Chapter 5

207 24 8
                                    

En alguna parte de su cerebro una voz interior intentaba comunicarle algo de importancia cósmica, pero se había negado rotundamente a escucharla. Las abrumadoras emociones que había experimentado durante el día consumieron toda la energía de su pequeño, frágil y extenuado cuerpo, anulando las posibilidades de poder despertar por voluntad propia.

La noche anterior, al llegar a casa había despotricado todo su odio escribiendo furiosamente un documento, una especie de carta dedicada a Ian en la cual le escribía a detalle cada una de las cualidades y carencias del joven doctor. La manera en que la había hecho sentir, esos ojos turquesa que desprendían rayos de electricidad cada vez que lo miraba, la forma en que sus músculos se tensaban bajo lino blanco de su camisa, como su manzana de Adán que subía cada vez que pasaba saliva y como esta acción provocaba que su boca se secara por completo.

«No es nadie» recordó con ardor todos insultos que profirió en contra del hombre y como este en respuesta le gritó de vuelta con su rasposa voz de barítono, provocándole un escalofrío de rabia que alejaba de ella cualquier rastro de arrepentimiento por lo que había hecho.

Fue hiriente por primera vez y vomitó visceralmente sus emociones sobre la única persona que contaba con el poder suficiente para aplastarla como un gusano vil e insignificante sin que ella ni nadie más pudiera hacer nada al respecto.

Esa mañana al despertar se sentía diferente, apenas consciente el cuerpo de Angie se sacudía violentamente entre las sábanas, sus dientes castañeaban mientras sus labios rotos por la fiebre ardían cubiertos por una capa de sudor frío . Maia se inclinó hacia ella tocando su frente con preocupación, mientras los desorbitados ojos de Angie le confirmaron que algo andaba realmente mal.

—Rubia... Angie ¿Qué es lo que sucede? ¡Despierta, joder!— la ojiazul emitió un quejido en voz baja como respuesta.

Instantes después, la morena colocó un termómetro debajo de su lengua, esperó unos segundos mientras se frotaba el rostro con ambas manos, al retirar el termómetro de la boca de Angie, la piel de Maia palideció al confirmar lo que tanto temía.

— ¡Maldición!, no puede ser — Susurró — arriba, tenemos que ir al hospital.

Maia Rosalie Edwards no era un dechado de virtudes y su mal genio le había involucrado en más de un problema durante toda su vida, aquel carácter imperioso le habría ayudado y alejado de conseguir lo que tanto deseaba, estudiar medicina contra todo pronóstico, ser independiente desde muy joven y sacar a su mejor amiga de las garras de su despiadada madre..

Aunque había aprendido a domesticar su temperamento, Maia no contaba con el don de la paciencia y desperdiciar todo el día en un cutre hospital público donde (más allá de no saber) parecían no querer esforzarse por identificar lo que le sucedía a su mejor amiga, solo alteraba sus nervios.

—Estuvo a poco de convulsionar ¿Cómo puede ser algo normal?

Cuestionó a la enfermera del recibidor, esta la observó con cara de pocos amigos mientras escribía algo en una planilla, al mismo tiempo procedió a musitar una serie de disculpas ensayadas sin llegar a mirarle la cara directamente.

—No me interesa escuchar sus disculpas, no llegamos a una solución con ellas, mi amiga no mejorará con ellas.

—Podríamos remitir el caso a otro lugar, pero lamentablemente la señorita no cuenta con un buen seguro médico, así que no es mucho lo que podemos hacer por ella, más que esperar a que la temperatura ceda.— hizo una pausa— tal vez si pudiera hablar con un familiar que tuviera los fondos...

— ¡Esto es increíble! — Bramó May molesta— Puede ser una infección o peor, háganle unos jodidos exámenes de sangre ¡Hagan algo ahora!

—Señorita, le pido que por favor se tranquilice—dijo la mujer con amago de seriedad— su amiga no es la única en esa situación, estamos colapsados y hacemos lo mejor que podemos.

La Máscara de Ian HannoverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora