ubicó cerca en un sillón a juego no muy lejos de ella. Lo suficientemente lejos para no invadir su espacio personal, lo suficientemente cerca como para que pudiera sentir el olor natural de su piel seduciendo sus fosas nasales.

Apabullada por la apolínea figura del doctor, se reprendió mentalmente por no haber encontrado una vestimenta más adecuada, ya en esa posición se sentía fuera de lugar y expuesta.

El doctor llevaba una camisa de lino blanco, con el botón del cuello suelto. Su cabello húmedo, de un negro oscuro al igual que las cejas y sus ojos... Desvió la mirada fingiendo un ataque de tos. Acto seguido rebuscó en su bolsa hasta dar con el Block de notas y el lápiz de grafito.

—¿A la antigua? ¿Cómo en las cavernas?

—A la antigua, si.

La verdad era lo único que tenía, además de contar solo con su cuaderno y una avejentada grabadora que se negaba a usar. Además, no sabía si a Hannover le agradaría la idea de ser grabado.

— Bien...—aclaró su garganta con un sonido casi imperceptible — ¿Está usted listo?

Él arqueó una ceja, peleando con sus labios para no sonreír. Mientras observaba con interés como la bonita chica jugueteaba nerviosa con una desagradable pulsera de cuero en su muñeca izquierda, de pronto aquella entrevista le despertó un repentino interés y decidió que el asunto con Nora Zimmerman podía esperar.

— Usted dirá. —respondió escueto.

— De acuerdo... Comencemos.

Al principio la atmósfera entre ambos era irremediablemente tensa, Angie a pesar de tener los ojos clavados en el cuaderno que usaba como escudo para no mirarlo directamente a los ojos, podía sentir la insistente mirada del doctor atravesarla junto con el sillón. Podía sentir en su fuero interno lo incómodo que era para él y su anhelo porque todo terminara rápido.

Hannover parecía ser una montaña rusa emocional, de vez en cuando respondía las preguntas con aire distraído, como si no le importaran en lo absoluto, en otras ocasiones le era imposible no sonar irremediablemente petulante, y eso la estaba sacando de quicio.

La Máscara de Ian HannoverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora