Cap. 17: Monstruo

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Lheo partió de regreso a su casa en medio de la fría noche. Había hablado con Tao como tanto lo deseaba. Kite jamás sería suya, él no la merecía tampoco.

Tenía que salvar su dignidad, eso era por ahora lo único importante. Nadie debía saber de sus ideas, sus fantasías, o lo culpable que podía llegar a sentirse. Nadie. Hubiera sido mejor que ni siquiera Tangerine lo supiera.

El problema era que ella lo sabía todo de él. Demasiadas veces la había dejado sentir en su cuerpo sus deseos más oscuros, deseos a los que ella siempre se había prestado gustosa.

¡Tangerine…! ella disfrutaba todo con él,  lo que más le gustaba era arrancarlo de sus represiones. Sí: esa mujer era capaz de arrastrarlo, casi, hasta la perversión.

"Mi mente está en cualquier lado" concluyó Lheo mientras llegaba al lado del lago  en el que solían pescar y bañarse. Sabía que hacía frío pero casi no lo sentía, estaba obsesionado con sus pensamientos.

Presentía que lo que le había dicho a Tao traería graves consecuencias, creía que había juzgado a sus hermanos sin tener autoridad para hacerlo, no podía perdonarse por sus deseos y al final consideraba no ser un digno representante de la Ley.

Se sentía muy triste. Casi deseaba arrojarse en aquella agua helada y ahogarse.

Lheo llegaba a deprimirse muchas veces. Era consciente de eso y creía haber heredado el carácter melancólico de su madre, una forma de ser considerada común en los artistas.

Pero esa no era excusa válida. Él tenía responsabilidades,  una familia, no debería deprimirse.

Se descalzó y metió los pies en el agua. Hubiera querido meter el resto de su cuerpo pero no se atrevía a hacerlo. El agua casi congelada podía paralizar su corazón y matarlo de verdad. Eso no podía ser, no podía escapar así de sus deberes.

La tranquilidad parecía absoluta, apenas se notaba una leve brisa gélida moviendo las altas copas de los árboles. Lo que menos esperaba era que alguien anduviera, a esas horas, dando vueltas por allí.

─¿Qué haces aquí, congelándote las patas? ─Le dijo una voz risueña al mismo tiempo que una mano firme se apoyaba sobre su hombro ─¿Las estás usando cómo carnada para pescar?

Lheo reconoció a quién le hablaba.  La última persona a la que hubiera querido encontrar en esos momentos: su hermano Ammiel, hijo de Schrinko.

─¡Tú! ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar con tu esposa e hijas?

A Lheo le preocupaba ese hermano porque últimamente se había hecho demasiado parecido a Yar. Entrenaban juntos y se burlaban de las leyes que Lheo intentaba hacer respetar. También, a veces, se reía de sus canciones. Bueno, Ammiel se reía, en general, de todo.

─Cuando tenga ganas de ver a esas gritonas iré con ellas, ahora tengo ganas de practicar y sentí que había un guerrero por aquí ¿Qué te parece un pequeño combate de entrenamiento?

─No tengo ganas.

─¡Aja! ¡Parece que tu brazo está quemado! ¡Vaya! Hasta tienes ampollas… bueno, vete con tu mujer para que te cure. Parece que ya tuviste una batalla, y perdiste.

Lheo no se había dado cuenta de las ampollas. Sentía su brazo dolorido pero no le había dado importancia. Más dolorida estaba su alma.

Ammiel era bastante más bajo que Lheo. Tenía una cara armoniosa, más bien redonda, cubierta por una tupida barba negra y enrulada. Su cabello, también negro, le caía sobre los hombros formando grandes rizos.

Lheo miró a Ammiel con un poco de rencor asomándole a los ojos: éste lo miraba sonriente ¿Se estaba burlando acaso? No iba a permitírselo. Sintió deseos de reprocharle algo, cualquier cosa.

Hijos de las Estrellas - 1º Parte: CosmosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora